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El arte o la vida

La editorial Seix Barral publica 'El camino del perro', de Sam Savage, donde el autor de 'Firmin' reflexiona sobre el acto de crear y el acto de vivir

En la última recta de su vida (el 9 de noviembre cumplirá 76 años), Sam Savage está saboreando las mieles de un éxito que hasta ahora se le había resistido. A Savage, filósofo reconvertido en carpintero, pescador y mecánico de bicicletas, le costó Dios y ayuda encontrar el camino, pero una vez cogió el carril con su primera novela, Firmin (Seix Barral, 2007), ya no ha habido forma de pararle. Tras Firmin, protagonizada por una rata que se alimenta de papel y, sobre todo, del espíritu de las palabras en el sótano de una librería de Boston, vinieron El lamento del perezoso (Seix Barral, 2009) y Cristal (Seix Barral, 2012), con el mismo éxito de ventas en todo el mundo. Ahora su editorial de siempre publica la que para mí es su mejor novela, El camino del perro, que comienza con una cita del poeta suicida John Berryman: "Tuve un estupendísimo golpe de suerte. Me morí".

El protagonista de El camino del perro, Harold Nivenson, un pintor fracasado y mecenas de artistas, no sólo no ha tenido esa suerte, sino que quién se ha muerto es su perro Roy. Desde entonces la vida de Nivenson se ha detenido, apenas se levanta de la cama y cuando lo hace es para espiar a sus vecinos a través de la ventana: "Siempre supe que hacer mientras Roy vivió. Un paseo por la mañana, un pis rápido a mediodía, un paseo largo por la tarde, cena a las seis, una vuelta a la manzana antes de acostarnos: una agenda que era como quien dice un programa existencial. Nunca me despertaba con la paralizante idea de no te-ner plan. Cuando salíamos juntos, Roy solía marchar unos pasos por detrás de mí, haciendo paradas para levantar la pata u olfatear algo, y alcanzarlo luego; pero en un sentido vital más amplio, era yo quien lo seguía".

En Bajo el volcán, Malcolm Lowry transfiguró el mundo del alcohol hasta convertirlo en un trasunto de la expiación del hombre. En El camino del perro, Savage hace lo propio con la soledad y el sentimiento de fracaso de su protagonista. Si Nivenson se considera un pintor menor es sólo porque "ocultando al artista podía ocultar el fracaso". Lo mismo podría decirse de su faceta de coleccionista: "Sé desde hace mucho que mis gustos artísticos están pasados de moda y son ridículamente románticos. Ahora me doy cuenta e que mis cuadros -que junté a lo largo de diez años de adquisiciones pacientes, que consideré cien por cien de vanguardia- eran ya, de hecho, descartes históricos. [...] Si no me faltara la fuerza física, los tiraría todos. Alquilaría un contenedor, lo situaría delante de la casa, y lo llenaría con los cuadros. Supongo que si lograra hacer eso me sentiría inconmensurablemente mejor, que estaría curado".

El camino del perro es bastante más que un texto elegíaco, la melancólica constatación de la decadencia de los seres y las cosas (cuadros, para ser más exactos); incluye también una crítica radiografía del arte contemporáneo en la figura de Peter Meininger, "un artista grande que produjo arte menor", al que Nivenson acoge en su casa tras abandonar a su mujer y a sus dos hijos en Múnich: "Peter Meininger era un caso típico. Él y yo tendríamos que estar en un museo de casos típicos. En el momento mismo de conocernos detecté que ya iba camino del fracaso. Estaba totalmente abocado al fracaso, y toda su lucha por conseguir el éxito consistía precisamente en eso, en luchar por el éxito para así fracasar.[...] Fue California quien lo convirtió en fenómeno de las tendencias artísticas, en una especie de intelectual de pega, en desplegable de revista cultural".

Sin abdicar nunca de la poética dramática que sustenta la narración en primera persona de Nivenson, El camino del perro es un texto luminoso y sostenidamente hermoso sobre el acto de crear y el acto de vivir. En esta novela, y en toda su obra, Savage contempla el mundo con una mirada comprensiva pero implacable. Al igual que en Firmin, en El camino del perro Savage atrapa al lector sin esfuerzo, con una naturalidad que es patrimonio exclusivo de los grandes clásicos. Un libro imprescindible. Resérvenlo ya.

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