La figura de un genio excéntrico, encarnado en la forma de un pianista canadiense, que existió de verdad y se llamaba Glenn Gould, fallecido hace treinta y cuatro años, es la excusa perfecta para componer un relato minimalista que trata de comprender lo incomprensible, que no es otra cosa que las raíces del talento. Al ser imposible reflejar la música en un medio como la novela gráfica, la autora, Sandrine Revel, se ha concentrado en tratar de reproducir con todo detalle los gestos de Gould, a veces hasta cubrir páginas enteras sin diálogos sobre este aspecto. En dicho sentido es indudable que la principal fuente de inspiración que ha empleado la autora en su sorprendente labor de investigación ha sido el documental Treinta y dos cortos sobre Glenn Gould, realizado por el director François Girard en 1993, porque del mismo modo Revel trata de acercarse al genio mediante entrevistas con sus conocidos y recreando escenas de su vida. El resultado es un cómic que mediante un estilo sencillo, y una paleta de colores tímidos y apagados, reúne viñetas de gran belleza que desprenden una ágil e interesante lectura, pero al final el enigma no se revuelve.
