La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un testimonio

Hacia 1968 la dispersión del grupo es extrema: conservados los antiguos vínculos de amistad, la vida los había entregado a otros programas y responsabilidades

Eugenio Padorno con Martín Chirino en París. LA PROVINCIA/DLP

Los orígenes

¿Qué cohesiona, en un principio, a esta docena de poetas? Todo lo que, al margen de la común aceptación de escribir una poesía canaria, podía separarles: una fundamental diversidad de criterios acerca de la funcionalidad de la poesía, diferentes grados de atención lingüística, y, en suma, la no uniformidad de la experiencia intelectual; actitudes éticas y estéticas, aspectos afines a los rastreables en el panorama de las jóvenes poesías hispánicas de entonces, pero que en esta parte y en aquella hora atlánticas aparecían signadas, bajo las veladuras de una intención social o experimental, por la búsqueda y exhumación de nuestros clásicos contemporáneos.

La historia de la amistad y trato de estos poetas va ligada, desde mi perspectiva, al azar de los encuentros cotidianos y de las realizaciones individuales. En la Escuela Luján Pérez de Las Palmas di, hacia 1959, mi primera lectura pública de versos, invitado y presentado por Manuel González Barrera. En casa de González Barrera conocí a Juan Jiménez y a Antonio García Ysa?bal. José Luis Pernas y Jorge Rodríguez Padrón -organizadores, por cierto, en esos mismos años, de veladas teatrales y poéticas en sus respectivos domicilios paternos- eran desde el cuarto curso de Bachillerato, mis vecinos de pupitre en el Colegio Viera y Clavijo, y cuando esa vecindad se traslada a las aulas universitarias, acoge a Alberto Pizarro y a Alfonso O'Shanahan, compañeros desde remotos juegos infantiles frente al mar de Las Canteras. Recuerdo a Ángel Sánchez Rivero como colegial del Mayor San Agustín, curioso y divertido lector de Robbe Grillet y de Butor, ajeno-creo que para todos- al ejercicio de los versos.

Circunstancias personales descalifican en cada caso y a cada uno como testigo y actor ubicuo de las manifestaciones parciales o colectivas del grupo; para mi?, esa experiencia vital y estética se repartió, desde 1960 a 1965, entre Tenerife y Gran Canaria, y sólo en esta última, y en época de vacaciones, fue mayoritariamente coincidente. Entre 1963 y 1965 Jorge Rodríguez Padrón, José Luis Pernas y Alfonso O'Shanahan dejan La Laguna para continuar -o reiniciar- estudios en Madrid, donde ya se encontraba Baltasar Espinosa. Ángel Sánchez marcho? a Salamanca, donde -supongo- empieza a escribir sus primeros poemas. En 1963 Lázaro Santana se reincorpora a la isla, tras la realizacio?n del servicio militar; es entonces, y no antes, cuando comienza nuestro trato que a su vez me depara el de Fernando Ramírez. Entre 1964 y 1965 Antonio Garcia Ysábal reside en África del Sur. Conozco a Jose? Caballero Millares, que había vivido por algún tiempo en Inglaterra, cuando ya se ha publicado Poesia canaria Ültima. En 1967 Manuel Gonza?lez Barrera fija su residencia en Lanzarote, y Lázaro Santana marcha a Estados Unidos, por un curso, como profesor visitante. Hacia 1968 la dispersión del grupo es extrema: conservados los antiguos vinculos de amistad, la vida habia ido entregando a cual otros programas y responsabilidades.

Hay que destacar que en 1960 Manuel González Barrera obtiene el premio Alonso Quesada por su libro Mar humano; un año ma?s tarde, en los Juegos Florales de Las Palmas, Millares y Padorno serán galardonados con el primer y segundo premio respectivamente; el tercero lo alcanza un poeta que acaba de iniciar su andadura: Antonio Garcia Ysábal.

El proyecto

En el mes de marzo de 1964 se realizo? en el Colegio Mayor San Agustin de La Laguna una lectura de poetas pertenecientes a distintas generaciones; en realidad se trataba de cumplir mínimamente un viejo proyecto de Pedro Garcia Cabrera, y que consisti?a en congregar, para convivencia de unas horas, a poetas de Tenerife y Las Palmas; de ésta acudieron Felipe Baeza, Arturo Maccanti, Juan Jiménez y González Barrera. Consecuencia imprevista de este acto fue la edición de un volumen que gozó de escasa representatividad. Lo cierto es que en aquellos días González Barrera y yo adquirimos el compromiso de redactar, cada cual por su parte, un indice de la última y diferenciada poesia escrita en Canarias y cuyas primeras entregas ya habian comenzado a ser divulgadas por las colecciones Tagoro y Mafasca. La demora de la selección y discusión de textos no impidió el ensamblaje histórico y estético de estos poetas en otros repertorios antolo?gicos; así, en 1965, Lázaro Santana presenta en la revista malaguen?a Caracola una "breve muestra de la poesía grancanaria" que se cierra con la generación en que él se incluye. Este número se apadrina no caprichosamente con sendos poemas de Domingo Rivero (1852-1929) y Alonso Quesada (1886-1925), pues, según se lee en la nota de introducción, son los poetas de su generación "que más interés suscitan en los lectores de hoy".

En junio de 1966 Jorge Rodríguez Padrón inicia una serie de artículos periodísticos con el título de Nueva poesía; en agosto del mismo año, una lectura conjunta en El Museo Canario, y en las voces de Fernando Ramírez, Manuel González Barrera. Antonio García Ysa?bal, Lázaro Santana, Alberto Pizarro, José Luis Pernas, Alfonso O'Shanahan y Eugenio Padorno, sera? ya el acto cualificadamente promocional que, tras la oferta del editor Manuel Herna?ndez Suárez, acelera y propicia la consecución de Poesía canaria última.

La antología

Guiados por un criterio histórico-estético que al mismo tiempo obviara la redacción de cualquier tipo de manifiesto, Lázaro Santana y quien esto escribe compartieron finalmente la responsabilidad de la selección de poemas y poetas. Si una zona de la antología resulta con franqueza redundante, puedo asegurar que las causas no se encontraban en el original preparado y dispuesto para la imprenta; se excedió así el discutido principio de limitada variedad que Jorge Rodríguez Padrón había venido exponiendo en sus mencionados artículos.

Por otra parte, si el denominador común de la casi ineditez promocional había aconsejado para Poesía canaria última la exclusión de Felipe Baeza, Manuel Padorno y Arturo Maccanti -coetáneos del primero de los antologados- tal acuerdo impidió la única ampliación permisible, ya que, en la perspectiva que desde Poesía canaria última se remonta a la Antologia cercada (Las Palmas, 1947), emparedados entre dos reafirmaciones colectivas, estos tres poetas habían venido condicionando en algún grado a la más próxima en el tiempo, y antes por afinidad que por revulsión de poéticas.

El rasgo fundamental que, según Ventura Doreste, distingue a casi todos los poetas que figuran en 13 antología es un tono narrativo que aparece connotado por los siguientes aspectos: el poema se formula en el presente, o evoca un pasado muy próximo; el poema, que contiene un testimonio y un juicio histórico, es unidad superior de concepción y escritura; el poema y la realidad se relacionan a través de un "nosotros".

Más que sobre mi poesía, por último, quiero desde ella exponer algunos planteamientos que puede ilustrar un entendimiento de la escritura, afín al de otros compañeros de libro. El atento lector de Poesía canaria última puede encontrar en ella dos modos de construir el texto. Se diría que para el sentido de la creación precede ala escritura; que la escritura se somete a la totalidad de una significación moralizante y de "buenos propósitos", que de antemano también es reconocida por el receptor, advertido de codificaciones maniqueistas. Para otros, la escritura -la conciencia crítica del lenguaje- precede a los sentidos heredados. La poesía se muestra, aun tímidamente, como un proceso que a cada paso se cuestiona a si? mismo; a cada paso el poema se cuenta a si? mismo cómo se hace y cuál es su insustituible e individual poética.

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