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cine

El escaparate del franquismo

Hace 40 años se abolió la obligatoriedad del NO-DO en todos los cines. Los empresarios que se saltaban la norma eran objeto de duras sanciones

Encabezamiento visual del NO-DO.

Desde Hitler a Ceausescu, desde Stalin a Milosevic, desde Mao a Franco, desde Mussolini a Salazar, todos los tiranos que engendró la Europa del siglo XX originaron los más diversos y sofisticados soportes propagandísticos con el supremo propósito de apuntalar su imagen pública y garantizarse así un dominio absoluto del poder, a sabiendas de que un imperio no se gana solo mediante el empleo de las armas, ni por el número de adversarios que consigas exterminar, sino por otros medios mucho más sutiles -y más eficaces, a la postre- como la aplicación de un frío y progresivo plan de intervención en el ámbito de la cultura popular y de la comunicación de masas o mediante la construcción de un nuevo imaginario nacional desde un credo político que, con mayor o menor enardecimiento, se filtraba entre las imágenes de los centenares de documentales y filmes de ficción propagandísticos que incendiaron las pantallas europeas durante varias décadas como escaparate de una realidad que tendría, con el paso del tiempo, consecuencias particularmente atroces para toda la humanidad.

De ahí que el cine, como arte de la persuasión por excelencia, se convirtiera en la herramienta favorita de estos autócratas en su afán por poner en marcha sus funestos programas políticos, como sucedió, pongamos por caso, con el NSK (Nationalsozialistische Korrespondenz), organismo que dictaba lo que todo alemán debía aceptar y creer, controlando manu militari cada aspecto de la vida de cualquier ciudadano del Tercer Reich -el cultural especialmente- y que supervisaba la compleja maquinaria publicitaria pergeñada por algunas de las grandes figuras del Partido Nazi, como Joseph Goebbels, a la sazón ministro para la Ilustración y Propaganda de Hitler hasta su desaparición el 1 de mayo de 1945, o Martin Borman, una de los gerifaltes más fanáticos e influyentes del Régimen que se opuso fervientemente a cualquier solución pactada con el enemigo cuando éste ya se encontraba a las puertas de Berlín.

Pues bien, España, como pionera que fue, en los años treinta, en la lucha sin cuartel contra las libertades democráticas que representaba la República, tampoco se quedaría atrás en su empeño por inocular el virus del totalitarismo en todos los estratos de su sociedad, sobre todo tras la victoria del bando nacional en abril del 39. Por eso, el 29 de septiembre de 1942, y tras tres años de gobierno franquista, la Vicesecretaría de Educación Popular, institución que controló desde sus orígenes la Falange Tradicionalista y de las Jons, acuerda la creación del NO-DO (Noticiarios y Documentales), un noticiero de ámbito internacional, aunque primaría siempre el sentido más endogámico de la actualidad, y de marcado sesgo sectario, que serviría como instrumento político para los planes de promoción y adoctrinamiento del general Franco en todos sus frentes: el social, el económico, el cultural, el académico, el deportivo, el religioso, etcétera, a pesar de que, a través de su más de 40 años de vida, fue reduciendo ostensiblemente la vehemencia de sus mensajes hasta transformarse, en sus últimas ediciones, en un noticiero algo más aséptico de lo que era habitual durante los años de mayores alabanzas al Caudillo y a su "gloriosa" cruzada nacional.

Tan es así que su misión esencial no era otra que la de "mantener, con impulso propio y directriz adecuada, la información cinematográfica nacional de acuerdo con los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional", según queda claramente de manifiesto en el decreto ley que lo hizo posible en 1942. Y aunque su desaparición definitiva no se produciría hasta 1981, bajo un gobierno presidido por Adolfo Suárez, la exhibición dejaría de ser preceptiva en enero de 1976, año en el que dicho Gobierno iniciaría un largo y proceloso proceso administrativo que conduciría a la abolición definitiva de las famosas Juntas de Censura, algunos meses más tarde, y a la consiguiente apertura política del Régimen.

Sin embargo, para las generaciones más recientes, la palabra NO-DO apenas reviste la menor relevancia pues la incidencia que hayan podido tener en sus vidas aquellos rancios documentales propagandísticos con los que nos abrumaban diariamente en las salas de proyección de todo el país ha sido, en el mejor de los casos, muy escasa. Pero para quienes sí vivimos aquella experiencia lo que realmente nos interesaba a todos, es decir, disfrutar de la película que se exhibía a continuación, la presencia del NO-DO en nuestras vidas se convertiría en un incómodo peaje político impuesto por un sistema tutelado por un dictador cuyas preferencias cinematográficas quedaron perfectamente patentes en su intervención como argumentista en Raza (1950), de José Luis Sáenz de Heredia, uno de los filmes de exaltación militar más sonrojantes que se recuerdan en los anales del cine con el que se marcaron las pautas estéticas, genéricas e ideológicas que definirían el futuro del cine español durante varias décadas, un cine de adhesión inquebrantable a los valores que alimentaron el Alzamiento Nacional del 18 de julio y que encontró mucho eco en no pocos cineastas del país ante la bochornosa disyuntiva de tener que abandonar el oficio si no te sometías al diktat del ideario franquista.

Sea como fuere, lo cierto es que la ingente producción que generó el NO-DO, depositada actualmente en los archivos de la Filmoteca Española, con millares de imágenes testimoniales sobre casi cuatro décadas de la historia de España, constituye un valiosísimo legado documental para conocer al detalle la vida cotidiana de un pueblo sometido a un largo y severo período de continencia democrática y a las restricciones propias de un régimen con vocación de permanencia en una Europa felizmente recuperada de la larga pesadilla totalitaria a la que fue sometida durante demasiado tiempo.

Desde sus número iniciales, en los que se recogen, entre otros acontecimientos de relieve, el primer Desfile de la Victoria por el madrileño Paseo de La Castellana o el baño de masas de Eva Perón en su pomposa visita a Madrid en 1947, hasta sus últimas ediciones, en las que aparecen reportajes sobre asuntos tan vidriosos como la matanza de Atocha; la legalización del Partido Comunista; la muerte de cinco trabajadores en Vitoria durante la huelga general del 3 de marzo de 1976; los fusilamientos de tres miembros del FRAP y otros dos de ETA el 27 de septiembre de 1975 o el fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de ese mismo año, las mutaciones que experimentó el NO-DO, tanto en la forma como en el tratamiento de sus contenidos, fueron muy numerosas, y en determinados casos incluso hasta innovadoras, como lo atestigua, con toda suerte de detalles, el lujoso pack de ocho deuvedés remasterizados, publicados hace cuatro años por Divisa Red y Planeta Agostini, donde se muestra un amplio y expresivo resumen de la metamorfosis que experimentó este poderoso instrumento ideológico a lo largo de sus casi 40 años de existencia hasta convertirse en puro material museístico. El poso que han dejado sus millones de imágenes en la memoria histórica de este país es, insisto, incuestionable, de ahí que investigadores e historiadores de todo el mundo sigan depositando su confianza en este inmenso archivo como una formidable herramienta para rastrear un extenso periodo en el que España vivió sometida, a su pesar, a los efectos de una represión social, cultural y política abominable.

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