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cine

Entre la estética y el colosalismo

El escritor canario Jorge Fonte explora la trayectoria asimétrica del popular cineasta británico Ridley Scott en su último libro, editado por Cátedra

Ridley Scott durante el rodaje de una película. LA PROVINCIA / DLP

Roy Batty (Rutger Hauer), el replicante violento, ritual y vengativo al que se enfrenta Harrison Ford en las imágenes finales de Blade Runner (Blade Runner, 1982) pronuncia, en una de las secuencias más inspiradas de esta memorable película, unas palabras que, aún hoy, 34 años después de su estreno, siguen provocando la misma sensación de pesadumbre y de escalofrío que nos invadió cuando las escuchamos por vez primera. Nadie las olvida, sobre todo porque escenifica a la perfección el epitafio a una existencia que se extingue sin remedio en la cima de un oscuro y robusto rascacielos de una abigarrada megalópolis del siglo XXI en cuyas humeantes calles se desliza lo que los prehistóricos de la ciencia ficción denominaban la "vida futura", siempre en medio de una atmósfera social de claros tintes distópicos.

La mirada de Roy es punzante, retadora, helada y aún ardiente: son los ojos de un personaje que no duda, ni recula, ni parpadea siquiera, a pesar de que se le escapa la vida como el agua entre los dedos. "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad más allá de las Puertas de Tanhäusser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia? Es hora de morir", sentencia el personaje mientras se sumerge fatalmente en la oscuridad de la noche. Tras esta agónica e impactante secuencia, filmada con una sensibilidad inusual en el cine estadounidense de aquella década, la película logra traspasar todos los esquemas del género hasta transformarse en un nuevo prototipo de tragedia existencial, imitada posteriormente hasta la saciedad, en la que el hombre queda irremediablemente atrapado por un destino que no logra controlar.

Por eso, y por otras muchas razones, sustraerse al magnetismo de esta obra maestra -siempre lo he sostenido- es virtualmente imposible, salvo que, claro está, rehusemos participar de su extraña y arrolladora belleza visual y nos distanciemos premeditadamente del pesimismo que destila su discurso, en cuyo caso caeríamos en la simpleza de desestimar la totalidad de la obra de su director. Pues bien, el autor de este monumental espectáculo futurista al que acudimos cada vez que se nos conmina a citar un título emblemático de la década de los ochenta, es el director británico Ridley Scott (South Shields/Reino Unido, 1937), uno de los grandes nombres propios de la industria cinematográfica internacional desde hace más de tres décadas, sobre cuya controvertida figura artística versa el último libro del prolífico escritor canario Jorge Fonte autor, entre otros estudios monográficos, de los dedicados a Robert Zemeckis, Oliver Stone, Woody Allen, Walt Disney y Steven Spielberg.

Fonte, consciente de la desigual carrera cinematográfica del veterano cineasta, lo deja bien claro desde el primer párrafo de su introducción: "Se trata de uno de esos directores admirados y odiados a partes iguales, considerado un genio por muchos y un artista mediocre por otros tantos. Ya por sí sola esta dicotomía lo hace, a nuestro entender, un cineasta absolutamente interesante a la hora de enfrentarnos, de adentrarnos en su cine, con la intención de analizarlo en profundidad y darle forma a este estudio sobre su obra". Con esta premisa se disipa, de entrada, cualquier sospecha acerca del posible tono hagiográfico del libro, cosa que se agradece a la hora de confrontar con el lector la manifiesta desigualdad que caracteriza la extensa filmografía de este singular cineasta, elevado a los altares por sus legiones de incondicionales cuando, en honor de la verdad, entre sus 23 títulos solo contabilizamos media docena de verdaderas obras maestras en medio de algunos trabajos que nada aportan a su laureada carrera artística.

Autor por lo tanto de un conjunto muy variopinto de películas, algunas tocadas por el sello de la genialidad, como la citada Blade Runner, sobre la que el arquitecto y escritor canario Jorge Gorostiza y Ana Pérez publicaron, en 2006, un exhaustivo estudio, o la tan justamente venerada Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979), inspirada en un formidable guion del difunto Dan O´Bannon, de cuya gran influencia dan fe las diversas secuelas, algunas excelentes, por cierto, que generó en la industria hollywoodiense durante la década de los años ochenta, o su opera prima, Los duelistas (The Duellists, 1977), un fascinante ejercicio de estilo basado en la nouvelle de Josef Conrad El duelo con la que logró canalizar su larga experiencia previa como director de spots publicitarios y su indisimulada admiración por el Kubrick de Barry Lyndon (Barry Lyndon, 1975), moldeando un bellísimo tableau sobre la vida social en la Francia de principios del siglo XIX con la invaluable ayuda de tres actores excepcionales: Keith Carradine, Harvey Keitel y Albert Finney. Y aunque en su filmografía figure con la aureola de un filme maldito, el reconocimiento obtenido con el paso del tiempo, tras obtener el Premio del Jurado a la Mejor Opera Prima en Cannes, lo sitúan como uno de los filmes más reivindicados por la crítica especializada.

Thelma y Louise (Thelma & Louise, 1991), un drama de corte feminista centrado en las peripecias de dos jóvenes esposas (Susan Sarandon y Geena Davis) que huyen de la policía tras matar en defensa propia a un violador fortuito que las asediaba, también ha pasado, con nota, el examen de la crítica pues, pese a la división de opiniones que generó en su estreno, la fuerza incuestionable de sus imágenes y la audacia manifiesta con la que Scott aborda un tema tan vidrioso como la rebelión femenina en una América contaminada por el temible puritanismo del patriarca de la dinastía Bush, constituyen dos argumentos de peso para aplaudir sus meritorios resultados.

Así pues, en estas cuatro películas, a las que podríamos agregarle otros títulos nada desdeñables, como Gladiator (Gladiator, 2000), American Gangster (American Gangster, 2007), Hannibal (Hannibal, 2001), Red de mentiras (Body of Lies, 2008) o su celebrada Marte (The Martian, 2015), su último filme estrenado hasta la fecha, podríamos resumir la gran herencia artística de este creador bipolar al que muy poca gloria le han proporcionado trabajos tan desnortados, pongamos por caso, como La teniente O´Neil (G.I. Jane, 1997), 1492: La conquista del paraíso (1492: Conquest of Paradise, 1992), Robin Hood (Robin Hood, 2010), Prometheus (Prometheus, 2012) y, sobre todo, Exodus: Dioses y reyes (Exodus, 2014), un inexplicable despropósito artístico que invita a revisar con urgencia Los diez mandamientos ( The Ten Commandments, 1956), de Cecil B. DeMille, su más preclaro e ilustre referente histórico.

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