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pOESÍA 'obra completa' de un modernista

Sin salir de la orilla

Torón aborda el conjunto de su poesía con una meticulosidad de severo orfebre, pese a la espontaneidad y sencillez aparente

Sin salir de la orilla

"En este peñón Atlántico / hay que juzgar de este modo: / O eres del todo romántico / o eres imbécil del todo". De siempre, he celebrado este tipo de satíricos quiebros con que entretiene sus versos, de veras sorprendentes para el conjunto de la impoluta y sostenida poesía de Saulo Torón (Telde, 1885 - Las Palmas de Gran Canaria, 1976). Son, en efecto, di-versiones particularmente extrañas en un poeta de rigores, por igual, esencialistas y existenciales, al punto de recibir los parabienes, por afinidad climática, tanto de Juan Ramón Jiménez como de Antonio Machado, el ilustre prologuista de su indispensable volumen El caracol encantado (1932) -"una crónica de amor y mar", como el propio Torón lo definuiera-. Con menos logro poético pero con gran puntería sociológica y sentido de viva posteridad ante la inercia del público isleño, agrega en la misma onda: "Tengo un grano en la nariz / que oculto, y no sin motivo, / pues puede ser que un desliz / lo vuelva visible al país? / ¡Y lo hagan Hijo Adoptivo!"?

Estos textículos ocasionales son tan incongruentes a su porte como si a Bécker, pongo por caso, le diera por pintarrajear -en tu balcón, lector- los nidos medio colgantes y medio ausentes de las oscuras golondrinas y saliera así por quevedescas peteneras, aunque aquí con inconfundible retranca isleña. Pues, hombre reconcentrado y tímido, poseído por una gran orfandad, que trasmite en agridulces versos desconsolados, y humildes también -"el poeta de los versos humildes", se le ha llamado-, Torón aborda el conjunto de su poesía con una meticulosidad de severo orfebre, pese a la espontaneidad y sencillez aparente. ("¡El día primero del mundo eternizado en dos auroras!", es, por ejemplo, epistemológicamente, un muchísimo decir, aunque parezca dicho con palabras de alguien que pasaba por aquí?).

A los dos años de edad, Saulo Torón Navarro, perdió a su madre, y no mucho tiempo después, tras el traslado de Telde a Las Palmas, a su padre, que fue su primer maestro único, escolarizado en su propia casa. Y luego está, como una losa vitalicia, lo de la ineludible tríada de grandes modernistas en lengua española que compuso con sus amigos Tomás Morales (1884 - 1921) y Alonso Quesada (1886 - 1925). Ni que Cronos hubiese jugado con ellos a la ruleta, a él nos sólo le tocó nacer en el ochenta y cinco que media entre ambos, sino erigirse también, con el peculiar calado de sus versos, a veces auroral y a veces umbrío, en la síntesis dialéctica entre aquellos dos poetas de muerte prematura. Al vérseles tan coetáneamente compenetrados y reflexivos en la recurrente foto de grupo, o más aún, alborozados en el expresivo monumento del paseo marítimo de Agaete, da grima ponderar que Torón alcanzó a vivir dos vidas y media más que cada uno de aquellos dos amigos. No es la única razón por la que, al hombre que escribió "Nada tengo ni espero, / solo sobre las ruinas me he quedado" -aún en vida de aquellos, en su primer libro, Las monedas de cobre (1919)-, conviene frecuentarlo a solas, en la madura soledad del busto que mira al mar en el delta que lleva su nombre en el Paseo de Las Canteras. "En la playa nací y en la playa, también, acaso muera", dirá nuestro poeta, pionero en una tónica que cultivarán nuestros mejores poetas de la segunda mitad del siglo XX: apostarse en un tramo de la orilla playera para fundar desde allí su entero universo? Toda la poesía de Torón cabe, en efecto, en la ribera con la que el vate se mide, en aquel mismo poema de El caracol encantado : "Como tú, ola de la ribera (?) que en ella naces y mueres (?) De mi vida y futuro tú acaso imagen seas?". La misma humildad, silencio, mansedumbre y timidez que otorga a la ola, deviene reflejamente en el poeta, como si, en complicidad, ambos se bañaran mutuamente. Y si el 'tú' de la ola es tan insignificante "que apenas el oído percibe tu quejido, y la mirada atenta sólo descubre el rasgo fugitivo que grabas en la arena", del mismo modo al 'yo' -siempre implícito- del poeta le aguarda una insignificancia semejante: ("Como tú, ola de la ribera"?yo vivo y muero)? "¡adivinado apenas!".

Agazapado, ciertamente, entre la luminosidad sonora de Morales y el chasis quejumbroso y umbrío de Quesada, resulta significativo el modo irreductible en que Torón ajusta su poesía al arduo programa de lo que Novalis llamó la necesidad de azular y planchar "la flor azul de los contrarios"? Si cambiamos esa metáfora por verle espigar las algas en la cresta de las olas a punto de romper, Torón es, a tramos, un poeta metafísico y platónico ("El mar ante la noche? ¡el alma mía ante el hondo negror de tu mirada!), pero también, zigzagueantemente, impresionista y heraclitiano ("Corazón, marinero de cien mares"; "Yo he visto al mar alzarse soberbio de altivez / y luego humildemente tenderse ante mis pies"?). Es miniaturista y hasta microcóspico (en ese escrutar la bifurcación de la mínima espuma de una sola ola; o en el 'zoom' que practica, asimismo, sobre objetos tan pequeños como un caracol o unas monedas para categorizarlos en sus hermosos títulos?), y es, al mismo tiempo, un poeta sentencioso y 'océanico' ("El mar es a mi vida / lo que al hambriento el pan: para saciar mi espíritu tengo que ver el mar"). Es tan sedentario y tan nómada, a la vez, como su emblemático poema el "Faro de la isleta", donde al informarnos, por ejemplo, que "su luz es la primera luz del hogar / que al corazón saluda en el retorno", practica la magistral ambigüedad de hablarnos a la vez del retorno de su propio foco? Es intimista e impersonal, entras tantas otros contrarios azulados, de tal modo que, además de síntesis entre sus dos amigos, Torón es quien, acaso, más concomitancias también mantiene con el ascendente de todos ellos, Domingo Rivero. Y, curiosamente, también éste entretuvo con notables chascarrillos de circunstancias sus rigurosas reflexiones sobre las "espigas ideales" o "las tristes playas de la muerte" ?

De veras que sorprende, en el caso de Saulo Torón, esos brotes reivindicativos y satíricos en medio de una poesía 'impecable'. Pienso, por ejemplo, en este repentino e hilarante parte de guerra: "Un submarino teutón / nos echó otro buque a pique / y no habrá otra solución / que decirle a ese guasón: / ¡Amigo, no perjudique!" Es justo imaginárselo soltando lastre y descansando, al cabo, de su severa esencialidad y 'sauledad' solísima. Uno trata de aplicarse en ello al descubrirse ante su busto bajo el sol de Las Canteras. Obviamente, uno le pondera y comparte la gravedad de sus epitafios: "Mirar hacia el pasado? ¡Sombras solamente! / Mirar hacia el futuro? ¡Sombras nada más!". Pero, por eso mismo, celebra con creces la vigencia de sus reivindicaciones falsamente humoradas. El modo en que completa, por ejemplo, aquel cuarteto del inicio ("En este peñón Atlántico / hay que juzgar de este modo: / O eres del todo romántico / o eres imbécil del todo") con este otro cuarteto, no menos lúcido y digno de figurar ahora mismo en una pancarta de nuestras calles: "Acaben ya de una vez / la estulticia y la inconsciencia? / ¡Abajo la estupidez y arriba la inteligencia?!"

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