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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Huracán Martha

Elizabeth Taylor en '¿Quién teme a Virginia Woolf?'. LA PROVINCIA / DLP

Hubo un tiempo en que la gente iba al teatro para entender la sociedad en que vivía. Los dramaturgos eran como oráculos o semidioses que lanzaban a la platea mensajes de advertencia: "Una era se puede decir que se termina cuando las ilusiones se han agotado". Hablo, por su puesto, de Arthur Miller (autor de la frase anterior, que tan bien define el momento actual que atravesamos), Tennessee Williams y Eugene O'Neill. En estos tiempos de redes sociales y exhibicionismo impúdico, donde se dictan descalificaciones a la velocidad de un clic de ratón, no todo el mundo puede generar juicios valiosos para la sociedad. Miller, Williams y O'Neill usaron el teatro como vehículo para expandir sus ideas y tomar partido contra todas las injusticias. Por eso sus obras fueron, y son, representadas en todo el mundo.

Viene todo esto a cuento de la muerte la semana pasada del dramaturgo americano Edward Albee, a los 88 años. Para Albee, al igual que para Miller, Williams y O'Neill, el teatro no tenía nada que ver con entretenimiento o con premios Pulitzer (si bien obtuvo tres, por Un delicado equilibrio en 1967, por Seascape en 1975 y por Tres mujeres altas en 1994), sino más bien con una extraña exudación de sangre, sudor y lágrimas, aunque Williams seguro que habría añadido a la fórmula el semen. En su primera etapa, la que va de Historia del zoo (1958) hasta The American Dream (1960), su teatro no partía de una historia definida, con personajes nítidos y una acción trazada con tiralíneas, sino del deseo de que hubiera una historia en lugar de una experiencia del caos y de la opacidad de lo que llamamos, para tranquilizarnos, realidad.

Hoy resulta fácil comprender por qué en la década de los 60, en medio de un clima teatral estático y predecible (salvo alguna excepción, como Después de la caída, de Miller), el público americano acogió con entusiasmo el estreno en Broadway de su obra más famosa, ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1962). Broadway nunca había sido la cuna del teatro en serio hasta la llegada del "huracán" Martha, la protagonista de la obra encarnada por la legendaria Uta Hagen, que pronto caería en el olvido cuando una inmensa (en ambos sentidos) Elizabeth Taylor la interpretó en la versión cinematográfica dirigida por Mike Nichols en 1966. En ¿Quién teme a Virginia Woolf?, Martha, hija de un rector universitario, y su marido, George, un frustrado profesor de historia, se enzarzan en una guerra de acusaciones y reproches que ponen de manifiesto los abismos de miedo, impotencia, fantasías y violencia que subyacen ocultos bajo la superficie del sueño americano.

Arthur Miller, a propósito de Un tranvía llamado Deseo, escribió que la pieza teatral de Williams "es un grito de dolor, olvidar esto es olvidarse de la obra". Lo mismo cabe decir de la obra de Edward Albee. Martha y George saben que han fracasado en su matrimonio, pero no están dispuestos a arrepentirse. Sí a perder, pero no a temerle miedo. ¿Quién teme a Virginia Woolf? fue la primera obra en años en abordar temas de hondura y oscuridad dostoievskianas voceados a pleno pulmón. Son solo tres actos, pero, créanme, no hay tregua. ¿Para cuándo una reposición? Que no tarde.

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