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Reflexión sobre el poder

John Williams desentraña en su novela 'El hijo de César' la naturaleza del dominio político

Reflexión sobre el poder

Nadie negará que la pasión del poder (o la de "mandar", como decía Marañón a propósito del Conde-Duque de Olivares) es la mayor de todas las pulsiones humanas, y ni que decir tiene que resulta la más peligrosa. Ante ella se sacrifica todo: la salud, la amistad, el amor, la riqueza, el saber y, por supuesto, la decencia. Pocos oficios tienen una relación tan cercana, estrecha y arriesgada con el poder como el oficio de jurista. Con solo dotar de forma al ejercicio del poder, el Derecho lo limita; y cuando alcanza a dividir tal ejercicio, lo neutraliza en su eventual dañosidad sin menoscabo de su eficacia.

La reflexión sobre el poder es, no obstante, el objeto principal de la Teoría Política. Pero, naturalmente, la literatura se ha ocupado desde siempre de desentrañar lo trágico del poder en las sociedades humanas. La antigua Roma -y dentro de ella muy señaladamente las épocas del Principado y el Imperio- ha sido el escenario preferido en el que dramaturgos y narradores han tratado de dar forma a sus cogitaciones sobre el poder. Tal vez la razón de semejante preferencia estribe en el carácter absoluto de ese poder y, más todavía, en su frecuente degeneración psicótico-tiránica. De hecho, y con posterioridad, el poder únicamente escaló, y aun superó, los niveles de ilimitación romanos a la llegada de los totalitarismos del siglo XX, un tiempo histórico particularmente oscuro en el que por consiguiente resurgió con fuerza la pregunta del arte literario acerca de la naturaleza demoníaca de la dominación política.

El libro del norteamericano John Williams (1922-1994) sobre Octavio Augusto, titulado entre nosotros El hijo de César (ediciones Pàmies, Madrid, 2016), se inscribe en esa tradición, integrada por novelas como La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, o Yo, Claudio, de Robert Graves. De Williams ya conocíamos en España otra novela, Stoner (ediciones Baile del Sol, 2010), cuya lectura estimo muy recomendable por su sabiduría y su clara jerarquía de valores. Esta recientemente aparecida, publicada originalmente en 1972 (Augustus) y ganadora entonces del National Book Award, bien traducida por Christine Monteleone y bellamente editada, es una novela epistolar de excelente factura. Describe la conquista del poder por el sobrino y heredero de Julio César, Cayo Octavio, y la obra política realizada a lo largo de un inusitadamente extenso reinado. Aunque "reinado" no es la palabra exacta para referirse a un mando total que Julio quiso legarle, pero que Octavio tuvo que ganar en los campos de batalla y en la acción de gobierno año tras año.

Novela, pues, sobre la conquista del poder y sobre el poder mismo, su esencia y su desempeño. Aunque no esconde las zonas de sombra de la trayectoria octaviana (por ejemplo, el terrorismo político de las proscripciones durante el período del triunvirato con Lépido y Marco Antonio), el juicio de John Williams acerca de Augusto es benévolo, sin caer en lo admirativo. El personaje nunca deja de ser un hombre sensible y afectuoso, muy especialmente con sus amigos más íntimos, aquellos asociados a los duros tiempos de la conquista del poder (Agripa, Salvidieno, Mecenas), pero más aún con su hija Julia, a mi juicio el tipo literario más logrado en una novela por donde desfilan tantos caracteres.

Ahora bien, Augusto tuvo que ser alguien que, investido de una legitimidad fundamentalmente carismática (aunque él se esforzó por revestirse de la apariencia institucional republicana), no podía creer más que en el destino. Acierta, pues, Williams al manejar esta perspectiva. Para Augusto, los dioses, caso de existir y no hallarse todo bajo el monoteísmo del azar, son indiferentes al penoso discurrir de la pobre criatura humana llevada a su destino. Por eso, piensa, si el destino de uno es cambiar el mundo, lo primero de todo es cambiarse a sí mismo, haciéndose resistente frente a su propia persona, frente a los demás e incluso frente al mundo que se tiene por misión reconstruir.

Un libro de gran calidad, en suma. Alguien lo calificó de obra exquisita. Así es.

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