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Las vidas de Lucia Berlin

La antología 'Manual para mujeres de la limpieza' reúne 43 relatos de la olvidada escritora estadounidense que cristalizó sus vivencias con un estilo 'carveriano'

La escritora estadounidense Lucia Berlin.

Lo que más inquieta del descubrimiento de Lucia Berlin es su contingencia, el intuir que sus relatos extraordinarios podrían no haber sido desempolvados, como las fábulas desoídas de Clarice Lispector o Natalia Ginzburg. "El sustrato fundamental de la literatura no es más que el producto de un juego de dados", reza el texto Mil veces no, publicado en Jot Down Magazine, pues "como una bellísima paradoja borgiana, existe otro mundo literario que no vemos, una historia de literatura paralela y sepultada", que no sedimentó en la superficie de la Historia.

Pero el azar abrió una rendija por la que se colaron las letras de Lucia Berlin, después de medio siglo en el ostracismo. Manual para mujeres de la limpieza ve la luz por primera vez en España de la mano de Alfaguara, que reúne una selección de 43 relatos sobre los 77 que publicó a lo largo de su vida. Su amigo y escritor Stephen Emerson fue quien rescató y compiló el legado literario de esta escritora fascinante, sobre quien escribe en la nota introductoria: "Cuando pienso en ella, imagino a un maestro de la percusión tras una batería enorme, tocando con ambas manos indistintamente los tambores, tom-toms y platillos, mientras controla los pedales con los dos pies".

La prosa de Berlin armoniza sonidos, colores e instrumentos, como una jam session literaria que oscila entre el llanto, la serenidad y el silencio, con una cadencia final "como una balada de Janis Joplin", según Emerson. En sus páginas, como en todas las miradas, convergen los contrarios; la crudeza y la ironía, la ligereza y el desgarro, la ficción y la verdad, la soledad y la palabra. Pero lo más interesante es que Lucia Berlin fue muchas Lucias y también fue todas las mujeres que revivió a través de sus relatos.

Para explicar sus cuentos, hay que aclarar su vida (o al revés): Berlin nació en Alaska, en 1936, pero vivió en Chile, México, Arizona, Nuevo México, Nueva York, Colorado o Los Ángeles. Además, se casó en tres ocasiones y tuvo cuatro hijos, a los que sacó adelante, a menudo, sola, oscilando entre trabajos diversos como mujer de la limpieza, auxiliar de enfermería, administrativa en hospitales y telefonista en una centralita o profesora de secundaria. Y con estos mimbres, en paralelo, apuntaló un brillante tapiz literario con el material real de sus vivencias. Tal vez en este proceso creativo comprendió que cada madrugada perdía el pulso contra su alcoholismo, que salpica muchos de sus relatos, como empañó tantos episodios de su biografía.

Centros de desintoxicación, madre suicida, cuatro hijos y maridos heroinómanos; reflexiones y aflicciones en lavanderías, desafíos a las monjas en las aulas, la batalla contra el Jim Beam, las dudas sobre qué quiere decir el matrimonio y qué la muerte. Berlin desgrana las luces y sombras de su trayectoria en la piel de sus distintas narradoras con un estilo sutil y elegante, pero directo y cruel como un zarpazo, con golpes de ingenio y una continua celebración de lo cotidiano. Lo milagroso es que la suma y poda de estos elementos alumbra una obra honesta, transparente, sin dobleces, que mira al lector a la altura de los ojos, como esgrime Wim Wenders en El cielo sobre Berlín. "Exagero mucho y, a menudo, mezclo la realidad con la ficción, pero de hecho nunca miento", afirmó la autora.

Uno de sus relatos, A primera vista, pone de manifiesto sus influencias chejovianas: "La voz imparcial de Chéjov (?) imbuye a ese hombre de dignidad". Con el dramaturgo ruso comparte su vertiente literaria, "las grullas levantan el vuelo con el rumor de una baraja de naipes"; y su observación desprejuiciada e implacable de la fragilidad y la miseria humana, que nunca le fue ajena. "Las chicas guardan silencio. Ninguna puede expresar lo que siente, algo distinto del miedo", o en su magnífico relato homónimo, "las señoras siempre suben la voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza".

Un amplio sector de la crítica identifica a Berlin con el realismo sucio de Raymond Carver y, en tal caso, el matiz berlinesco se titularía De qué hablamos cuando hablamos de libertad, porque Berlin se encuentra y se desencuentra en su propia semblanza fragmentada. "Y mi vida habría acabado exactamente igual que ahora, bajo las rocas calizas de la cresta Dakota, con los cuervos", declara en uno de sus cuentos. Al igual que el autor de Catedral, su lenguaje descarnado y sin ornamentos nose recrea en el sufrimiento, sino que lo nombra, sin conmiseración. "Yo? no tengo compasión", escribe en Mamá, un durísimo relato sobre las notas de suicidio de su madre, que firmaba como Bloody Mary y "odiaba la palabra amor con el mismo desprecio con la gente dice la palabra furcia".

Con respecto a Carver, Berlin manifestó: "Nuestros estilos vienen de nuestros orígenes, que son similares, en cierto sentido. No muestres tus sentimientos. No llores. No dejes que nadie te conozca. El control exquisito, bla, bla, bla". Pero su pasión por la vida, con su tristeza inherente, la alentó a afilar sus pensamientos y cristalizarlos en media docena de obras maestras, entonces malvendidas. Entre tanto, ganó una feroz batalla contra el alcohol y el cáncer, pero no pudo contra la escoliosis que la amarró a un tanque de oxígeno hasta su muerte, en 2004.

Ahora, Berlin gana también la batalla contra el olvido; otra victoria agridulce, mitad por su demora, mitad por un azar revestido de justicia poética. Manual para mujeres de la limpieza es el descubrimiento literario más emocionante e imprescindible del año, por cuanto hay de verdad -que no, necesariamente, de realidad- en el reencuentro de Lucia con el mundo, en el reencuentro con nosotros mismos a través de Lucia.

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