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Una iniciación a lo insular transitable y transfigurado

Con la obra de Miguel Pérez Alvarado estamos ante la recreación del paisaje trascendido por su ideación y la analítica del ajuar mental de sus paisanos

Una iniciación a lo insular transitable y transfigurado

Hay ocasiones en las que nos damos de bruces con la desconocida textualidad de un poeta hasta ahora inédito en nuestra lectura, dada la inercia de invisibilidad que sigue rigiendo anormalmente entre nosotros la distribución de las ediciones poéticas de pequeño formato y corta tirada. Es ahora el caso de este Pérez Alvarado, de quien lamentamos no haber leído su obra precedente, sólo fuera tener anclajes referenciales a su modalidad de escritura fragmentaria, con una evidente carga cualitativa como para haberlo descubierto antes y dedicarle en su momento unas líneas.

Y es que Miguel Pérez Alvarado (Las Palmas de G.C. 1079) es un poeta que accede a la tinta impresa cuando contaba con sus juveniles 22 años y gana el Premio de Poesía Tomás Morales con el libro Teoría de la luz (2001), pasando una década hasta la aparición de Elevado templo (2011). No perdió el tiempo en esos años: leyó por un tubo, se relacionó con Iker Martínez y Jorge Rodríguez Padrón, Fruto de esa interacción literaria son Hilo de tres puntas (2009), un conversatorio con Rodríguez Padrón, y el excurso poético que comparte con Iker Martínez en Abordajes seguido de Ritmos (2011). Un escaso y selecto currículo autoral al que se suma ahora Tras la sístole- Viaje y escritura insular del que daremos una reseña con obligado voluntarismo de normalización crítica.

Es de toda evidencia que Pérez Alvarado es un tipo de poeta competente tanto en el conocimiento de la literatura canaria tanto como de la filosofía europea: de la primera tiene puertos o afinidades con la onda trascendentalista sobre la condición insular (cierta isleñidad que es la Némesis de nuestras mejores cabezas: Cairasco, Pedro García Cabrera, Pérez Minik, Arozarena, Sánchez Robayna, José Carlos Cataño, Oswaldo Guerra, Manuel y Eugenio Padorno, Antonio G. González, Rodríguez Padrón, Lázaro Santana); de la segunda tiene amarres ideológicos con Ernst Bloch, Beckett, Bergson, Paul Valéry, Deleuze y Guattari, Pizarnik, Lledó y Zambrano "(?) a quienes consideré necesario tomar prestada su palabra para dar a mi propio espacio y respiración su tamaño preciso."(pg.65). Con las citas de ambas fuentes referenciales, el formato textual de Miguel Pérez Alvarado termina siendo la intercalación de sus textos y los ajenos en una escritura fragmentaria que "(?) pretende indagar en el viaje como uno de los motores genésicos de la escritura insular."

¡Y vaya si lo consigue! Lo hará con una textura ideativa infrecuente en el panorama de las letras isleñas, porque el movimiento de sístole-diástole que toma como metáfora sanguínea de sus meditaciones parece una traslación del viaje iniciático propio que emprende en su yo insular, enhebrando con la diástole de lo que los demás han transitado con sus respectivos "yo y mi circunstancia". Es el propio Pérez Alvarado quien declara al inicio disponerse a "(?) empezar a hablar del viaje como espacio abierto por la escritura en el cuerpo en movimiento".

En los cinco capítulos en que está dividido el libro la argumentación transita desde el origen, el hogar, hacia la ocupación el espacio, la orilla, y es allí donde descubrimos la fisicidad latente en la que desemboca su discurso: "Llegar a la orilla y ver en los vahos refrescantes y espesos que formó la espuma del mar al golpear contra la isla, una pantalla blanca donde la imaginación amasa sus propias figuras. Acumulado el mar en los ojos, se pliega el horizonte dentro en un salto posible. Cuando el pie pisa el agua, desabrocha sus cercas la piel."(pg. 15).En adelante, la paradoja del viaje - que señala Bloch - se desarrolla en circunstancias puntuales (como el viaje en avión), descubriendo que "(?) Cada vez más intenso el tiempo, imposible conocer entonces el tamaño de su extensión hasta que el regreso clausure su deriva."(pg.20)

Hay también proyectiva biográfica, en la sección titulada Lo canario impar. Si Agustín Espinosa convierte al camello en un mito, a Pérez Alvarado - evocando a su abuelo - le toca apuntar hacia un iconema tan consustancial y representativo del territorio como es la palmera:"(?) Aquella palmera sola dice mucho más en su condición impar sobre nuestra cultura que cualquier palmeral que, trasplantado, crezca fuera de las Islas."(?)Igual que mi abuelo fundó su familia sin dejar nunca de escribirle versos al pueblo de sus orígenes, esa palmera impar señala que en la distancia con los barrancos insulares germinan las semillas de sus támaras lanzadas al aire del invierno zamorano." (pg.40)

Nos ocuparía más espacio del aquí disponible trasladar al lector o lectora los fragmentos del texto que hemos subrayado en nuestra lectura, que son muchos y enjundiosos, en cuanto contienen un octanaje de pensamiento metafísico de intrincada solución en contigüidad con el devenir literario de las Islas desde Cairasco de Figueroa hasta Eugenio Padorno. Se va tejiendo entre la sístole y la diástole una trama conceptual que abarca la insularidad, la búsqueda del origen, el regreso, la distancia incorporada y la redención, que dejaremos a la inteligencia de quien se adentre en estas páginas. Que no encontrará, desde luego, el sentimiento del paisaje que ha encauzado normalmente la motilidad lírica de tantos poetas canarios, sino más bien una epifanía desacostumbrada que discurre desde lo intuitivo concreto a lo intuitivo abstracto. Si, como precisó Paul Valéry: "la sintaxis es una facultad del alma", la que aquí ha paginado Miguel Pérez Alvarado nos sorprende porque, si bien entronca con el monólogo ontológico que nos traemos los poetas isleños, sugiere que queda un mar adentro por surcar como él lo hace. Podría hacer suya aquella otra cita de Valéry: "Mis versos tienen el sentido que se les preste", todo sea atrapar la idea central de este volumen: iniciar al lector o lectora a una insularidad transitable en cuanto transfigurada por una estrategia de pensamiento que aborda la representación de la vivencia isleña desde su mismidad espacio - temporal.

Estamos pues ante una escritura transitable entre dos amarres en los límites de la inteligibilidad: la recreación del paisaje trascendido por su ideación y la analítica del ajuar mental de sus paisanos. Redentorista, o al menos con cierto élan regenerativo cuando llega el caso, evolucionada hacia la comprensión de la escritura insular, deduciéndola como mera representación de la estructura profunda en la que venimos haciendo poesía. Ese inveterado síndrome de isleñidad/diferencia que se cronifica como ontología ("lo nuestro").

Sólo porque la poesía - vivirla, escribirla, comunicarla, conservarla - lleva sentido hay que leer este libro y seguir a este poeta, ya nada emergente, sino solidificado. Si la poesía no fuera exudación del ánimo pensante, transvase sintáctico de la percepción consciente u onírica, podría suceder lo que Antonio Machado dejó escrito en su Cancionero apócrifo de Juan de Mairena (1928):"Pronto el poeta no tendrá más recurso que enfundarse su lira y dedicarse a otra cosa." Bienvenido sea pues Miguel Pérez Alvarado a la nómina de los poetas canarios trascendentes, llegando como viene desde una generación de edad mediana ampliamente neblinada por la crítica.

A tal respecto, nos inquieta la opacidad mediática y el vacío crítico en que discurren las generaciones que han de tomar el relevo de los poetas del grupo senior. Atención a este autor, que va más allá, más adentro de lo esperable, que era la simple figuración. Miguel Pérez Alvarado persigue en esa sístole-diástole nada menos que una transfiguración, que falta nos hace.

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