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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

En el lugar del otro

Un refugiado afgano en un centro de recepción de Moira, Grecia. LA PROVINCIA / DLP

Una de las formas más seguras de no llegar a ningún lado es ponerse a discutir si la idiotez es superior a la barbarie (porque es más común, porque retrata mejor a la sociedad del siglo XXI, porque así es la condición humana, porque sí, porque es tan simple como eso) o si por el contrario, en un acto de solapado castigo orquestado desde el poder, el fanatismo o simplemente el miedo hacia el otro, la barbarie nos parece superior porque, dejando a un lado la definición de Montaigne ("llamamos barbarie a lo que no entra en nuestros usos"), exige que la secuencia estupidez, ignorancia, superstición, que desde los conquistadores españoles para acá se ha impuesto en todo el mundo, forme parte del corazón de las tinieblas.

Tristemente, hay que darle la razón a Walter Benjamin cuando escribió, en su Tesis sobre filosofía de la historia: "Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie". Es lo que viene a decir el filósofo mexicano Enrique Díaz Álvarez en su ensayo El traslado: narrativas contra la idiotez y la barbarie, publicado por Debate. Con la lucidez de un moderno Montaigne, Díaz Álvarez nos embarca en un viaje por los miedos y los prejuicios de nuestro entorno más inmediato: "Las sociedades, como los hombres, se conocen por sus miedos. Por eso nunca está de más preguntarse de vez en cuando por aquello a lo que se teme. El temblor nos pone en evidencia. Cada época y su lugar tienen sus fantasmas particulares, pero de un tiempo a esta parte la figura de esa persona que decide emigrar a otro país parece concentrar y desencadenar los principales terrores contemporáneos". La primera, en la frente.

Pese a que, como escribe Díaz Álvarez, "en mayor o menor medida todo sujeto es conciente de que con-vive junto a extraños", nadie quiere ponerse en el lugar del otro. Los miedos por los que los europeos rechazan a los desplazados de los países árabes en conflicto podrían llenar un libro por sí solos; pero lo que le interesa sobre todo señalar a Díaz Álvarez en su libro es que "el nuevo orden mundial pone en evidencia que la ética y la política no han estado a la altura de la acelerada aproximación entre extraños. Se equivoca quien equipare el incremento de la información con el de la conciencia o responsabilidad global. [...] Creo que la cordura del siglo XXI dependerá de descubrir que nuestros actos están cada vez unidos al de personas que desconocemos".

La tentación de enviarle el libro de Díaz Álvarez a Angela Merkel, François Hollande o Mariano Rajoy es grande. Es posible que lo haga un día de estos, con algunas frases subrayadas para que las encuentren mejor: "La diversidad cultural no es una norma moral a prescribir, sino un hecho social". O esta otra: "La calamidad de los apátridas, refugiados y otros seres privados de derechos es que su condición ya no es sólo la de no ser iguales ante la ley, sino de que no existe ley alguna para ellos". O: "Cada uno de nosotros es una historia de ida y vuelta". En El traslado: narrativas contra la idiotez y la barbarie, Díaz Álvarez escribe con una claridad ejemplar que le permite ver entre las tinieblas históricas que aplicaron "bárbaro" al otro.

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