Siempre he sentido fascinación por las entrevistas salidas de madre. Las considero la mejor respuesta a dos axiomas de diversos teóricos de la comunicación que comparto. Primero: que todas las entrevistas son falsas -en la medida en que congelan en un instante un fluido de pensamientos, y en que, entre otras razones, por eso mismo, no hay entrevistado que no se ponga en guardia, y tanto más cuanto más concreto sea el producto sobre el que verse la entrevista.

Y, en segundo lugar, como una causa añadida de lo primero, que toda entrevista depende necesariamente de las coordenadas y mimbres del entrevistador. Como es sabido, Gabriel García Márquez las deploraba; al punto de causar el terror y hasta la disuasión a jóvenes periodistas que, en sus últimos años de lucidez, se las solicitaban; concederles la entrevista sólo si se ajustaban al método que él mismo había empleado como entrevistador muchas veces: acudir a la cita sin soporte alguno, no sólo grabadora, sino ni siquiera papel y bolígrafo. Se trataría de reproducir después con la memoria lo oído y observado, y devolverle así a la entrevista su vivaz naturaleza de crónica. Él mismo es autor de magistrales entrevistas de esta guisa; por ejemplo, a Bill Clinton, siendo aún presidente de Estados Unidos, o a su paisana, la cantante Shakira...

Obviamente, era un género mucho más acorde con la creatividad del Nuevo periodismo que a con las instancias tautológicas de lo socialmente correcto -y tópico y ramplón- en que ha desembocado la mayoritaria información de nuestros días. El periodista de Nueva Jersey Gay Talese es uno de los maestros residuales de este género, que, aunque ciertamente desmitificatorio, realza el interés humano del personaje. Su texto Frank Sinatra está resfriado resulta paradigmático; aprovecha que su entrevistado a capela está convaleciente para ofrecernos la convincente entradilla de que "Sinatra con catarro es como Picasso sin colores o un Ferrari sin gasolina, sólo que peor".

En efecto, las entrevistas salidas de madre son el mejor antídoto contra las soporíferas tautologías que invade el periodismo actual. Especialmente en dos ámbitos: el político y el deportivo. En contrastación con la bulimia ruidosa de la mayoría de los tertulianos televisivos y radiofónicos, escuchar o, sobre todo, leer las declaraciones de un gobernante de cualquier ámbito supone la constatación definitiva de que (en política) quienes no tienen nada que decir no paran de hablar hasta por los codos, mientras que quienes sí tienen qué decir no suelen soltar prenda...

Y en el campo deportivo -sobre todo el fútbol y sobre todo la División de Honor-, da grima la capacidad de antelación con que contamos hoy para predecir el contenido de cualquier declaración de míster o jugador alguno; y eso, pillados en caliente, al término del partido, pues en las que realizan antes del comienzo, en su inminencia, la bilirrubina tautológica se multiplica por mil... Lo cierto es que lo que manifiestan hoy resulta completamente intercambiable con lo que digan mañana, en cualquier momento de una temporada, y hasta de dos y hasta de tres... Si se pierde el partido, enunciarán, grosso modo: "No es más que un partido y hay que seguir trabajando", y si se gana, proferirán: "No hay que dormirse en los laureles y hay que seguir trabajando..." (Hagan la prueba: grábense las respuestas de las dos situaciones en estos comienzos de temporada, y vuelvan a escucharlas, según los resultados, al término de cualquier otro partido a lo largo de la Liga, que no variarán siquiera los enunciados de las preguntas...)

De entre todas las entrevistas salidas de madre que uno conserva, la predilecta es, sin duda, una que José-Miguel Ullán le hizo a un ya moribundo Emilio Adolfo Westphalen, en el verano de 2001. Tres páginas de ABC-cultural, como enviado especial a Perú, para reunirse con el nonagenario poeta, semanas antes de su muerte, en una desvencijada habitación de un hospital limeño, con el escritor ya casi en estado de coma. El techo, las paredes descascarilladas, el suero, la máquina con el parte del ritmo cerebral y cardiovascular... le bastaron y le sobraron para una magistral entrevista de fondo, con sólo intercalar oportunamente, eso sí, sus versos y reflexiones de variadas entrevistas anteriores.

Claro, que no es cosa de que los futbolistas, místeres, ministros o ediles (y menos aún si se trata de políticos en la oposición o jugadores en el banquillo) hablen de sus respectivos partidos espetándole a la cara a la ciudadanía, por ejemplo: "Tengo que darles una noticia negra y definitiva / Todos ustedes se están muriendo / Los muertos la muerte de ojos blancos / Las muchachas de ojos rojos...", como escribió Westphalen en uno de sus poemarios de juventud, Abolición de la muerte. Y ni siquiera procedería que comunicasen (así fuese a la salida de una juerga nocturna) su místico y hermoso deseo de "convertirse en esa hojarasca que arde en las pupilas de ciertas multas", como también escribiría, ya en su madurez, el poeta peruano.

Maneras de hacerse el muerto se llamaba la imaginativa antientrevista de Ullán a Westphalen, y me parece oportuno hacerle un remedo con Maneras de hacerse el sueco para esta interview, que en el original lleva por título un lacónico Entrevista de Cela a Azorín. El encuentro tuvo lugar en 1950, en la sombría casa madrileña del autor de Castilla. Un joven y exultante Camilo José Cela, de 33 años de edad, acude a entrevistar al casi octogenario escritor de la Generación del 98, para la revista Correo literario. En su reproducción, el futuro premio Nobel de Literatura -de cuyo nacimiento se acaban de cumplir cien años- ya apunta maneras de su célebre propensión a la desmitificación y sarcasmo, siempre y cuando no fuesen dirigidos, claro, a sí mismo:

Azorín.

Sí.

Gracias.

No hay de qué.

Trabaja usted mucho, maestro.

A la fuerza.

¡Vaya! ¿Sale usted mucho?

No, no...

¿Su paseíto de las mañanas?

No, no... De las tardes.

¿A la caída del Sol?

No, no... Por la Puerta del Sol.

¿Y después se encierra usted a trabajar?

A la fuerza.

Claro, claro... Trabajar es lo mejor. En Madrid ahora no se puede ir a ningún lado, ¿verdad?

No, no... Ahora hay muchas librerías.

¿De viejo?

Y de nuevo, de nuevo.

Pero en las de viejo no se encuentra nada.

No. No... Pero hay mucho de nuevo.

Bueno, sí.

Y editoriales, muchas editoriales.

Sí, señor.

¡Las restricciones!

¡Eh!

¡Las restricciones!

¡Ah!

Claro, sin restricciones habría más.

¡Puede ser!

De modo que sale poco, ¿eh?

A la fuerza..

¿Y de salud?

Psche.

De buen color...

¡Psche!

Oiga, maestro: ¿le hacen muchas entrevistas en los periódicos?

No, de compañero a compañero, no.

Me hago cargo. ¿Y encuestas?

No, es una norma de conducta que me he trazado; prefiero abstenerme. Yo nada tengo que decir. Yo prefiero estar al margen.

Muy bien.

Eso. Yo prefiero estar al margen: yo nada tengo que decir.

Ya, ya. ¿Y no contesta usted nunca?

Nunca, nunca.

El viejo escritor mira furtivamente para los ojos del visitante. El visitante mira de reojo al viejo escritor.

Bueno, maestro, ya le digo: no quiero interrumpirle en su trabajo. Usted es un hombre muy ocupado.

A la fuerza...

El visitante hace como que no oye.

Un hombre muy ocupado al que no debe importunársele.

Nada, nada.

Bueno, maestro, adiós.

Adiós.

Muchas gracias por haberme recibido.

De nada.

Adiós.

Adiós.