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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Cuando nadie me ve

Imagen 'The Invisible Man'. LA PROVINCIA/DLP

En Doctor Fausto, el dramaturgo inglés Christopher Marlowe puso en palabras lo que todos hemos anhelado alguna vez: "Entonces encantadme, y volvedme invisible, para que pueda hacer lo que me plazca sin que nadie me vea". Volverse invisible (y no me refiero a los miles de refugiados sirios que llegan todos los días a las costas griegas) es uno de los grandes retos de la ciencia del siglo XXI. Esto no quiere decir que en el pasado no lo hayan intentado. En los años 30, el físico americano de origen serbio Nikola Tesla desarrolló una teoría dinámica de la gravedad basada en una mezcla de ondas electromagnéticas, longitudinales y transversales, que un grupo de científicos de la Universidad de Chicago utilizó para intentar conseguir la invisibilidad de pequeños objetos a través del uso de campos electromagnéticos.

El anhelo de volverse invisible es casi tan viejo como el ser humano. En una obra tan lejana como La República de Platón, el filósofo griego discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles explicaba, como nos informa diligentemente Philip Ball en su maravilloso ensayo El peligroso encanto de lo invisible (Turner), "que la invisibilidad no es un problema técnico sino moral". Que Platón dedique el segundo libro de La República a hablar de la invisibilidad no como un poder maravilloso sino como un desafío moral ("sería ingenuo esperar de la invisibilidad otra cosa que un abuso"), no amedrenta a Ball a la hora de adentrarse en la idea y la realidad de lo invisible para iluminar las fuerzas ocultas de nuestra naturaleza.

Descubrí a Ball, químico y doctor en Física, cuando la editorial Turner publicó en 2003 su libro La invención del color. A partir de ahí devoré todo lo que encontré en las librerías de él: H2O, una biografía del agua, Masa crítica: caos, cambio y complejidad, El instinto musical, Contranatura y Curiosidad: por qué todo nos interesa. No hay que ser un lector empedernido o un enamorado de la ciencia para que las 385 páginas de El peligroso encanto de lo invisible pasen en un suspiro gracias a sus profusas referencias literarias, su prodigiosa agilidad narrativa y su inmensa cultura para plantear cuestiones que no tienen que ver tanto con la invisibilidad y sí con los dictados de la voluntad de querer ser invisible: "Sabemos los poderes que confiere, y los peligros que comporta".

Cualquier seguidor de Alejandro Sanz confirmará la máxima: "Cuando nadie me ve puedo ser o no ser". Si hay un periodo en el que el ser humano es más proclive a la invisibilidad es la infancia. Según Ball, "amigos y mascotas invisibles acompañan en algún punto a la mayoría de los niños, y más o menos hasta los cuatro años de edad los niños son capaces de desaparecer a su voluntad (o eso sostienen ellos) simplemente cerrado o tapándose los ojos. [...] Es un poder que todos tenemos, pero al que hemos de renunciar junto con la infancia. Y a él renunciamos. Pero el sueño y el deseo permanecen". No todos podemos ser Griffin, el protagonista de El hombre invisible, que cambia el índice refractivo de su cuerpo para coincidir exactamente con el del aire.

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