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Las mujeres perfectas

Acantilado publicará en septiembre el libro 'Retratos de mujeres', donde el crítico francés Sainte-Beuve glorifica los salones literarios y sus anfitrionas

Las mujeres perfectas

Si toda la literatura francesa del siglo XVII, en sus diversas formas, no es sino una continua "discusión acerca del hombre", con alguna excepción como la de Madame de Sévigné, infatigable escritora de cartas a otra mujer, Madame de La Fayette ("Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar"); se podría decir que el siglo XVIII es una continua discusión acerca de la mujer, cuya aspiración a vivir en el mundo y a disfrutar de él pasó a ser el tema principal de conversación en los cafés y en los salones de París, en el Club de l'Entresol, en el Hôtel du Maine, donde Luisa Benedicta de Borbón (1676-1753) mantuvo un salón popular, o en los de Madame de Tecnin (1682-1749) y de Madame du Deffand (1697-1780) y más tarde, en el de Mademoiselle de Lespinasse (1732-76).

Si el matrimonio no era bueno para el hombre, como escribió Diderot en una voz de la Enciclopedia, tampoco lo era para la mujer, cuya condición ya había sido tratada por Marivaux en la comedia El legado (1729) y por Madame de Lambert, en las Reflexiones sobre las mujeres (1727), muchas de ellas surgidas durante las reuniones que celebraba en su casa los martes y los miércoles, este último día abierto a los artistas, músicos, literatos y extranjeros de paso por París. En estas reuniones se hacían lecturas y se trataban cuestiones sobre el poder de la mujer o discusiones sobre la igualdad de los dos sexos. Sus reuniones favorecieron las creaciones espirituales más elevadas y también fueron el reducto de la crítica literaria, la antesala de la Academia y para algunos, cuna de la Enciclopedia.

Viene todo esto a cuento de la publicación a primeros de septiembre de Retratos de mujeres (Acantilado), donde el controvertido crítico francés Sainte-Beuve (el mismo a quien Marcel Proust dirigió sus dardos en Contra Sainte-Beuve) traza la evolución e influencia del salón literario precisamente a través de los retratos de catorce mujeres cultas y refinadas convencidas de que para cambiar la realidad social era necesario cambiar la opinión de los hombres: Madame de Sévigné, Madame de Longueville, Madame de La Fayette, Ninon de L'Enclos, Madame de Caylus, Madame Du Deffand, Madame Geoffrin, Madame de Pompadour, Madame d'Épinay, Mademoiselle de Lespinasse, Madame Roland, Madame de Duras, Madame de Staël y Madame Récamier, cuyo saber escuchar, su sencillez, su belleza y su desenvoltura hacían las delicias de los visitantes del majestuoso palacete en la rue Moint Blanc del París posrevolucionario y napoleónico.

Aunque Sainte-Beuve nunca fue afortunado en el amor (era bajo y rechoncho, tenía una voluminosa papada, y su chaleco de paño no podía ocultar una prominente barriga), sus Retratos de mujeres dicen mucho de su admiración por ellas y por su falta de artificio: "Madame de Sévigné era completamente sincera, abierta y enemiga de los falsos pretextos. A ella, antes que a ninguna otra, pudo aplicársele el adjetivo de persona vraie, 'sincera', 'franca'; habría inventado esta expresión para su hija, si es que La Rochefoucauld no hubiera dado con ella para Madame de La Fayette. [...] Ella se situó [con sus cartas], sin quererlo y sin saber bien cómo, en la primera fila de los escritores de nuestra lengua".

El deseo de tener un espacio propio es una aspiración universal, y estas figuras históricas, refinadas e inteligentes, descritas por Sainte-Beuve en Retratos de mujeres, tuvieron el suyo propio en el salón de su casa: "Su gran arte en sociedad, uno de los secretos de su éxito, era apreciar el talento de los demás, hacerlo valer y parecer olvidar el suyo propio. Su conversación no estaba nunca ni por encima ni por debajo de aquellos con quienes hablaba; tenía la mesura, la proporción y el sentido de lo conveniente". Todos quienes realmente deseen conocer a Germaine Necker, más conocida por el apellido de su primer marido como Madame de Staël, Mademoiselle de Lespinasse o Madame de Pompadour, sin necesidad de consultar un pesado tomo académico, deberían leer este libro.

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