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cine

Espejo de una generación

'The Beatles: Eight Days a Week', un retrato documental de Ron Howard sobre los músicos de Liverpool, que incluye el concierto del Shea Stadium de Nueva York

Los Beatles con el 'look' de su primeros años de andadura musical en uno de los fotogramas del documental. LA PROVINCIA / DLP

Con el estreno global de The Beatles: Eight Days a Week, la película que revisa la biografía personal y artística de Paul McCartney, George Harrison, Ringo Star y John Lennon tras más de cinco décadas de su debut como formación musical en la mítica The Cavern Club de Liverpool, regresa al primer plano de la actualidad uno de los episodios que contribuyeron a transformar por competo el panorama internacional de la música popular en la segunda mitad del siglo XX y, especialmente, sus formas de representación, a través de conciertos multitudinarios en grandes espacios abiertos, acompañados por un despliegue escénico de millares de voltios de luz y sonido, algo muy común en los tiempos actuales pero absolutamente novedoso para los gestores del show business en la ya lejana década de los años sesenta.

El documental, de 100 minutos de duración, se complementa con la proyección del concierto de despedida que ofreció el grupo ante más de 55.000 espectadores el 29 de agosto de 1965 en el Shea Stadium de Nueva York. Una experiencia audiovisual de primer orden que nos sabe a poco por mor del empeño, incomprensible, de Apple Corporations de ofrecernos sólo 30 minutos de aquella famosa actuación, privándonos así de disfrutar de algunos de los más ilustres teloneros de aquel histórico recital, como Brenda Holloway and King Curtis Band, Cannibal and the Headhunters o el gran Young Rascals. Esperemos, no obstante, que en una hipotética edición futura en BD se cubran estas carencias y podamos revivir en su integridad aquel memorable acontecimiento.

Sea como fuere, el placer de contemplar el supremo momento en el que los Beatles arrancan con temas como Can´t Buy me Love, Dizzy Miss Lizzy o Ticket to Ride, tres de sus grandes cimas artísticas, al tiempo que contemplamos el delirio desenfrenado que desatan entre sus millares de fans, no tiene precio, como tampoco lo tienen los óptimos resultados alcanzados por un excelente equipo de filmación decididos, a toda costa, a introducirnos a fondo en la vibrante realidad de un suceso cultural de incalculables dimensiones.

Conviene precisar que la memoria visual de The Beatles, una de las formaciones musicales más aclamadas de la historia, ha quedado fijada de por vida a través de las imágenes de Qué noche la de aquel día (A Hard Day´s Night, 1964) y de Help! (Help!, 1965), dirigidas con su habitual frescura e inventiva por el realizador británico Richard Lester. Dos películas de enorme influencia en el imaginario colectivo del siglo XX que, al tiempo que servían de vehículo promocional para la difusión comercial del grupo a lo largo y lo ancho de los cinco continentes, ayudaban a definir a toda una generación que buscaba su propio asentamiento en un mundo desconectado de las fuertes corrientes de cambio que ambos filmes intentaban abanderar.

El submarino amarillo (Yellow Submarine, 1968), de George Dunning, un título legendario del cine de animación de los 60, inspirado en el álbum homónimo de John Lennon y Paul MacCartney, no disfrutó, sin embargo, del mismo predicamento popular, pese a sus incuestionables méritos artísticos y a que haya quedado para la posteridad como una de las piezas animadas más inspiradas en el cortísimo recorrido histórico de una moda tan efímera como fue la psicodelia, de la que, por cierto, el propio George Harrison se erigió en su sumo sacerdote tras sus largas y balsámicas estancias en India.

Por consiguiente, cualquier aproximación cinematográfica a los Beatles y al universo innovador que generaron a su alrededor siempre estará indefectiblemente unida a las pautas icónicas trazadas, hace más de 50 años, por el ingenio visual que imprimió Lester a aquellos viejos e inolvidables filmes. La sintonía del director inglés con el espíritu profundamente iconoclasta del grupo quedó fielmente plasmada en una enérgica y compacta puesta en escena, cuya inspiración no andaba muy lejos de los luminosos ejercicios experimentales alumbrados por la nouvelle vague durante aquellos años o de algunos trabajos situados en la órbita irreverente del free cinema británico.

Además de aportar un importante plus de creatividad en el ámbito de la música pop, la aparición del fenómeno Beatles a comienzos de la década de los años sesenta se transformó automáticamente en un claro síntoma de rebelión generacional contra un dispositivo social que permanecía absolutamente ajeno a cualquier cambio sustancial en sus rígidos e inflexibles principios. El caldo de cultivo en el que surgió dicho fenómeno no podía ser más explosivo: proliferación por doquier de conflictos territoriales, recrudecimiento de la Guerra Fría, fuertes disputas raciales, incremento de la amenaza atómica, enfrentamientos étnicos y religiosos, agotamiento de los viejos hábitos de conducta en la clase política, revoluciones populares abortadas por el inapelable poder de las armas y un largo etcétera de circunstancias políticas que llegaron a condicionar peligrosamente el futuro del planeta.

Y ese es, en esencia, el mensaje subliminal que arrojan las sensacionales imágenes de The Beatles: Eight Days a Week, el documental de Ron Howard que ayer se estrenó en todo el mundo bajo los auspicios de Image Entertaiment y que, por imperativos comerciales, solo permanecerá en los cines hasta el próximo día 22, una película que se filtra fácilmente en nuestra memoria a través de un momento histórico que imprimió carácter y despertó nuevas esperanzas en un mundo que empezaba a despertar del prolongado letargo de la posguerra.

Con la valiosa colaboración de Paul Crowder, un montador excepcional, así como de los legítimos herederos del gran legado documental de la formación. Howard, icono indiscutible del cine mainstream, construye un vertiginoso y audaz retrato de los cuatro personajes a partir de un sinfín de imágenes documentales, muchas inéditas, cedidas por Apple Corporation para la ocasión, donde queda fielmente reflejado el zeitgeist (el espíritu de los tiempos) que configuró uno de los capítulos más gloriosos y reverenciados de la historia universal de la música contemporánea.

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