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Las intermitencias del yo

La editorial Anagrama publica 'Bailando en la oscuridad', cuarto volumen, de un total de seis, de la autobiografía del escritor noruego Karl Ove Knausgärd

Las intermitencias del yo

El yo es algo inabarcable, mudable, voluble, ligero, caprichoso, antojadizo, inconsecuente, inconstante, inseguro y qué se yo cuántas cosas más. El yo es algo de lo que nunca llegamos a captar sino una pequeña percepción particular, a la que rápidamente le suceden otras. Marcel Proust intentó agotarlo en los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido, donde el narrador llega a la conclusión de que "el verdadero viaje de descubrimiento [de uno mismo] no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos". Uno de esos "nuevos ojos", azules para más señas, son los del escritor noruego Karl Ove Knausgård, que en 2009 inició su particular "recherche" con la publicación del primer volumen, de un total de seis, de su autobiografía titulada Mi lucha.

En España, la editorial Anagrama ha editado hasta el momento los cuatro primeros volúmenes: La muerte del padre (2012), Un hombre enamorado (2014), La isla de la infancia (2015) y Bailando en la oscuridad (2016), que acaba de llegar a las librerías. Las cuatro novelas, de más de 500 páginas cada una, pueden leerse de modo independiente. Y son grandes novelas. Sin embargo, unidas conforman un documento único sobre las intermitencias del yo enfrentado al ser. Todos los lectores de Knausgård amamos su modo de observar, pero sobre todo su agudeza brutal que le ha traído no pocos quebraderos de cabeza con su ex mujer, Tonje Aursland (en la actualidad Knausgård está casado con la escritora Linda Boström Knausgård), que ocupa un papel central en muchas de las novelas de la serie.

En Bailando en la oscuridad, Knausgård está soltero y todavía, a sus dieciocho años, es virgen. Acaba de llegar a un minúsculo pueblecito del norte de Noruega llamado Håfjord, donde le espera un puesto como profesor de quinto, sexto y séptimo, y la perspectiva de entregarse en cuerpo y alma a la escritura: "En Kristiansand [su ciudad natal] me resultaba imposible sentirme libre, había demasiadas ataduras a demasiadas personas, reales e imaginarias, para poder hacer lo que quería. ¡Pero aquí!, pensé, nadie sabía quién era yo. No había ninguna atadura, ningún molde prefijado, podría hacer lo que me diera la gana. Estar escondido durante un año y escribir, construir algo en secreto".

El dietario de ese año en Håfjord muestra a un adolescente tímido, abrumado por erecciones espontáneas ante sus alumnas, pero también entusiasmado con la idea de ser por primera vez él mismo, Karl Ove, y tener una casa que poder llamar "mía". Pero, tras un comienzo que parece prometer una paz idílica, rodeado de naturaleza, y con los fiordos tan cerca, descubre que ser profesor no es tan fácil como parecía, y mucho menos lo es emular a Hemingway inclinado sobre el folio en blanco, o detrás de la máquina de escribir. La ausencia de un buen concepto de sí mismo con que Knausgård narra ese año nos predispone de su parte, pese a sus ataques de pánico homófobos y a las tentaciones en las que cae sin medida: la de las fiestas, las chicas y el alcohol.

A nadie se le escapa el estilo de las novelas dedicadas a describir el amoralismo de la juventud pero en Bailando en la oscuridad sobresale la acumulación hasta el exceso de todas las convenciones del género. El yo hormonal de Knausgård emprende derroteros destructivos que no llevan a ningún sitio. Lo sabe. Y aún así los emprende: "Los fines de semana bebía. Siempre pasaba alguien por casa a invitarme a ir a Finnsnes o a algún pueblo situado a varias horas de distancia, mientras la carretera estuviera transitable. Cuando no lo estaba, subíamos o bajábamos a alguna casa; siempre había alguien bebiendo, alguien que deseaba compañía. Yo nunca decía que no, me iba con ellos, y beberme una botella de aguardiente en el transcurso de la noche ya no era la excepción, sino la regla".

Bailando en la oscuridad no sólo ahonda en esa idea de la juventud disipada, sino que también abre una nueva vía en la búsqueda del yo que pasa por soltar lastre, todo el lastre que se pueda, para narrarlo, a la manera de Nerval ("Yo es el otro") o Rimbaud ("Yo es otro"). Los méritos literarios de la novela están todos en la valentía con que Knausgård elige el naufragio de su yo más joven para mantenerse a flote.

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