La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El secreto de la eternidad

Durante un trayecto en guagua bajo un cielo perfectamente azul, pienso que el embotellamiento de tráfico que enlentece la vuelta a casa para comer, tiene una resonancia simbólica. En este mundo en el que vivimos, diversas circunstancias se confabulan para entorpecer nuestro maduración interior, del mismo modo que la gran cantidad de vehículos privados hace que tardemos un poco más en llegar a casa. Claro que estos obstáculos pueden ser afrontados como pruebas. Ya sean vistos bajo un signo o bajo el otro, todos sabemos que existen lugares más apropiados para darse cuenta de quién es uno y de conectarse con las fuentes de la creatividad. Uno de estos espacios es el desierto.

Bien lo han sabido quienes se han atrevido a lo largo de los siglos a tener esa experiencia que Paul Bowles llamaba un "bautismo de soledad": eremitas cristianos, sufíes, buscadores de la verdad sin credo definido, como Sidi Larbi Cherkaoui. Como explica la bailaora María Pagés en la entrevista a la que acompañan estas líneas, el desierto fue el espacio metafórico escogido por ella y por Sidi Larbi Cherkaoui para inspirar y vestir la obra creada por ambos hace siete años y representada el pasado fin de semana en el Teatro Cuyás.

El resultado de esta travesía, que fue inspirada por un viaje real al desierto, desafía las pretensiones intelectualistas. Las artes del cuerpo con frecuencia hacen esto, pero en Dunas, la sencillez con que se nos enuncian los mensajes acentúa el desafío. Una creación como esta contrasta, merece la pena recordarlo, con esa clase de trabajos coreográficos en los que sus creadores manejan claves difíciles de compartir, por ser demasiado subjetivas. En la primer mitad de la obra, Sidi Larbi Cherkaoui se acerca a una mesa de luz que ha sido encendida a un lado del escenario. De pie frente a ella comienza a realizar dibujos con sus dedos, usando como material artístico un poco de arena que ha sido extendida sobre la superficie de cristal de la mesa. Durante un tiempo, María Pagés permanece sola en escena y es ella la que guía con movimientos llenos de fuerza y magnetismo el pincel del bailarín belga, para que éste vaya proyectando sobre el fondo del escenario formas tan simbólicas como el árbol del paraíso, flanqueado primero por el primer hombre, luego por la primera mujer y finalmente, por un signo de interrogación que es trazado sobre ellos.

Después de ese árbol siguen apareciendo nuevas formas que surgiendo de la tierra alcanzan la verticalidad y se enroscan simétricamente a la velocidad con que se abren en redondo los brazos de María Pagés. Qué expresiva es la superposición de los trazos. Las formas dibujadas pueden ser árboles y también manantiales que brotan espontáneamente de la tierra seca, manantiales que, como todas las formas representadas bajo la tenue luz del escenario, son borradas al momento por la mano del artista. Sidi Larbi sigue dibujando y borrando, como la hace el viento que da forma a las dunas, cuando ya la bailaora ha abandonado el escenario. Aparecen entonces las tres edades del hombre como las dibujaría un niño, y luego la cruz largo pie; y después sólo la cruz y la representación de su sombra sobre el suelo. Y aparecen también otras formas que se contemplan con una mezcla de ironía adulta y disfrute infantil. Por ejemplo, la representación visual de ese viejo dicho, el de que el pez pequeño se come al grande, solo que, al final, sobre la mesa de luz Sidi Larbi dibuja una gran pecera en la que pone a salvo al más pequeño de los tres que navegaban en fila con las bocas abiertas.

Cuando a María Pagés se le preguntó acerca de la evolución de Dunas durante los años que han pasado desde su estreno, usó dos palabras que podrían haberse entendido como elogios propios de quien quiere promocionar su espectáculo. Los conceptos que usó para describir la obra tienen significados muy próximos: "atemporalidad" y "eternidad". Tras asistir a una de las representaciones del pasado fin de semana, y dejar que la función repose en la conciencia durante unos días, puedo concluir que los dos términos han sido bien escogidos. Durante la rueda de prensa que precedió a las dos representaciones de la obra, la bailaora dijo "las obras que nacen de esta manera son, atemporales, y tienen, si lo pudiéramos decir así, si eso existiera, el secreto de la eternidad". ¿Qué hay en Dunas que nos permita entenderla como un obra atemporal y que, además, nos haga salir del teatro impregnados de atemporalidad? La respuesta se encuentra en el fondo y en la forma de Dunas, en el qué y en el cómo.

El montaje empieza como acaba, con el piano desgranando sobre el escenario una melodía que invita a la reconciliación. El modo en que ellos encajan sus brazos, bailando uno detrás del otro al final del espectáculo, emociona. De esta forma, salimos del teatro con esa experiencia que también tenemos al escuchar una larga composición modal del Cercano Oriente o del subcontinente indio. Como en las ragas hindúes, entre la serenidad del comienzo y la del final de la pieza caben numerosas escaramuzas, crisis, conflictos con uno mismo o con el prójimo que son recreados por los dos bailarines bailando solos o a dúo. Así, las experiencias recreadas convierten a Dunas en un medio para hacer llegar con belleza una sabiduría esencial, perenne, atemporal.

La evocación de una naturaleza despojada de atributos y la interpretación de piezas musicales tan antiguas como el himno de Santiago o la canción hebrea que canta Sidi Larbi, refuerzan esta experiencia, esta impresión de estar de nuevo en contacto con lo que perdura a lo largo de los siglos y, finalmente, con lo que siempre permanecerá: el continuo movimiento cósmico que hace y rehace el paisaje creado por las dunas. En esa travesía del desierto que recrean los dos bailarines hay instantes que atrapan como lo hace el teatro indonesio de sombras. Tras la superposición de velos color arena, ambos se empequeñecen y parecen personajes míticos que luchan agónicamente por no ser anulados por fuerzas destructivas.

El desierto ha sido secularmente un lugar idóneo para la revelación de verdades espirituales, y un lugar al que se acude para ser puesto a prueba. Es el lugar donde la voz de la eternidad ha hablado a los fundadores de grandes religiones o a anónimos buscadores de la verdad. Hay un instante en el que Sidi Larbi Cherkaoui aparta la arena que cubre la mesa de luz y acerca su rostro con la expresión curiosa de quien se asoma a la superficie de un estanque para atisbar a los seres que pululan bajo las aguas. Era Dios que se presentaba a los espectadores con una sonrisa irónica. Da gusto ver el trabajo de esos creadores que articulan propuestas en las que aparece su mundo interior, en las que reflejan su propia trayectoria vital. En Dunas se unen dos gestualidades, la del dibujo y la de la danza, porque Sidi Larbi Cherkaoui dibujaba compulsivamente siendo niño, antes de empezar a dibujar en el espacio.

Compartir el artículo

stats