Desde que comenzara su carrera en solitario en 2014 tras militar por varios grupos punks de escasa fortuna, y producir a la flor y nada de la música independiente de los últimos diez años, la nueva gran esperanza del folk norteamericano ha estado depositada en este joven músico de Illinois que en sus cuatro trabajos ha ido creciendo en cuanto a talento y versatilidad.
Recibido poco menos como si fuera el nuevo Bob Dylan por la prensa de su país, los cierto es que en cuanto a sus intenciones Ryley Walker está más cerca de artistas como Iron and Wine que buscan pervertir el género añadiendo pinceladas de jazz y psicodelia. Ahora, con este cuarto álbum, Walker se revela como el músico arriesgado e innovador que es, puliendo aún más las aristas que desprendía su anterior y también magnífico I wil ask you twice. Y es que a sus influencias más notables de Nick Drake, John Martyn o Bert Jansch, el de Rockford añade otras más cercanas a las del nuevo crooner contemporáneo con destellos de gente como Mick Harvey o Richard Hawley. Así sucede con el tema inicial, The halfwit in me, en donde el barroquismo instrumental recuerda nada menos que a Lambchop. Con Sullen mind, el músico pone toda la carne en el asador con una composición compleja y de desarrollo abigarrado que tiene el mismo aroma que el John Cale de 1919. Lo mismo sucede con Age old tale que desprende una falsa candidez incluyendo arreglos de guitarra realmente embriagadores, mientras que el rock elaborado de Grateful Dead o Jefferson Airplane reaparece en The great and undecided. Un disco pausado, nocturno, ideal para reinterpretar el pasado ir descubriendo detalles poco a poco que van ganando con cada nueva escucha. Lo contrario a lo que, desgraciadamente, se demanda hoy en día.
