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literatura

Un Nobel catalanista en exceso

El canario Àngel Guimerà compitió con Galdós, tiene el récord de diecisiete intentos y chocó otras tantas contra el muro de un comité reacio al separatismo

Àngel Guimerà i Jorge visto por Ramón Casas, en el Museo Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) LA PROVINCIA/DLP

Mientras el argumentario de Bob Dylan y el apoyo del jurado a su Nobel de Literatura 2016 entra en un sueño de cincuenta años, nunca antes se harán públicas las actas, el revuelo refrescante de este veredicto hace desfilar vetos, amaños y testimonios de candidaturas que chocaron contra un muro e incluso se empotraron en él pese a su desmedido afán repetitivo. Imposible pasar por alto la del canario Ángel Guimerá Jorge, cuyo rechazo siembra estudios, comunicaciones, ponencias y libros con controversias de tanto fuste como las que afectan a Benito Pérez Galdós, otro isleño que se quedó a las puertas por la geopolítica, ciencia que se adhiere al mérito literario como una ventosa. El autor de Doña Perfecta cayó fulminado, y otro tanto de lo mismo le ocurrió al Maestre en Gai Saber, reconocimiento honorífico al ganador de tres premios de los Juegos Florales de Barcelona. O sea, un prócer del catalanismo de más solera.

Razones que a continuación sobresalen dan por hecho la escritura del nombre de poeta y dramaturgo en catalán. Àngel Guimerà i Jorge nació en Santa Cruz de Tenerife en 1845, pero se marcha a Cataluña desde los nueve años y muere en Barcelona en 1924 envuelto entre las más altas dignidades de su patria. En su municipio natal tiene un teatro y una calle, pero fue Cataluña la que impulsó nada menos que diecisiete veces -algo inédito en la historia del Premio- su candidatura al galardón sueco como protagonista notable de la consolidación del movimiento político y cultural de la Renaixença, la reivindicación de la lengua y la literatura catalanas. A Galdós se lo ventiló la burocracia nobeliana por la sombra de su anticlericalismo, y Guimerà, pese al empeño de sus padrinos, declinó por su separatismo.

Señalado por un perfil humano y literario en el que abunda la preocupación por las injusticias y las hipocresías que condicionan la vida humana, su nombre llega a Estocolmo por primera vez en 1906, pero la candidatura de la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona se retrasa en la tramitación y queda fuera. No será hasta 1907 cuando su nombre empiece a sonar como favorito. Sin embargo, el estudioso Josep Miracle, por un error reconocido por él mismo con posterioridad, sitúa el primer veto a Guimerà en 1904 cuando el Nobel pretende repartir el premio, según su versión, entre el canario y Mistral, "reconociendo de esta manera a dos autores paradigmáticos del renacimiento literario casi simultáneo de dos lenguas latinas emparentadas como el catalán y el provenzal". Serán el español José Echegaray y mismo Mistral, escritor francés en lengua occitana, los vencedores. Los especialistas Enric Gallen y Dan Nosell, autores del libro La historia de una candidatura, dedicado al imposible galardón a Guimerà, corrigieron el entuerto de Josep Miracle. El catalanista nunca pugnó con Echegaray, que además fue su su traductor. Los méritos del también político y matemático: éxito internacional, más que Tolstói, Zola o Ibsen. Despierta pasiones, según los informes. Su obra lleva 20 años en las librerías y la revista literaria Ny Svenski Tiedskrift le ha dedicado largos ensayos. La ausencia de "personajes femeninos fuertes en su obra, al estilo de los de Shakespeare" no es relevante, España es así, las mujeres carecen de protagonismo.

En 1907 llega a tiempo la candidatura de Àngel Guimerà, revestido con la popularidad que le ofrece ser un autor de la mítica compañía de María Guerrero. Obras como María Rosa (1894), La fiesta del trigo (1896), Tierra baja (1897) o La hija del mar (1900) muestran "el acierto de saber articular una nueva forma de drama en prosa de ambiente contemporáneo, en que los trabajadores -sean obreros, campesinos o marineros- aparecen en su dura realidad, como trasfondo social, aunque el conflicto central gire alrededor de las complejas relaciones y pasiones humanas, sin dar protagonismo a las actitudes de rebeldía o de reivindicación", destaca el estudioso Anton Carbonell en la revista digital Visat.

No es suficiente. Gana el británico Rudyar Kipling. Entre los oponentes de Guimerà está también el erudito Marcelino Menéndez Pelayo. ¿Es cierto que en 1907 empieza el veto al catalanismo en el Premio Nobel? Kjell Espmark, presidente hasta 2005 del Comité, escribe en su libro recapitulador Cien años con la misión (Nórdica Libros 2008) lo siguiente: "La política de neutralidad se practica también en un nivel más bajo que el internacional. Lo que aquí se enfoca es la rivalidad lingüística y política, ya sea en Finlandia, ya sea en España". En este sentido, pone el ejemplo del filandés Juhani Aho, lo que "da lugar a un acto de equilibrio en el dictamen de Hjärne [presidente del Comité]. Un autor que escribe en filandés 'no debe sin razones muy poderosas' [el entrecomillado es de Espmark] anteponerse a 'un autor filandés de expresión sueca' y por esa razón él ha propuesto al 'ambos lados del Báltico muy apreciado poeta Bertel Gripenberg".

Tras descifrar el peso de la geopolítica, señala Espmark: "Un punto de vista semejante se aplica al escritor catalán Àngel Guimerà y Jorge, candidato desde 1907; Hjärne encuentra en 1917 que 'un escritor en la lengua literaria más antigua y consagrada por el uso, debe ponerse a su lado o premiarse antes: sería una lástima que la Academia, incluso contra su voluntad, hiriese el delicado sentimiento nacional castellano". La teoría se sostiene en el tiempo: "En 1919", escribe el autor de Cien años de misión, "se repite, tanto para Aho como para Guimerà, la opinión de que 'ninguno de los ellos debe ser premiado antes que otro autor que escriba en el idioma literario más antiguo del país en cuestión".

La Academia de las Buenas Letras de Cataluña lo intentó nada menos que en diecisiete ocasiones con Guimerà. Un empeño que se cruzó a partir de 1912 con la candidatura de Pérez Galdós, en cuya obra abundan los personajes femeninos, no como en la de Echegaray, y que transpira un sentido nacional, españolista, ajeno en la de su colega nacido en Santa Cruz de Tenerife. La rivalidad con Galdós hará sudar la gota gorda al jurado del Premio Nobel de Literatura. Así fue en 1916: Hjärne se dacanta por el autor de Doña Perfecta, pues ve difícil de entender las "metáforas fantásticas" del otro canario, que, además, defiende "una cultura separatista y localista". A la hora de comparar con Galdós, se queda con este último al considerar que "representa mejor a la literatura española". El grancanario, opina el Comité, deja a un lado su opinión personal "para dar un testimonio a través de su obra de la realidad social del país". La recomendaciones caen en saco roto: Galdós gana a Guimerà por goleada, pero no lo consigue. Quedan en secreto las notas y cartas que recibió Estocolmo para no darle el Premio Nobel a un autor anticlerical, a juicio de los conservadores. El catalanista, por su parte, se mantuvo en el candelero nada menos que hasta 1924, año de su muerte. Un dramaturgo de 56 años, Jacinto Benavente, que se autodenomina como un "burgués inquieto", se lo arrebata en 1922, pero eso es harina de otro costal. La Academia sueca había tirado por el camino de en medio.

Enric Gallen y Dan Nosell, en su investigación sobre la candidatura fallida de Guimerà, subrayan el carácter distintivo de su literatura "patriótica" en un contexto atravesado por la Primera Guerra Mundial. Y esgrimen: "La Academia sueca no quería conflictos de ningún tipo como los que se podían derivar de culturas pequeñas o minoritarias pero sin estado, que a sus ojos a veces se mezclaban con unas reivindicaciones de carácter político, que no estaba dispuesta a aceptar ni a asumir". Ya desde 1989, el sempiterno candidato ya era todo lo contrario de lo esperaba el Comité. Como presidente del Ateneo de Barcelona se había convertido en referente del catalanismo político y cultural. Su discurso había sido por primera vez en catalán, todo un estreno incendiario que removía las butacas de Estocolmo.

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