La Provincia - Diario de Las Palmas

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Letras río de janeiro 2016

Letras olímpicas

La historia de los Juegos, con parada ahora en Río de Janeiro, ha dejado grandes hazañas deportivas que no han pasado desapercibidas en el mundo de la literatura

Nadia Comaneci, en Montreal 76

El 3 de septiembre de 1960, tras presenciar la ceremonia inaugural de los Juegos de la XVII Olimpiada en el Estadio Olímpico de Roma, Pier Paolo Pasolini publicó un artículo titulado 'Un mundo lleno de futuro' en Vie Nuove -la revista del Partido Comunista italiano-. En esas líneas, el escritor, poeta y director de cine italiano dejó atrás su incredulidad inicial sobre la cita deportiva -reflejada en un texto anterior, en el mismo magacín, que respondía al encabezado de 'Olimpiadas de Roma, 1960' y en el que consideraba que la cita sólo traería beneficios para la burguesía romana- para lanzarse con entusiasmo a la presencia de extranjeros en la capital transalpina -"a mi alrededor", contaba rumbo del recinto, "caminaba con calma, casi en silencio, una multitud completamente nueva; los vestidos eran más vivos y al mismo tiempo más modestos que los nuestros, las caras y los cuerpos menos bellos pero más sanos, las sonrisas sin ironía ni vulgaridad, pero también un poco sin vida (...)"- y al espectáculo del primer día de los Juegos.

En el Estadio Olímpico, que según Pasolini "estaba lleno como en los derbis Roma-Lazio", el artista italiano disfrutó con el desfile de las naciones presentes en la competición.

Mal recibimiento a España

Celebró que Grecia abriera la comitiva, consideró -a partir de la visión de sus atletas- que Estados Unidos y la Unión Soviética eran las naciones modernas del momento y recalcó que la delegación de España -bajo el régimen franquista- fue la única que no recibió un cálido recibimiento en las gradas.

En Roma 60, para muchos el punto de partida del movimiento olímpico como negocio -tras dejar atrás el periodo de posguerra tras la Segunda Guerra Mundial-, Pasolini se dejó cautivar por la delantera que formaron en la selección italiana de fútbol Rivera y Tomeazzi y por el boxeo de Cassius Clay, al que calificó como "desbordante" en el artículo 'Drama en el filo', el trabajo que cierra la compilación de textos sobre deporte del genio boloñés que la editorial Contra editó en junio del año pasado.

Ese libro, Sobre el deporte, se suma al boom de literatura deportiva que, este año, da un tamiz olímpico a las letras con el eco, al fondo, de los Juegos que se celebran desde el 5 de agosto en Río de Janeiro.

En Roma, ante los ojos de Pasolini -quien llegó a asegurar que "los deportistas están poco cultivados, y los hombres cultivados son poco deportistas. Yo soy una excepción"-, el mundo descubrió a Cassius Clay antes de que el coloso nacido en Louisville, en 1942, se despojara del apellido de esclavo de sus antepasados y se rebautizara como Muhammad Ali. Fallecido el pasado 3 de junio, el púgil estadounidense es una de las figuras del deporte con más resonancia en la literatura. Fascinó sobre el ring, al flotar como una mariposa y picar como una abeja, a gente de todo tipo y condición. Y entre su legión de admiradores siempre sobresalió un periodista y escritor de primer nivel: Norman Mailer, que entendió como nadie la figura de Ali.

En 1971, tras varios años sancionados por negarse a combatir en Vietnam y después de ser despojado del título de campeón del mundo por esa rebelión, Ali retó a Joe Frazier en el Madison Square Garden, perdió el combate a los puntos pero se ganó el respeto del mundo, que le daba por acabado tras la inactividad. Nadie mejor que Mailer, con su trabajo En la cima del mundo (451 Editores), explica ese momento -desde la batalla de egos entre dos gigantes del boxeo hasta la creación del personaje Muhammad Ali, una figura que trascendió más allá del ring-.

La relación entre Ali y Mailer, por fortuna para cualquier lector -sea aficionado o no al boxeo- no se quedó ahí. En 1974, Don King organizó el combate del siglo en Kinsasha (Zaire) al calor de los dólares que desembolsó el dictador Mobutu Sese Seko, y al escritor de New Jersey -uno de los padres del nuevo periodismo- le salió una joya: El combate (Contra), un libro que vale tanto como un curso de reporterismo, literatura y deporte. Todo junto. En sus páginas, Mailer cuenta al detalle todo lo que sucedió en el corazón de África durante un duelo en el que un Ali crepuscular ganó a un George Foreman joven, defensor del título, de pegada demoledora y claro favorito. En Zaire, a Ali, el dio por encajar y ejercer como fanfarrón -"¿esto es todo lo que tienes, George?", le espetó a Foreman tras encajar un directo en la mandíbula- para recuperar el cinturón de campeón del mundo.

Septiembre Negro

En1972, la selección española de baloncesto se presentó en los Juegos de Múnich con un equipo que prometía más victorias de las habituales. Con Antonio Díaz Miguel al mando y con jugadores como Buscató, Ramos, Brabender, Luyk, Rullán o Enrique Margall, España aspiraba a estar en el pelotón que luchaba por las migajas que dejaban las dos grandes potencias del circuito: la URSS y Estados Unidos.

Y allí, entre los elegidos por Díaz Miguel, estaba un grancanario ilustre: Carmelo Cabrera, por entonces una de las sensaciones del Real Madrid que peleaba habitualmente con el Pallacanestro Varese por ser campeón de la Copa de Europa. En Baviera, el base formado en las canchas del Claret de Las Palmas de Gran Canaria, con 22 años, fue testigo de uno de los capítulos más negros del movimiento olímpico: el secuestro y asesinato de once integrantes del equipo de Israel por parte del grupo terrorista palestino Septiembre Negro.

Alojado, en la Villa Olímpica, enfrente de la delegación israelí, Cabrera fue testigo del asalto inicial de los terroristas, un capítulo que aparece bien detallado en la biografía del jugador grancanario -Carmelo Cabrera. El Globetrotter blanco (Círculo Rojo)- escrita por el periodista tinerfeño José Luis Hernández y publicada en enero de 2016.

Cuatro años después de la masacre de Múnich 72 -una historia que Steven Spielberg llevó al cine-, en Montreal 76, el protagonismo volvió a la competición deportiva. Y lo hizo a lo grande, con unas de las hazañas más bellas en la historia de los Juegos. En Canadá, Nadia Comaneci, una desconocida niña rumana de 14 años, hizo lo imposible: firmó un 10 en la prueba de asimétricas, algo nunca visto -los marcadores electrónicos, entonces, sólo tenían un dígito para los números enteros y dos para los decimales, por lo que tuvieron que escribir un 1.00- y revolucionó el mundo entero por su talento para convertir la quimera de la perfección en algo sólido.

Deporte y política

Casi 40 años después de que Comaneci brillara en Montreal 76, Lola Lafon rebusca en la hoja de servicios de la estrella rumana para firma una obra que cuenta mucho más que una hazaña deportiva. En La pequeña comunista que no sonreía nunca (Anagrama), la escritora francesa reconstruye la infancia feliz de la gimnasta bajo el régimen de Nicolae Ceausescu, su rutina de trabajo a las órdenes de Béla Károlyi y su esposa Marta, su eclosión en los Juegos de la XXI Olimpiada, su vida como estrella en la Rumanía comunista, su fuga rumbo a Estados Unidos -pocos días antes de que cayera el dictador- tras los pasos de sus entrenadores y su desencanto posterior con el mundo capitalista.

El libro, en el que la propia Comaneci realiza apuntes a través del intercambio de correos electrónicos con la autora, sirve para repasar y analizar los vaivenes políticos de Europa durante los últimos 40 años y, pese a su título, subraya el desengaño de los rumanos tras la caída del régimen comunista -el paro, los salarios bajos, el consumismo desatado o los privilegios de unos pocos (incluida la iglesia ortodoxa)-.

Con el desmantelamiento de la URSS y sus países satélites, con el fin de la Guerra Fría y el desmoronamiento del Telón de Acero, el Comité Olímpico Internacional (COI) -con el catalán Juan Antonio Samaranch al frente-, convirtió los Juegos en una máquina de hacer dinero. Atrás quedaron los boicots de carácter político que marcaron las ediciones de Moscú 80 -Estados Unidos no participó por la invasión soviética en Afganistán- y Los Ángeles 84 -la URSS y otros países comunistas no enviaron a California a sus deportistas por una acción militar de Estados Unidos en la isla de Granada-.

Ese viaje del movimiento olímpico hacia la modernidad se fija en Barcelona 92. Allí, por primera vez, el COI permitió que los jugadores de la NBA participaran en el torneo de baloncesto. Allí nació el término Dream Team, un calificativo -equipo de ensueño- que definió a la perfección la combinación de estrellas como Magic Johnson, Michael Jordan, Larry Bird, Charles Barkley, Pat Ewing, Scottie Pippen, John Stockton, Karl Malone, Chris Mullin, Clyde Drexler, David Robinson y el rookie Christian Laettner. Todos, a las órdenes de Chuck Daly, padre de los Bad Boys -los Pistons de Detroit- y que llegó a definir así a aquel equipo: "era como juntar a los Beatles y a Elvis, como viajar con 12 estrellas de rock".

Un libro, obra de Jack McCallum -periodista de Sports Illustrated y autor de la denominación Dream Team- cuenta mil y un anécdotas sobre aquella compilación de estrellas. Desde la primer selección, el veto a Isiah Thomas, el recelo -incluso de tono racial- sobre la figura de Laetnner, la derrota secreta ante un equipo de universitarios durante la preparación, la fricción entre los egos de tanta estrella y un ensayo de máxima exigencia entre los miembros del propio Dream Team -cinco contra cinco a todo trapo- disputado en Mónaco.

Barcelona 92, además de abrir el coto a la NBA, marcó el punto de inicio del impulso para el deporte español. El programa de Ayuda al Deportista Olímpico (ADO) mejoró las condiciones para el desarrollo de los atletas de deportes minoritarios y esa apuesta se transformó en una buena suma de medallas para España -22, 13 de oro; una cifra que le permitió ser sexto en el medallero-.

Edad de oro para España

Después de Barcelona 92 llegaron los triunfos de La Roja en las Eurocopas y el Mundial, la explosión de la generación del 80 en el baloncesto -Gasol, Navarro- , la irrupción de Rafa Nadal en el circuito de la ATP o la aparición de grandes campeones en diferentes especialidades -Fórmula Uno, motociclismo, vela, hockey o ciclismo-.

La literatura no se ha olvidado de los campeones españoles. Sergi López-Egea, periodista especializado en ciclismo en El Periódico de Catalunya y que ya había firmado alguna delicia con Carlos Arribas (El País), casi ha convertido el Tour de Francia en un género con sus Cuentos del Tour (Cultura Ciclista).

En ese auge que une deporte y literatura, uno de los personajes con más tirón es Pep Guardiola. Oro en Barcelona 92 como mediocentro titular de la selección española de fútbol, su papel como entrenador del Barça desató pasiones sobre su figura. Sin embargo, el trabajo más fino sobre su labor en un banquillo lo firma Martí Perarnau -atleta olímpico en Moscú 80- que en Herr Pep (Corner) examina con la precisión de un cirujano la metodología aplicada por Guardiola en su primera temporada al frente del Bayern de Múnich.

En los Juegos, a veces, no solo los deportistas son los protagonistas. En España, la voz de esta cita es Paloma del Río, una periodista de primer nivel que en el imaginario colectivo ya está ligada a las Olimpiadas y que en 2015, gracias al crowdfunding, logró editar Enredando en la memoria, una obra marcada por los Juegos.

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