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AMALGAMA

José Hernández: qué es el arte

En 'Heshan, río y montaña' ha elegido el paisaje expresado en tinta china caligrafiada, en el más clásico estilo. El artista viene de una amplia exploración en la pintura occidental

Volvamos a campar por las expresiones que el arte nos propone en estos tiempos, para testar el pulso actual del mundo y su equilibrio histórico. Es eso lo que nos oferta el arte y el artista, sobre todo en tiempos agitados. El profesor José Hernández Afonso cierra esta semana su exposición Heshan, río y montaña, en Telde. Hernández ha elegido el paisaje expresado en tinta china caligrafiada, en el más clásico estilo. Hernández viene de una amplia exploración en la pintura occidental, desde los primeros ochenta, y forma parte, aunque más tardíamente, de aquel espíritu interpretativo de la denominada en su época por Díaz Bertrana, generación de los setenta. Es, pues, una obra que deja atrás una propuesta y empieza a asentarse en la ataraxia y el disfrute de la misión cumplida. El absoluto dominio de la técnica es casi lo de menos. En el taoísmo la montaña implica enraizamiento y receptividad, y el río, el agua, precaución, dos de las características de la mirada de Hernández sobre la historia actual, de la que lo más apropiado es rescatar y disfrutar del paisaje europeo, el clásico paisaje de los bosques del sur, que, diríamos, es el paisaje de la Selva Negra heideggeriana, que vuelve amenazador y protector a la vez. Rescato un diálogo publicado con Hernández en los años ochenta, sobre el arte. En aquel momento discutimos sobre el ejercicio del arte: ¿Es el ejercicio del arte comparable a la belleza, en cuyo caso sabemos que no todo el mundo es bello, y los hay que son horripilantes cardos, o bien, es el ejercicio del arte comparable más bien al placer, aptitud que sí es ciertamente democrática y está presente en todos, incluso en los animales? El camino de estas analogías unifica el misterio de todas las cosas y presta o intercambia las soluciones de unas experiencias vitales a otras. Pero, al fin, el arte es, precisamente, como la vida misma, indefinible e indescriptible, y a la vez apropiado para recibir todo tipo de definiciones y descripciones, nunca cerradas, siempre abiertas. Le preguntaba entonces: ¿Has reparado, Hernández, en esta frase del texto que me cediste de Martin Heidegger? Dice: "El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno es sin el otro. Sin embargo, ninguno de los dos es por sí solo el sostén del otro, pues el artista y la obra son cada uno en sí y en su recíproca relación, por virtud de un tercero, que es lo primordial, a saber, el arte, al cual el artista y su obra deben su nombre" (Heidegger, "Der Urprungdes Kuntswerkes", 1952). Hernández contestaba: "El artista y la obra son evidentes, pero esa entelequia, ese ente abstracto que se llama arte, proponerlo como factotum de aquellos otros, me merece mis grandes dudas. Simplemente voy a hacer unas observaciones sobre mi experiencia personal con el arte: en principio pareciera como si fuera un mundo a alcanzar, una consecución para la que hay que prepararse, y a medida en que se va adquiriendo capacidad se vislumbra el objetivo más cercano. En esos momentos se hace presente un instante previo al límite en el que parece que ese límite se convierte en inalcanzable, como si fuera algo que, a medida que nos acercamos, se aleja de nosotros". Y más adelante afirmaba: "Si el mar fuera definible, no existiría poesía sobre el mar. El arte admite tantas definiciones como receptores, infinitas. El arte es como el ruido del mar, que no es sólo como lo percibes tú, o como lo percibo yo, sino como lo percibe cada cual, incluso como lo percibe un animal. El arte ataca directamente a los sentidos y ahí nace su ambigüedad. No se pueden establecer categóricamente formas de arte".

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