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Una vida plena

Boris Johnson nos cuenta al mandatario Winston Churchill sin distancia ninguna entre biógrafo y biografiado

Una vida plena

Con motivo del cincuentenario de la muerte de Winston Churchill se han publicado algunas biografías sobre el premier inglés, pese a que, como reconoce Boris Johnson, "según se aleja de nosotros en el tiempo, el Churchill no pasteurizado cada vez resulta más difícil de tragar para nuestro delicado paladar moderno". La "corrección política" incluso afecta a una de las más fuertes personalidades del siglo XX, gracias al cual los oficiantes de la mencionada "corrección" pueden seguir preocupándose, y en muchos casos denunciando, cuestiones de detalle, cuando, de no ser por Churchill, estarían todos desfilando al paso de la oca con sus bonitas camisas pardas o rojas. Pero a Churchill no se le perdonan su independencia ni su fuerza de voluntad, ni esa facultad de decir lo que le apetecía hasta en los momentos más inoportunos. Era hombre con sentido del humor, como suelen serlo los gordos que fuman puros y consumen cantidades desmesuradas de bebidas alcohólicas. "Los quisiera más gruesos", decía Julio César refiriéndose a Casio y Bruto, asténicos y conspiradores, según recoge Plutarco y aprovecha Shakespeare en Julio César. Sentimental pronto a que le saltaran las lágrimas y capaz de enfados (podríamos decir "prontos") homéricos: entonces se ponía a chillar y su perro a ladrar y el secretario tenía que sacar al perro de su despacho, pues no consta que haya sacado a Churchill en ninguna ocasión.

Según un silogismo-chiste, si Gran Bretaña es el Gran Imperio del Mundo y Churchill era el hombre grande de Gran Bretaña, Churchill era, en consecuencia, el hombre más grande del mundo. Inglaterra ha perdido mucho de su poder en la actualidad, pero la figura de Churchill continúa siendo fascinante, pese a que sus ideas y actitudes resultan anticuadas, por no decir "incorrectas" en el mundo de hoy. "Creía en la grandeza de su país y en su misión civilizadora, y eso le llevó a decir cosas que hoy en día se nos antojan disparatadas", reconoce Boris Johnson. Otras cosas que dijo e hizo no resultan disparatadas por mucho que lo parecieran en 1940. Una cosa es el Churchill capaz de decirle a una diputada laborista que le había llamado "borracho" que "la borrachera se me pasa mañana y la fealdad le quedará a usted toda la vida" (respuesta que se ha atribuido a numerosos personajes, pero que es de Churchill) y otra que haya presentado a su pueblo, en circunstancias dramáticas, un programa austero y sin concesiones: no ofrecía nada, sino sangre, sudor, lágrimas y sacrificio. Y que su pueblo le haya seguido, pues Churchill tenía el convencimiento de que defendiendo las libertades de Inglaterra, defendía las de todas las naciones del mundo.

Boris Johnson, político y periodista, alcalde de Londres hasta hace poco, escribió El factor Churchill procurando mantener una completa sintonía entre el biografiado y el biógrafo. Johnson se siente un poco Churchill y más de una vez fue vapuleado por la prensa por alguna respuesta churchilliana. En consecuencia, no se trata del libro de un erudito, sino de la evocación afectuosa, pero sin ocultar sus defectos, de un personaje múltiple y poderoso. Churchill, que llena la mitad del siglo XX, era un hombre del siglo XIX, nacido en 1874, que estuvo como oficial en la India, luchó en Sudán a las órdenes de Kitchener, participó en la guerra de Sudáfrica como periodista (en la que los boers pusieron precio a su cabeza: 25 libras) y asistió a la guerra de Cuba como corresponsal. Un auténtico personaje de Kipling, que además escribió libros sobre sus andanzas coloniales como La guerra del Río y Ian Hamilton March, además de una novela de mucho éxito, Savrola. Fue mal estudiante, periodista (de los mejor pagados de su época), político, escritor, orador, primer ministro, aviador, albañil, sentimental, humorista, gran bebedor y fumador de puros, creador del tanque, conservador e imperialista, machista, supremacista anglosajón, creador de la sociedad del bienestar y de la seguridad social y defensor de las libertades privadas y del sistema parlamentario cuando fueron atacados por los fascismos. Como escritor, escribió más páginas que Shakespeare y Dickens juntos, y podríamos añadirle las de lord Byron. Como Julio César, relató en La Segunda Guerra Mundial acontecimientos de los que fue protagonista. Volvió a ser primer ministro pasados los ochenta años y obtuvo el premio Nobel de Literatura de 1953, lo que sorprendió a más de un iletrado. En la vejez se dedicó a la pintura. En sus últimos días se consideraba un aeroplano que a la caída de la tarde se dirige entre nubes doradas hacia Poniente, buscando un lugar tranquilo donde aterrizar.

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