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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

No sin mi barba

Lawrence Schimel posando con las tres ediciones de su libro. LA PROVINCIA / DLP

Desde que la cantante austriaca Conchita Wurst ganara el Festival de Eurovisión en 2014 con toda la barba, el vello facial ha ganado adeptos de todas las edades y condiciones sociales. Desde entonces acá los escritores se han dejado barba, los editores lucen bigote (al menos Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo, dos periodistas que se embarcaron hace dos años en la creación de la editorial Dos bigotes) y los libros llevan por título Barba empapada de sangre (de Daniel Galera), No sin mi barba (de Carlos Suñé), Niño y barba (de Juan Socas) o Una barba para dos, un volumen compuesto por cien microrrelatos eróticos escritos por Lawrence Schimel y publicado por Dos bigotes, que ha alcanzado la tercera edición en un tiempo récord, a pesar del carácter deliberadamente escabroso de las historias que muestran una trama exclusivamente homosexual.

Lawrence Schimel, escritor americano afincado en Madrid, irrumpe otra vez con fuerza en el mercado editorial (ya en los años noventa se le tenía por un enfant terrible con 27 años gracias a títulos como Mi novio es un duende y Bien dotado) con una colección de microrrelatos a modo de impresionante banda sonora de las practicas homosexuales y bisexuales de la sociedad española del siglo XXI. Una barba para dos arranca con un relato mínimo, conciso, casi un haiku (Schimel también es poeta), pero sin por eso perder nada de su fuerza y valor descriptivo de las actitudes y los hábitos sexuales de la población gay, titulado Precariedad: "Dado el precio de los condones, decidimos cerrar la pareja. / Por lo menos, hasta que uno de los dos encontrase trabajo".

Los microrrelatos de Una barba para dos son un viaje en tobogán por sesiones de sexo desprejuiciado, alegre y lúdico, con compañeros de piso, vecinos y extraños, horas perdidas en las saunas y en los transportes públicos practicando voyeurismo, magreos o mamadas, siguiendo la liturgia, por decirlo de alguna manera, del cortejo homosexual. Sus personajes siempre tienen un paquete en la mano o al alcance de la mano. Esa convicción en el miembro masculino sólo halla parangón en la insistencia con la que Hemingway hacía recordar a sus personajes hasta qué punto necesitaban la bebida. No obstante, no conviene cometer el error de leer los cien microrrelatos de un trago, como si fuese uno de esos daiquiris que tanto le gustaban a Hemingway. Y que conste que a veces lo son. Un cóctel explosivo.

En Una barba para dos, Schimel realiza un descenso a los infiernos, viaja en picado al centro de su propia experiencia, examina expediciones nocturnas ("buscando lo que me da morbo"), pasiones y apetencias y, en síntesis, encierra un recorrido que es una alegoría: la de un superviviente de su tiempo y de sí mismo, de las muchas batallas de amor perdidas, de las que ha sabido recuperarse para trazar este verdadero, verosímil y vigoroso retrato de la vida gay en los tiempos de Grindr, Scruff, Manhunt y otras redes no necesariamente creadas para ligar, como Twitter, Facebook o Instagram. Schimel sigue el luminoso ejemplo de García Márquez: vivir para contarlo. No sin su barba.

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