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La guerra de Chaves Nogales

Los relatos de 'A sangre y fuego' son uno de los testimonios más auténticos de la Guerra Civil. Fiel a la República, supo relatar los excesos de su bando

La guerra de Chaves Nogales

Durante los cuarenta años de franquismo los libros que se publicaban en España sobre nuestra guerra civil, ya fuesen novelas, ensayos o de investigación histórica, tenían una única orientación ideológica. Todos ensalzaban las gestas, los personajes y los valores de los vencedores y denigraban los de los vencidos. No hubo espacio para el análisis y la reflexión objetiva en torno a los acontecimientos protagonizados por los bandos que se enfrentaron durante el conflicto.

Tras la muerte de Franco se invirtió la tendencia y todas las publicaciones se orientaron a rescatar la verdad histórica de aquellos años y a elaborar una crítica dirigida a desmontar la mitificación que el franquismo había elaborado en torno a la guerra y la dictadura, sin que apenas nadie se ocupase de analizar los desmanes y los errores que también se registraron en el bando republicano durante la contienda, en muchos casos por temor a ser calificados de reaccionarios.

Tuvieron que pasar otros cuarenta años para que algunos historiadores recuperasen de la ignorancia y el olvido algunos episodios protagonizados por la izquierda republicana dignos de una condena objetiva. También la literatura recreó algunos de esos episodios en novelas y relatos que tuvieron una cierta repercusión, entre los elogios y las críticas de unos y otros.

Hubo un autor que, antes incluso de que terminase la guerra, tuvo la osadía de contar, desde una posición demócrata y de fidelidad a la República, junto a los excesos de los nacionales, también los de los comunistas, socialistas y anarquistas, y tal vez por eso su obra estuvo prácticamente olvidada en España durante casi ochenta años. Publicada por primera vez en Chile en 1937, A sangre y fuego registraba en su prólogo una confesión, de un coraje inédito por aquellos años, de alguien que no era ni reaccionario ni revolucionario, una actitud imperdonable: "Yo era eso que los sociólogos llaman un pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria", una declaración de principios que le valió no sólo ser ignorado sino también calumniado por unos y otros.

Manuel Chaves Nogales vivió intensamente los acontecimientos de la República y la guerra civil como un privilegiado observador desde su atalaya de periodista y director del diario madrileño Ahora, y recreó literariamente desde el exilio esas experiencias en una serie de relatos recopilados bajo el título de A sangre y fuego, publicados recientemente en dos ediciones, una de la Asociación de Libreros de Lance de Madrid, un facsímil del original, y otra de Libros del Asteriode, que incluye dos relatos inéditos localizados por la biógrafa de Chaves Nogales, María Isabel Cintas, en publicaciones de México e Inglaterra.

En A sangre fuego Manuel Chaves Nogales cuenta, entre la realidad y la ficción, episodios de la guerra civil española protagonizados por personajes que en algunos casos son trasunto de otros tantos protagonistas anónimos de una guerra que batió récords de crueldad entre los bandos enfrentados. En Y a lo lejos una lucecita, los protagonistas son milicianos republicanos que, en la búsqueda frenética de quintacolumnistas en Madrid, terminan cometiendo un rosario de asesinatos de supuestos espías al servicio de los nacionales. En ¡Viva la muerte! el tema central es la cobardía de un prócer falangista incapaz de reconocer la inocencia de tres mujeres que van a ser fusiladas y que le habían salvado la vida. En La columna de hierro Chaves Nogales recrea las actividades delictivas de una checa fuera de la ley que termina siendo exterminada por la aviación fascista. El heroísmo de los soldados anónimos republicanos está representado por Bigornia, un obrero proletario que lucha contra los fascistas hasta el último aliento. El autor también recrea en uno de los episodios de A sangre y fuego la participación mal conocida de soldados marroquíes en el bando franquista. La crítica más lúcida a las arbitrariedades de los poderes populares erigidos para imponer una supuesta justicia obrera es la que representa el relato Consejo Obrero, donde uno de los trabajadores condenados a muerte denuncia los excesos de los que deciden quiénes son fascistas y quiénes proletarios. "El trabajo lo daban antes como una limosna los patrones; ahora lo dan como un premio los sindicatos... Hoy, el obrero que no tenga su carnet de un sindicato revolucionario es un paria al que cualquier miliciano puede matar como a un perro", dice una de las víctimas de esta justicia arbitraria.

Una de las lecciones que se extraen tras la lectura de estos relatos es la de que la derrota de la democracia frente al totalitarismo fue también en buena medida consecuencia de los excesos y la falta de ética de algunos responsables republicanos incontrolados, autoinvestidos de una autoridad que utilizaban para imponer penas injustas y tomar decisiones arbitrarias alejadas de las reglas más básicas de los derechos humanos. Decisiones que terminaban poniendo en su contra a una sociedad aterrorizada por los métodos utilizados para aniquilar a supuestos enemigos bajo la excusa de ser identificados como fascistas, cuando en muchos casos estaban muy lejos de ser.

La otra gran lección que se desprende de estas historias es la constatación de lo poco que vale la vida en una situación de violencia fanática en la que los asesinatos en forma de ejecuciones sumarias se llevan a cabo sin respetar las más mínimas reglas de la moral y el derecho.

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