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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Zafarrancho en casa

"Lo último que uno sabe es por dónde empezar" (Pascal). LA PROVINCIA / DLP

A la hora de poner orden en los libros apilados en la mesilla de noche, es fácil distinguir a un verdadero amante de la literatura de un cantamañanas: el primero, siguiendo el listado que hace Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero, atesora "libros que te llenan de una repentina e inexplicable curiosidad no fácilmente justificable, libros leídos hace mucho tiempo que es hora de releer, libros nuevos de autores o temas conocidos, libros que tienes intención de leer pero hay otros que tienes que leer antes o libros que siempre has pretendido haber leído y ahora es tiempo de sentarse y leerlos de verdad"; el segundo, sin embargo, acumula los libros más sobados, esos que se anuncian en revistas y en televisión o algún amigo nos ha hablado de ellos y que es pues como si también los hubiéramos leído.

Esto por lo que respecta a la mesilla de noche, pero ¿y el techo del armario? ¿Y el butacón grande (uno parte de un tresillo) que no tiene apenas uso por los libros que descansan encima? ¿Y el escritorio: en el primer cajón guardo "de momento" los siete volúmenes de En busca de el tiempo perdido de Marcel Proust; en el segundo, a Dostoievski, Tolstói y Turguénev; y en el tercero, los libros de Virginia Woolf? Es decir, tengo un problema de espacio o, quién sabe, de filantropía libresca que no se reduce sólo a las estanterías a rebosar de la biblioteca. En ambos casos los libros aumentan mucho más rápido de lo que los leo. Y el resultado es que mi apartamento se ha llenado de libros sin sosiego, como peces en poca agua.

En cierto modo, el paso de la época en que los libros eran objetos valiosos a ésta en que me invaden, ha sido demasiado repentino. Me encuentro ante un conflicto: por un lado sigo aferrado a la vieja escuela según la cual un libro no se podía tirar (salvo los de Jorge Bucay) y, por el otro, a la nueva tendencia de acumular como si no hubiera un mañana, al menos uno para los libros, como en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury: "Los libros [...] son la guardia pretoriana de César, susurrando mientras tiene lugar el desfile: 'Recuerda, César, que eres mortal'. La mayoría de nosotros no podemos salir corriendo por ahí, hablando con todo el mundo, ni conocer todas las ciudades del mundo, pues carecemos de tiempo, de dinero o de amigos. Lo que usted anda buscando, Montag, está en el mundo, pero el único medio para que una persona corriente vea el noventa y nueve por ciento de ello está en un libro. No pida garantías. Y no espere a ser salvado. Realice su propia labor salvadora, y si se ahoga, muera, por lo menos, sabiendo que se dirigía a la playa".

Ayer me levanté con la intención de hacer zafarrancho en casa. ¿Por dónde empezar? "Lo último que uno sabe es por donde empezar", escribió Pascal. He recordado esta frase tantas veces como me he visto devolviendo los libros a su sitio y diciéndome "de momento lo guardo". Pero hoy, a pesar de todo, he hecho un esfuerzo y he venido hasta el escritorio y aquí estoy sentado, decidiendo cuál cajón abrir primero. De momento lo dejaré hasta que termine este artículo. Que tampoco hay tanta prisa.

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