Recientemente nos fijamos en un estudio publicado en Nature, que analizaba cuatro millones de muertes producto de violencia letal, casi 2.000 especies de animales, incluidos unos 600 grupos humanos distintos, y en el lapso de 50.000 años. Este extenso censo de datos determinaba que la violencia letal está en los genes del mamífero humano, y que sólo es aherrojada un tanto por el sistema estatal. Llegábamos a cierta conclusión acerca de que los agentes antisistema, por tanto, son productores de violencia letal, acaban con la paz. Los recientes grupos podemitas, en España, son un ejemplo de ello, y la mostración espectacular y televisiva de las injusticias sociales por sus líderes, no son, ni de lejos, su principal motivo, sino un medio de propaganda para ejercitar la violencia a fin de tomar el poder. La violencia, entre los jóvenes, es hormonal y contagiosa, por mera naturaleza humana, instinto animal, y eso se aprovecha para incendiar la calle premeditadamente. Una vez Pablo Iglesias ha decidido pasar a la acción, un motín violento en el Centro de Internamiento de Extranjeros Aluche en Madrid, lo aprovecha para decir: "gracias a motines como estos, en las sociedades avanzadas tenemos democracia y derechos civiles". Viene de lejos esa defensa de la violencia, a la que vuelve con denuedo, defendiendo las tiranías de los Castro y de Maduro, cantando puño en alto La Internacional junto a la bandera soviética, acompañado de un sujeto como Pablo Hasel condenado por enaltecimiento del terrorismo, reivindicando la guillotina como "madre de la democracia", o mostrando orgullo por Andrés Bódalo, condenado a prisión por agredir a un edil socialista en 2012. Pablo Iglesias Turrión, en un texto de 2009, en la revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, Nómadas, de la Universidad Complutense, cuando era profesor, escribió Los muros de Tebas. La política como decisión sobre la vida o Agamben contra Agamben. Establece que los sujetos excluidos por el sistema judeocristiano liberal son el "homo sacer" de Agamben, el material vivo para experimentar. Y añade claramente: "Pretendemos imaginar una nueva Antígona como nueva política antagonista que reconozca los límites de una teoría revolucionaria que fue incapaz de sustraerse a la excepcionalidad schimittiana de la estatalidad, a saber, la dictadura del proletariado". El "homo sacer" lo describe como "un expulsado, un exiliado, un abandonado/bandido de la comunidad política? al que cualquiera puede matar sin cometer homicidio ni asesinato, esto es, con absoluta indiferencia de (como ciertos animales, plantas y objetos no sometidos a ningún tipo de protección jurídica) ? la especificidad del "homo sacer" es la impunidad de darle muerte y la prohibición de su sacrificio. El sacer no es objeto, por tanto, de ninguna regulación jurídica (no puede ser juzgado ni condenado ni es sujeto de derecho alguno), no tiene, como los judíos exterminados por los nazis en los campos de concentración a los que se hace referencia en la nota inicial, más valor que el de un piojo". Iglesias Turrión, en este texto escrito al año de doctorarse, en plena efusividad intelectual, se manifiesta muy influido por Agamben, con quien estuvo en un seminario en el European Graduate School de Saas Fee, en Suiza. Agamben es reformulador de La Biopolítica de Foucault, como gestión política de la vida en la que interviene el poder en la vida humana, y que se muestra como Nuda Vida, un término casi médico, desprovisto de humanidad, igual a la de un invertebrado o una planta, y que resulta apropiada por la política. Las conclusiones de Agamben se sitúan al borde de lo estridente, el humano no es un sujeto sino un cuerpo vivo, al que se domina con la amenaza y gestión de su muerte. Agamben se apoya en las descripciones existenciales del holocausto, en el problema de Eichmann expuesto por Hannah Arendt. Política es biopolítica, y estado es estado de excepción, en una especie de espectro donde ambos extremos se tocan. Iglesias Turrión está arraigado en el núcleo mismo del acceso al poder por el ejercicio de la violencia porque su origen intelectual mismo nace de esa concepción de que la masa humana es una masa vital que hay que gestionar. Y ha empezado su experimento poniendo en marcha las hormonas juveniles de esas masas en sus representantes más genuinos: los estudiantes.