La Provincia - Diario de Las Palmas

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"El almacén visitable permite la visita sin el ritual de la sala expositiva"

¿Qué museo se encontró cuando cuando le encargaron su transformación?

Había, y hay, un plan director arquitectónico que debe desarrollar el museo como estructura . Pero se había producido una degradación en las condiciones de almacenaje y las obras comenzaban a correr peligro. Por otro lado, había finalizado el convenio con el Gobierno de Canarias por el que el edificio acogía la Sala de Arte Contemporáneo y quedaban libres la primera y la segunda planta. El tránsito era confuso, no se entendía el paso de una planta a otra. A esto se sumaba el déficit crónico de personal desde su génesis.

¿Por qué se decidió reconfigurarlo?

Por una extraña, y no habitual, confluencia de sensibilidad y urgencia en la administración . Nosotros insistimos en la necesidad de que toda la colección se mostrase públicamente, que no se ocultase nada, y para nuestra sorpresa esta propuesta creó entusiasmo frente a otras que propugnaban el cierre. Aunque escasos, existía además la posibilidad de movilizar recursos, humanos y materiales del Ayuntamiento, con lo que se pudo hacer mucho con muy poco. El Área de Cultura y otros servicios municipales, la directora del museo, Mari Carmen Duque, y el gerente en ese momento, Jerónimo Cabrera, no sólo mostraron comprensión del problema, sino un liderazgo claro.

¿Puede resumirnos las líneas de fuerza de su intervención?

El Museo Municipal fue el primer edificio concebido como museo en Canarias y pensamos que si poníamos de manifiesto su estructura museográfica y museológica lo haríamos también con lo que somos como sociedad. En todo esto hay mucho de Fernando Estévez, director del Museo de Historia y Antropología de Tenerife. Fernando es uno de los intelectuales clave para entender la España de los últimos cuarenta años, alguien que ha propiciado la comprensión del museo como espacio crítico y hecho posible un discurso que me ha permitido entender Canarias y que, a la vez, tiene una universalidad apabullante. Creímos fundamental entonces concentrar la mayor parte de nuestros esfuerzos en crear un almacén visitable que, por un lado, permitiera estabilizar la humedad y la temperatura, y, por otro, posibilitara el acceso total del público a las obras. Hay una tendencia a entender el discurso museístico como algo necesariamente razonado y aséptico pero los gabinetes surgieron sin afán de catalogación. El almacén visitable recoge esa idea y permite un acercamiento a la obra vaciado del ritual de la salas expositivas. Paradójicamente, el abigarramiento invita a demorar la mirada porque el espectador indaga en loque le llama la atención, sin que nadie le diga qué mirar y cómo hacerlo.

Uno de los referentes que gravitan sobre su intervención es el de la arquitecta Lina Bo Bardi.

En el Museo de Arte de São Paulo Lina Bo Bardi plantea un sistema de paneles de vidrio que permite ver no una sino varias obras a la vez, en un juego de relaciones que escaparán siempre al control absoluto del comisario. Hay en ella una ironía y una comprensión del territorio en el que opera que cuestiona de forma fascinante la modernidad. Por lo demás, mi mirada, como la de Israel Pérez, que me ha acompañado en este proyecto, está mediatizada por el arte contemporáneo, de modo que, además del influjo de Bo Bardi, nos pesan narraciones como la de Robert Smithson en Hotel Palenque

Desde tarjetas de visita de gente que ha pasado por el museo hasta el Tríptico de Nava

Nuestra llegada al museo venía precedida de una polémica un tanto interesada sobre el valor de la colección. Y entonces nos hicimos preguntas como: ¿Qué ocurriría si eliminasemos la cuestión cualitativa y nos centrásemos en la cuantitativa? ¿Qué otras historias contarían los objetos? ¿Qué nos ha llevado durante cien años a guardar cosas tan dispares? ¿Cabe secuestrar el orden de discurso por cuestiones disciplinares? El almacén visitable nos han permitido hacer partícipe a toda la ciudadanía de estos interrogantes.

¿Qué museos del espacio le interesan?

Los museos deben de manifestar su ideología, expresar abiertamente sus puntos de vista políticos. Hay algo tramposo en el cub blanco, ese espacio de pretendida asepsia que engulle y neutraliza cualquier discurso. Me abruma esa desideologización ficticia en la que todo significado se diluye, y lo digo pese a que mi formación y parte de mi trayectoria profesional se ha desarrollado en cubos-blancos. Por ello siento una reconexión con espacios como la Sala Verneau del Museo Canario, el Museo Néstor, la Cosmológica de Santa Cruz de La Palma, y, por supuesto, el Museo de Bellas Artes, porque no ocultan lo que son, ni el momento al que obedecen, algo que para mí supera en interés a los propios objetos que tienen expuestos.

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