La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

opinión

Cuando las papeletas son para el verano

No creo que los intercambios de impresiones políticas impidan levantar ahora la veda para dar con un tiempo peculiarmente elástico, zumbón y diletante

Cuando las papeletas son para el verano

Verano -dijo el clásico- es "eternidad razonable". Esta vez más eternidad y más razonable que nunca, dado el blablablá que nos aguarda con el zapping desde la tumbana, a sabiendas de que historia sólo se repite como parodia. Del carbón para los niños malos de las antepasadas elecciones al de las parrillas para los asaderos, a fuego lento. Los del frustrado surpaso entonarán, seguramente, "Eva María se fue buscando el sol en la playa, con su maleta de piel y su biquini de rayas? Ella se marchó y sólo me dejó recuerdos de su ausencia; sin la menor indulgencia, Eva María se fue"? Mientras que los potenciales pactistas mediopensionistas, cantarán, primero por pasiva, en simulacro de choque frontal, y después por activa, con sinuosos ritmos de lambada: "Mariano me quiere gobernar, y yo le sigo-le sigo la corriente, porque no quiero que piense la gente que Mariano me quiere gobernar". Y este último, que acaba de dejar constancia de que en este país funciona muy bien el arte de hacerse el loco y mirar para otro lado, sin desplazarse de la orilla (ese siniestro y flagrante dictum del coco de la infancia, de que "quien no se ha escondido tiempo ha tenido") podrá hacer como Georgie Dann y cantar en funciones, por enésima vez, La barbacoa ? Nos aguardan tórridos días de la marmota y el marmitako -y tu taco, y su taco?-, en este verano del centauro, en el que, a medias toca ligar bronce y, acto seguido, arroparse para preservar marfil. Un verano en que se evidencia como nunca que, al margen de un par de productos asociados, cada vez más indefinidos y ubicuos, consumibles en cualquier época del año, como la "canción del verano" o el "tinto de verano", no existe ya el veraneo y ni siquiera un ámbito específico de esta estación?

Qué bien jugarán al escondite inglés (emulando al Brexit) el calor y la sombra, que, a decir de Jean-Paul Sartre, van de la mano, pues "El sol es siniestro". Y en lo cual redunda, con mayor fuerza lírica, esa perla imperecedera de José María Valverde: "El sol lo toca todo como un ciego...". Es, según lo concibieron Georges Bataille y Samuel Beckett, respectivamente, "el ano solar", y la ensoñación del "esfínter del cielo". Y ya es casualidad que el Brexit se haya producido, ni antes ni después, en el redondo año de la conmemoración del cuatricentenario de la muerte de Shakespeare, cuyo Próspero clama, desde la isla de La tempestad: "Estamos hechos de la misma materia que los sueños y nuestra corta vida se cierra con un sueño".

No creo que los intercambios de impresiones políticas impidan levantar ahora la veda para dar con un tiempo peculiarmente elástico, zumbón y diletante. Pero, en la medida en que, en medio de la dislocada rentré política, se emborronan las fronteras, entre ocio y negocio, entre hipótesis de vacación y de trabajo, caen los atributos específicos del verano. La cuestión de fondo radica en que, a raíz de la hegemonía digital, el tiempo físico y el tiempo social andan dislocados. Quizás sabemos que es verano sólo porque ya ha dejado de ser primavera en El Corte Inglés. Y porque -en los mejores casos- las empresas dejan de embarazarnos y nos dan el mes para que vivamos el período a pierna suelta. Mientras la luz se alarga, el deseo se vuelve más consciente, y, a la vez -acaso como antídoto de la provisionalidad-, nos volvemos más zumbones. No obstante, como solía argumentar el filósofo Agustín García Calvo, "cuando insisten tan obstinadamente en proclamar que hace frío en el invierno y calor en el verano (pues, ¿qué sería, si no, de los abrigos de astrakán y de los hoteles a la vera de las playas?) no puede uno menos de sentirse invadir por la desconfianza".

Pese a la ilusión de atemporalidad ("Puertas abiertas a un salón vacío / donde se pudren todos los veranos", escribió en Piedra de sol Octavio Paz), ya no se trata tanto de un vaciado específico en el almanaque, o de una suspensión inherente a una estación determinada, cuanto de una actitud o un estado de "disponibilidad". Como analizó en su día el sociólogo Jesús Ibáñez, autor de Más allá de la sociología, "al estar el verano en todos los lugares y en todos los momentos, está ya nunca y en ninguna parte". Sin identidad alguna, carente de atributos espacial y temporal, se le identifica como algo susceptible de saltar como un resorte en cualquier instante y rincón, donde sea y cuando sea, con tal de que "puedas... oscurecerte la piel con bronceadores, deambular por las autopistas, visitar como un loco monumentos y comercios; que puedas como un zombi, trasnochar, trascomer, trasbeber, trasfollar... simular la trasgresión a toda costa".

Ese poder de simulación, de adquirir el estatus de trasveraneante, con la veda masivamente levantada en estas fechas, sigue siendo, no obstante, un duro trabajo remunerado en prestigio. Irse de vacaciones para poder presumir de que se ha ido de vacaciones. Varían los parajes, pero permanece intacta la ambición esencial de las señoritas de la clase media madrileña que, a mediados del siglo pasado, se recluían en sus casas y bronceaban en los balcones para poder presumir de que habían pasado la temporada en un chalé de Villaviciosa de Odón. Lo que aumenta es el compulsivo destajo, el prestigio de la lejanía, la sofisticación para perfeccionar la prueba o el botín que se exhibe en el retorno, que ahora llevamos incorporado en el apéndice del móvil.

Uno de los lemas más extendidos podría ser: Ganarás el pan del prestigio con el sudor de tu frente sobre la hamaca. Esto puede acometerse en plan desaforado, o bien, más familiarmente, reproduciendo los esquemas dejados en origen. Ibáñez estipuló en su día dos modelos de "trasveraneantes", que no sólo continúan vigentes, sino que, incluso, al rebufo de la crisis se han exacerbado:"El zombi sin sepultura" y "El caracol cargado de implementos".

Éste último, fiel heredero del seiscientos de la clase media -desde los Planes de Desarrollo hasta Verano azul-, es el utilitario familiar atiborrado, con la suegra, el tiesto y el loro incluidos, que se limita a trasladar el aura doméstica hasta la entrada de la tienda del camping o la mesita del clónico apartamento. El otro modelo, el "zombi sin sepultura" (cuya imagen paroxística la alcanzan hoy los adolescentes haciendo botellón hasta el alba, o agolpados en cualquier "afterhours", precisamente en cualquier tiempo y lugar), lo encarnan los herederos de "mientras el cuerpo aguante". Son los émulos de la célebre "jet" -otra antigualla- y de cuantos optan por darse de bruces con la borrosa imagen de previsión meteorológica que legara el vanguardista Agustín Espinosa: "En aquella estación, el sol salía y se ponía siempre a una misma hora".

Por lo demás, conforme a la "desconfianza" señalada por García Calvo, ya no ofrece garantías aquella animada vocecilla que antaño aseveraba: "Yo sé que este verano te vas a enamorar". Dionisos ya no anida entre nosotros, sino que, en todo caso, Apolo se va unos días de vacaciones. Eternidad razonable, sí, pero cuya inmanencia sólo podemos vislumbrar un instante: al trinchar, por ejemplo, un tropezón en la paella, luego de haber aguardado durante horas para pillar mesa (o nicho) en el hangar petado de la playa global. Y revalidarlo después, en el apartamento, haciendo zapping?

Compartir el artículo

stats