La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

lecturas NOVEDADES

Sobre el culto literario a Antonio Padrón

Un libro monográfico promovido por su Casa-Museo se adentra en la obra del artista galdense a través de una treintena de textos de autores actuales

Padrón con una de sus piezas más emblemáticas. LA PROVINCIA / DLP

Hay en el Noroeste isleño un santuario cultural y multisensitivo que tiene como ídolo al artista galdense Antonio Padrón. Su Casa-Museo es ese santuario, hacia donde peregrina el mayor número de visitantes que recibe la Corte de los Guanartemes, según el registro estadístico. En él se rinde culto al extraordinario pintor, al aura visual identitaria que emana su obra, al pensamiento estético que despliega, y al entorno sensitivo que lo rodea. Pues también hay un ameno jardín de plantas exóticas que complementa la expansión anímica producida por la contemplación de su obra. Sentarse en uno de sus bancos y contemplar flores, nidos, la fuente central (en proceso de reparación) o los gatos acogidos al lugar es siempre gratificante. Se piensa: todo esto es también producción artística resuelta por Padrón; aquí serenaba su ánimo de las intermitencias emocionales descritas en sus cuadros; aquí descansaban sus incansables manos de sostener pinceles y paleta de colores; aquí regresaba a su infancia, pues casi toda su vida transcurrió en esta cuadrícula esquinada entre la calle Drago y la Calle Larga.

Literatura tenemos, se dirá de lo hasta ahora expuesto. Pues sí, porque no hay otro modo de rendir con palabras las vibraciones que produce tal conjunción de estímulos. Tanto es así que no es extraño que este culto se haya vuelto paginable en cuatro entregas de los Escritos a Padrón, una feliz iniciativa de la dirección de la Casa-Museo de su nombre, que recoge lo más granado de la literatura canaria actual. Eso sí: monotemática, puesto que se trata de acompañar a un determinado cuadro, dibujo o boceto elegido por el escritor o escritora invitado a participar en una iniciativa a la que no encontramos parangón en el Archipiélago. Ejercicio pautado pues, que se ha ido deslizando en los cuatro volúmenes desde el arrobo de la mera contemplación /evocación descriptiva tan propensa a la proyección biográfica del escribiente, hasta ocasionalmente al de la interpretación erudita, atendiendo a aquella máxima de nuestra edad clásica: Ut pictura poiesis (Tal como es la pintura, así es la poesía). Ello dará ocasión a los estudiosos para calibrar de modo transversal la fibra estilística que ha ocupado a varias generaciones actuales como las que han sido convocadas creativamente, ante una determinada autoría pictórica. Hay por aquí cultos literarios de estirpe genealógica (la revista Millares), institucionales (Moralia, Anales Galdosianos, etc.) y faltaba exactamente el protocolo cultual relativo a la simbiosis de un escritor frente a un cuadro.

La cuarta reciente entrega (*) se abre con un emocionado y descriptivo poema de Ventura Doreste en conjunción con un Autorretrato del pintor fechado en 1951 "(?) pulsando la guitarra luminosa / y la oscura nostalgia /luz sombría del ser (?)" (pg. 12). El esbozo de una Cabeza de mujer (1953) suscita en el galdense de adopción Pascual Calabuig - recordado como competente periodista deportivo - un emocionado despliegue de añoranzas personales, ciertas conexiones memorísticas con el cuadro La tienda, al tiempo que alude a ciertas claves biográficas de Don Antonio ("un amor imposible", "una limpia amistad") que siempre han circulado en la discreta especulación de sus paisanos. En este sentido cabe añadir que, mientras sigan vivos sus contemporáneos vitales, siempre habrá algún regüeldo memorístico que se exprese en la emocionada textualidad de tan directa vivencia. Es lo que sucede con el que corresponde a Francisco Bolaños - maestro galdense y reconocido humanista - quien, comentando el Óleo nº 3 (1962), pone en marcha una conversación entre documental e inventiva que recrea mesturadamente la realidad y la intuición dialéctica de lo que pudo ser un cruce de ideas entre el autor del texto y el pintor. Agilidad en clave de situación teatral la de Bolaños, pues incluye en su recreación a Rafael Padrón, a César Ubierna y a Ernesto Mateo, que ha musicado el óleo de referencia. Un curioso texto que rompe los esquemas genéricos al uso en estos Escritos a Padrón, casi siempre sujetos al dúo poema / prosa creativa.

El módulo conversatorio es también el elegido por Juan Carlos de Sancho cuando se trata de comentar el óleo En la exposición (1964). Este autor plantea una mistura de parodia y reflexión, dialogando con las campesinas representadas en el cuadro, con un evidente disfrute en clave de pantomima escénica, puesto que se trata de mujeres sabidas, e incluso resabidas, dado que aluden a Aristóteles, Magritte y Gauguin con oportuna soltura. No trata de la incomprensión del arte abstracto por un pueblo analfabeto, habituado a los santos de iglesia y al realismo como idealidad estética, sino que margulla en la pertenencia, tal como el modelo de fijación lingüística habla desde Jakobson, Coseriu, y el resto de los especialistas del concepto de pertinencia semántica, muy oportuno para el lienzo y el ajuar cultural que nos ocupa.

Victoria Galván, en su texto sobre el mismo cuadro, practica la hermenéutica de la recepción del arte. Su lúcida interpretación teoriza sobre el comportamiento social en el consumo del arte, apoyándose en el dictamen de Duchamp: El espectador hace el cuadro. La fenomenología del "cuadro dentro del cuadro, el espectador del cuadro y la recepción de la obra de arte" motiva la lectura analítica de Galván, en base a la convicción que tenía el artista galdense sobre la accesibilidad de la comprensión de su obra. Un texto muy interesante que, al socaire de Padrón, avanza argumentalmente sobre la receptividad de las corrientes estéticas del siglo que, si bien se fue, permanece.

Y siguiendo con lo excepcional, es la palabra justa para referirnos a la tesis desplegada por la profesora escocesa y canaria de adopción Margaret Hart Robertson sobre el apupú (abubilla) padroniano, todo un despliegue de sabiduría investigadora y de empática sensitividad con la esfera cultural canaria. Juzgamos que su aportación es una de las más completas de estos Escritos, porque hasta ahora nadie había reparado en el ave maloliente y desapercibida en la mitología de Padrón. En que la sankofa diera tanto de sí: un animal sagrado que - según su interpretación - es la misma Casa-Museo. Nos descubre un icono cultural inseparable ya del bestiario simbólico del pintor galdense. Tiene que venir gente de afuera para abrirnos los ojos. Pensamos en Lady Olivia Stone, escandalizada a finales del s. XIX, cuando vio que la Cueva Pintada era un vertedero que ocultaba una joya del Neolítico, y así lo publicó universalmente en su famoso libro.

Por su parte, Alicia Llarena se explaya en un monólogo de altísimo nivel literario y sicológico comentando el cuadro Echando las cartas (1960), donde una de estas sibilas de la baraja española argumenta a una muchacha que vino a que se las echara los avatares que le suscita cada una de ellas. Ternura y vivencia íntima son marcas de la fábrica Llarena en su valioso texto, literalmente paralelo a la imagen elegida, reforzando el concepto cualitativo que tenemos de ella: cuidada estilística, hondura anímica y la coherencia que se ve en toda su obra.

Que no se sientan los autores,-as cuyos textos no recensionamos aquí, dada la brevedad espacial de que disponemos, aunque debemos citar al menos los preciosos poemas de Pedro Flores, Marcos Hormiga, Pedro Perdomo Acedo, Pepa Aurora, Antonio Arroyo, Astrid Ramos, Isa Guerra y Aquiles García, entre los 32 textos que acoge esta cuarta entrega. Así que bastará con decir que no hay texto malo, y que bastará comprobarlo leyendo el volumen entero. El aura cultual de Antonio Padrón se consolida en la musculatura literaria insular y toma estos Escritos como una nueva e insospechada revista literaria.

Un trabajo de excepción es pues este catálogo de obras de Padrón con textos que lo iluminan literariamente, otra de las señales de cierta dúctil creatividad y dinámica interactiva con la ciudadanía que ha surgido de la demostrada competencia de César Ubierna como gestor, activista cultural y director de su Casa-Museo, si bien auxiliado también en esta ocasión por Héctor Moreno. No pocos quebraderos de cabeza da localizar en la nómina de los escritores a quiénes quedan por convocar, qué obra eligen, plazo de entrega de originales, seguimiento con la imprenta, etc. El resultado es espléndido, cuidado al máximo: una gozada interdisciplinar. Todo un balón de oxígeno para el mortecino escenario de la literatura patria, siempre dispersa, atomizada en individualidades y falta de distribución ecuménica, de revistas, crítica y, desde luego, de lectores, porque lectoras haylas y son las más fieles a gozar de la letra impresa.

Pero Padrón da para más. Queda por ahondar, más allá de ese primer acceso perceptivo con que se suele abordarlo - el temático/documental, consistente en el ajuar civilizado canario: la figuración - otras dimensiones importantes como son su diacronía estilística desde la Piedad de 1945-49, académica y casi zurbaranesca, a la Piedad que dejó inacabada en el caballete en 1968: una tragedia hierática muy comentada en tanto proyectiva autobiográfica. Queda por abordar en hondura gestáltica la deriva de su síntesis compositiva hacia la geometrización de masas, a la abstracción, y su predecible fuga estilística en estos 'ismos' de no haber muerto tan joven. Localizar el marco cognitivo que nos dé acceso a las claves objetivas de su obra, no las intuitivas que hasta ahora hemos manejado. A tal respecto siempre hemos creído que el suyo es un expresionismo bastante complejo, con voluntad étnica criolla en varios frentes: los juegos infantiles, las labores artesanas y agrícolas, una ontología de derrumbe en sus mujeres amaguadas, los rituales de sanación, etc., siempre a la intemperie de los malos tiempos de la posguerra incivil. Pero sólo tangencialmente relacionable con el indigenismo canónico, pues si bien encaja en el contexto del motivo expuesto en sus cuadros, hay en el galdense una sintaxis que conduce más al pensamiento, a la filosofía vivida por él (su orfandad, sus silencios, sus enigmas y estigmas íntimos), que a la mera celebración ombliguista de lo que se ha dado en llamar canariedad, ese improvisado atrezo pespunteado a base de equívocos tópicos del subtrópico. Está claro que Padrón se contó a sí mismo en lo que pintaba, dibujaba, modelaba y horneaba, haciendo como que pintaba su entorno sincrónico vital, lo que no ocurre en los mayormente vitalistas del indigenismo.

Así hacemos los literatos: contarnos en lo contado. De nuestro arrimo a la plástica surgen libros como el que comentamos y recomendamos vivamente: un paseo por las Letras Canarias actuales, siempre de la mano del galdense: un bello príncipe que se recreaba con gacelas, orquídeas, guacamayos, guitarra y árboles exóticos en su reducto solitario, manchado de pintura y de savia de las plataneras de su finca familiar. Usando sus dedos para desflorillar racimos de plátanos o pintar cometas; tal como los literatos pasamos desde un original pergeñado a lápiz hasta el programa Word, donde el teclado vierte, afina y entrega lo escrito. Y, tal como concluimos aquí en las Islas un pacto, "¡Se dijo!": Ut pictura poiesis. Esto es Escritos a Padrón en su cuarta entrega.

(*) Escritos a Padrón. Catálogo de textos de autores canarios en torno a la obra de Antonio Padrón. Cuarta entrega. Cabildo Insular de GC / Casa-Museo Antonio Padrón. Las Palmas de GC, 2016.

Compartir el artículo

stats