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El carnicero de Sarajevo

Errata naturae publica 'Las sillitas rojas', de Edna O'Brien, inspirada en Radovan Karadzic, el poeta y exlíder político serbobosnio condenado por genocidio

11.514 sillas rojas simbolizan las víctimas del asedio de Sarajevo. LA PROVINCIA / DLP

Cuando ustedes lean esta reseña, hará 24 horas que el premio Nobel de Literatura de 2016 se habrá concedido a ¿Haruki Murakami? ¿Philip Roth? ¿Ismaíl Kadaré? ¿Ngugi Wa Thiong'o? ¿Claudio Magris? ¿Javier Marías?, pero si de mí dependiera hubiera sido para Edna O'Brien, una escritora que casi seis décadas después de su debut en 1960 con Las chicas de campo, que inició la exitosa trilogía de Kate y Baba (Caithleen Brady y Bridget Brennan), nos entrega no sólo su mejor novela, sino una de las novelas más hermosas y aterradoras sobre la guerra de Bosnia, disfrazada de cuento de hadas terrorífico, que empieza con la llegada de un misterioso forastero a un pueblo irlandés llamado Cloonoila, donde todo es agradable, armonioso, tranquilo, y en tres actos vemos cómo cambia la vida de sus habitantes.

A pesar de la importancia de su obra para la literatura irlandesa, O'Brien era una autora prácticamente desconocida en nuestro país hasta que en 2013 la editorial Errata naturae publicó Las chicas del campo, a la que siguieron La chica de los ojos verdes (2014), Chicas felizmente casadas (2015) y la que ahora nos ocupa, Las sillitas rojas, inspirada libremente en la vida de Radovan Karadzic, el poeta y ex líder político serbobosnio condenado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia por el genocidio de Srebrenica y el asedio de Sarajevo, llevado a cabo entre el 5 de abril de 1992 y el 29 de febrero de 1996, y donde murieron 11.541 civiles, entre ellos 643 niños. Antes de ser capturado en Belgrado en 2008, Karadzic vivía tranquilamente disfrazado bajo el aspecto de un viejo curandero, de tupida barba blanca, que respondía al nombre de Dragan Dabic.

En Las sillitas rojas, O'Brien cambia el nombre de Dragan Dabic por el de Vlad Dragan, como para prevenirnos del peligro que se cierne sobre Cloonoila al asociar su nombre con el de Vlad Dragwlya o Dr?culea, el sanguinario príncipe rumano del siglo XIV que inspiró a Bram Stoker su personaje del Conde Drácula. Y por si fuera poco, su aparición en la novela viene precedida de fenómenos insólitos como en la mítica obra de Stoker: "Mucho más tarde habría quien hablaría de extraños sucesos acontecidos esa misma noche invernal: perros que ladraban desaforados como si hubiera tormenta, y el sonido del ruiseñor, cuyo canto y gorjeos nunca se oían tan a oeste. La hija de una familia de gitanos que vivía en una caravana junto al mar juró haber visto al Pooka [uno de los duendes más temidos en Irlanda, capaz de originar todo tipo de caos en los campos] colándose por su ventana para llevársela, blandiendo un hacha".

Al igual que el flautista de Hamelín, Dragan convoca y arrastra a los habitantes de Cloonoila que le siguen ciegamente como los ratones del cuento para, al final, descubrir que han sido engañados por el hombre más buscado de Europa, a cuya cabeza han puesto precio. La principal damnificada es Fidelma McBride, una mujer casada que, después de mantener una aventura con él (con el poeta, con el hombre sentimental, no con el carnicero de Sarajevo, pues no está al tanto de lo que ha sucedido fuera de Cloonoila), espera un hijo suyo, y cuya posterior pérdida, sin haber cumplido diez semanas de embarazo, es uno de los episodios más escalofriantes de la novela. Es en cualquier caso, la última víctima de una guerra desoladora librada a miles de kilómetros.

Casi ningún libro requiere de advertencias previas, pero si éste requiriese de alguna sería el consejo de sospechar de cualquier etiqueta. Pues decir que Las sillitas rojas es un libro sobre las consecuencias de las guerras contemporáneas es tan falso como tratarlo de cuento moralizante, o novela sobre una mujer herida por un monstruo caída en el oprobio y la marginación.

Las sillitas rojas es todo eso y también muchas cosas más, pues aquí el orden de los factores y su mixtura sí altera el producto: el resultado es una obra con una misteriosa resonancia, sin duda la que está en el origen de todos los cuentos, de Caperucita roja a El flautista de Hamelín. Como escribió el novelista Philip Roth, en su obra Pastoral americana: "Incluso un monstruo ha de venir de alguna parte, incluso un monstruo necesita padres".

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