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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

El último viaje

No hay mejor aventura que la que no se planea. LA PROVINCIA / DLP

Me excusarán creyentes y practicantes, pero no hay mejor aventura que la que no se planea. En la última recta de su vida (murió a los 84 años el pasado 20 de mayo), Miguel de la Quadra-Salcedo saboreó las mieles de un éxito que nunca creyó que fuera tan importante. Encasillado en ese difuso margen llamado "reportero", el fundador de la Ruta Quetzal y periodista de programas como A toda plana, El mundo en acción y Los reporteros, fue por encima de todo un aventurero, un hombre carismático que poseía algo especial, algo que va mucho más allá de la educación, de la formación, de las afinidades electivas, que diría Goethe, de las pasiones que determinan nuestros actos. Al igual que David Livingstone, Richard Burton o Roger Casement, De la Quadra-Salcedo poseía algo inefable que tiene que ver con el porte, la presencia, el ser, y también con algo de desdén por el peligro, claro.

A De la Quadra-Salcedo lo descubrimos mi madre y yo (yo entonces tenía cuatro años y me sentaba en sus rodillas) en la televisión, en la única televisión que había entonces, TVE, cubriendo la guerra de Vietnam y el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile, entre otros muchos acontecimientos. Fue la primera vez que tuve contacto con la aventura, mucho antes de saber siquiera en qué consistía o haber leído una frase que mi madre había subrayado en un libro de Alberto Vázquez Figueroa: "Cualquiera que sea el tiempo en que se nace hay que embarcarse en la aventura de ese tiempo o quedas varado hasta que te mueres, sea en el siglo que sea. Sólo te conceden una vida, unos años, si los vives intensamente es como si vivieras diez vidas".

Ningún buen espectador de sus crónicas (Tres años en el Amazonas, Managua y el terremoto, La muerte del Che Guevara, La larga marcha de los eritreos) dejará de percibir en sus reportajes a pie de conflicto, más allá de la mirada atenta, la capacidad de empatizar, la habilidad de escuchar y de retener detalles, algo que sólo es posible en encontrar en la buena literatura de viajes, aquella que escriben los verdaderos aventureros, la que osa adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que mantiene los ojos abiertos pase lo que pase, como Marlow en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, testigo de las últimas y enigmáticas palabras de Kurtz, el hombre que ha ido a buscar internándose en la selva del Congo: "¡El horror! ¡El horror!"

El otro día estaba en la casa de un amigo y creí ver en su biblioteca un libro que le había prestado hacía un tiempo, El viejo Expreso de la Patagonia de Paul Theroux. Supe que era el mío porque tenía subrayado la siguiente frase: "El viaje es un truco de desaparición: un viaje solitario por una línea de geografía que se adelgaza hasta el olvido". Cuando volví a casa por la noche busqué en mi biblioteca el libro de Theroux y allí estaba con sus tapas anaranjadas. Ambos habíamos subrayado la misma frase. Por eso, me digo que Miguel de la Quadra-Salcedo no ha muerto, que sólo es un truco de desaparición. Un viaje solitario, esta vez sin espectadores.

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