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La exquisita radicalidad

The Kills regresa un lustro después con un quinto trabajo de rock versátil con la misma claridad de ideas de su predecesor

La exquisita radicalidad

Han pasado cinco años de su anterior Blood pressures, y las canciones que aparecen en esta nueva obra los muestran con la misma firmeza del primer día. Una grave lesión en la mano izquierda del guitarrista, seguida de varias operaciones, ha sido quizás el motivo de este lustro de silencio. Pero resulta curioso que un dúo que lleva quince años juntos no haya cambiado su estrategia y el resultado sea igual de convincente.

El grupo sigue exhibiendo esa pasión por elaborar un rock básico y directo que bebe de numerosas referencias clásicas. Las únicas novedades de este trabajo se pueden reducir a ciertos ritmos que pueden recordar al blues por un lado, o al funk latino por el otro, pero totalmente pasados por el tamiz de este dúo mitad británico, mitad estadounidense. Como en anteriores ocasiones, el álbum se puede dividir en tres partes que, a su vez, equivaldrían a los diferentes conceptos de los que han hecho gala a lo largo de su carrera. La primera es su devoción por el indie en su faceta de ritmos austeros. Así ocurre en Doing It To Death, Hum for your Buzz, Echo Home donde la guitarra o el piano de Jamie Hince son los único soporte a la voz de Alison Mosshart, llegando a un That Love, que recuerda la época de Lennon en la Plastic Ono Band. La segunda sería la de un pop comercial que no renuncia a su identidad transgresora como en la seductora Bitter Fruit o la original y magnífica Siberian Nights que parece una mezcla entre el Alice Cooper de los ochenta y los primeros Ultravox. Y la tercera y más brillante es su parte más furibunda construida a través de un ritmo potente y unas guitarras que rozan el punk, el hardcore y a veces hasta el noise como en Impossible Tracks, Black Tar y la increíble Whirling Eye en la que uno parece estar escuchando a la primera Patti Smith.

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