La Provincia - Diario de Las Palmas

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Ese claro objeto del deseo, según su viuda, Elisa Breton

Elisa Breton y Martín Chirino en la inauguración del CAAM (1989). LP

A su paso por Las Palmas, en diciembre de 1989, con motivo de la inauguración del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), Elisa Breton, la viuda del poeta, aseveró que, sobre todo, en la última etapa de su vida, "Andrè pasó penurias para no renunciar a la coherencia". Ella misma fue el motivo que inspiró Arcane dix-sept, otro texto emblemático de Breton, donde da alucinada cuenta del encuentro fortuito de ambos en Nueva York, un 'automático' flechazo del que surgiría el amor vitalicio, y para ambos sus segundas nupcias. Fallecida en el año 2000, esta chilena siempre sonriente, menuda y delicada, incidía en la enorme devoción de Breton por los objetos. "A mí me desconcierta que la gente llame colecciones a los objetos que poseía; para él fueron siempre seres animados, prácticamente personas a las que acoger y escuchar, y no reunir o coleccionar: cada nueva adquisición era un huésped con todos los honores en la casa, y esa actitud se reflejaba luego en su escritura". Recuerdo que, al preguntarle por la edad, arguyó sonriente: "Los seguidores del surrealismo cumplimos muchas cosas, pero nunca años". Aunque si explicó que cuando conoció a Breton, ella tenía la mitad de su edad.

"Vivimos en condiciones muy precarias hasta el último momento, precisamente por la absoluta coherencia de Breton, y su renuncia activa a cualquier tipo de premio o distinción literaria. Estuvo dispuesto a pasar todas las penurias con tal de no dar su brazo a torcer a la cultura académica francesa". Aseguraba también que, más acá de las enmiendas programáticas de cara a la galería, Bre-ton fue siempre congruente con los principios surrealistas. "Nun-ca concibió el surrealismo como un concepto o una mera hermenéutica a volcar sobre la realidad, sino una vivencia constante, por cada poro, en cada mirada, en cada acción, y en el mínimo encuentro con cualquier persona o cualquier objeto. Muy distinta su actitud a la de tantos surrealistas que he podido conocer, limitados a interpretar una pose instrumental, ortopédica y para la ocasión. También era diferente a esos tantos otros que sólo monologan, incapaces de escuchar. Breton practicó siempre el diálogo y la escucha empática a los demás, incluidos los objetos".

Cuando se le preguntaba por el legendario autoritarismo de Breton, e incluso intransigencia, respondía: "De ninguna manera era Breton intransigente. Sólo, como le he mencionado, de una coherencia extremada, pero era muy abierto y receptivo, provisto de una gran generosidad, y, especialmente, con los más jóvenes, a los que adoraba. Porque él siempre miraba hacia adelante, jamás tenía en cuenta el pasado, no le intere-saba ninguna conversación enfocada a la nostalgia. Hasta el últi- mo instante siempre miró el porvenir". Tenía palabras elogiosas para Benjamín Péret, con quien se enroló en la célebre aventura tinerfeña. Pese a la larga nómina de compañeros de viaje surrealista que tuvo a lo largo de su vida -explicaba Elisa Breton-, tan sólo Péret fue "ese amigo entrañable, verdaderamente incondicional hasta el día de su muerte. Además se compaginaban a la perfección, porque Péret era el reservado y Breton el extrovertido. Yo los observaba muchas veces como dos dimensiones de una misma personalidad surrealista".

Rememoraba, por encima de todo, con su talante de ojos claros y modales cosmopolitas, aquellos paseos cotidianos que ambos daban, a la caída de la tarde, hasta los anticuarios y los mercadillos parisinos, y cómo, cada sábado -con la puntualidad de quienes asistieran a una misa surrealista-, se internaban en el mercado de Las pulgas, para husmear y hacer acopio de los más extraños objetos con que poblar el desértico cuarto de invitados. "Cuando le digo que él conversaba con los objetos no lo hago en sentido figurado, sino que lo hacía literalmente, se ponía a platicar con ellos". Reconocía, asimismo, que el preconizador de la escritura automática abominaba de los literatos metódicos. "Él no podía concebir esa disciplina ridícula de escribir tantas palabras o tantas hojas al día, que practicaban muchos escritores de la oficialidad académica. Para él el acto de escribir era una experiencia única, compulsiva y convulsa. Aunque, en las rachas más fértiles, se ponía a la máquina a las seis de la mañana, recién levantado, y precisaba mantener sus papeles y sus cosas en un cierto desorden, una amalgama sobre el escritorio que le inspirara visualmente la misma lógica surrealista", concluía.

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