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POESÍA LA ÚLTIMA GENERACIÓN DE POETAS EN LAS ISLAS

'Urna insular'

El deseo de Antonio García Ysábal, mi padre, durante su última etapa en Madrid, era volver "a su orilla inmóvil: isla sola cautiva del mar inacabable"

'Urna insular'

Con la misma vehemencia que un pájaro perdido se canta solamente para no sentir miedo

A. G. Y.

En 1961 mi padre era un joven emprendedor y su pasión era la escritura; ese año obtiene el tercer premio de poesía en los Juegos Florales de Las Palmas de Gran Canaria, junto a Agustín Millares y Manuel Padorno. En 1966 la colección Tagoro publica su poemario La Soledad y el Amor, editorial en la que coincide, entre otros, con Agustín Millares, Pedro Lezcano y Lázaro Santana. De gran relevancia intelectual y emocional para mi padre fue a su formación en el Instituto Viera y Clavijo, donde conoció a la mayoría de los poetas que formarían Poesía Canaria Última. En Diario de Arbois' (2001), habla con nostalgia de aquellos años de descubrimiento constante. Cuando me trasladé definitivamente a Madrid, dejé muchas cosas atrás pero no los libros que mi padre cuidó y amó: la colección Tagoro de Poesía, Mafasca, Planas de Poesía, La obra de Alonso Quesada y Domingo Rivero y todos los libros de sus compañeros de generación y de otros poetas más jóvenes, a los que también editó en la colección Alegranza.

Recuerdo la meticulosidad de mi padre con la métrica y la sintaxis; entonces no supe ver que detrás de lo que yo entendía como "encorsetar el ars poética" estaba su pasión por la palabra.

"Yace en el mar, si no continuada isla, mal de la tierra dividida"; con esta cita de Soledad Segunda de Góngora, comienza el poemario Corazón en la Orilla de Antonio García Ysábal, con el que obtuvo el Premio Ansite de Poesía en 1967, junto a Luis Doreste Silva y Juan Jiménez.

Cinco meses antes de la muerte de mi padre, en 2008, se publica mi poemarioAtonal en la Colección El Mirador, de Ediciones Idea; todos y cada uno de los poemas del libro están dedicados a él, pero destaca en especial el poema directamente titulado Padre, en el que, a partir de su propio verso "la luz que en luz se esconde", en él se expresa:

"Hoy me he sentado en el lugar del padre, él no estaba y yo crecía en su presencia. Enciendo la antorcha que ilumina tu verso y me dejo caer, mi voz fuego, origen, mujer en padre encelada.

Soy mar, reflejo que entiendes levitando el mundo.

Tú escribes rojo, yo leo azul y fluyo en "luz que en luz se esconde". El mundo cae sobre tus hombros, padre, como un monte de agua

y todo lo de antes queda limpio. Abarcas la orfandad de un corazón que nace. Quiero ser en ti blanca, dilatar tu nombre y el mío hasta el extremo de los días sin rostro: útero cerrado a nuevos nacimientos.

Somos huellas de gacela en negro exactas, dos en multitud amarilla, transparencias del verbo que acaso pronuncie Dios en su tenue locura."

Dos años después de la muerte de mi padre, me llamó Jorge Rodríguez Padrón para pedirme una selección de textos que se publicarían en la colección Llama sin brasa' de Anroart Ediciones, que coordinaba, desde Las Palmas, Eugenio Padorno, y que volvía a juntar a los integrantes de Poesía canaria última.

Titulé dicho poemario con el verso de mi padre La Urna insular porque muestra la impronta de su poética. Es en la Urna donde él gesta el estado de conciencia creativo; es en ella donde habita la críptica luz del misterio y esa doble mirada de Antonio García Ysábal que reflejaba su escisión más íntima (luz-sombra; haz-envés; muerte-vida; realidad-sueño). El Archipiélago le interesaba como núcleo dividido y rupturista de certezas, y mi padre se desveló en la búsqueda de la forma y del sentido en la vida y en la poesía. Como lo definió Pedro Flores, quien le dedicó un ensayo, nuestro poeta fue "un náufrago quieto", porque, a pesar de sus múltiples viajes, él permaneció incólume, escuchando el rumor del Atlántico desde su ventana en la cocina.

El deseo de mi padre durante su última etapa en Madrid era volver "a su orilla inmóvil: isla sola cautiva del mar inacabable", como expresa en 'laberinto insular'; y allí se encuentra ahora, en la plazoleta que lleva su nombre: "Poeta Antonio García Ysábal, junto a la iglesia del Cristo, en las inmediaciones de la playa de Las Canteras. Desde allí, el mar honra su memoria y la que será mía cuando ya no esté, y quizás alguien también me nombre.

"Entre todas las gentes que conozco ¿quién me nombra? Alguien que tiempo atrás se cruzó en mi camino con su implacable dádiva de odio, de amor o de amistad?

¿Qué labios, inicuos o leales, o tal vez solamente justicieros, ahora

se atreven a identificarme, sin tener otro indicio que mi nombre o

la infiel apariencia de unos actos loables o dignos de condena:

síntomas evidentes del riesgo de vivir?

Entre todas las gentes que conozco, alguien inalcanzable cita mi

nombre ahora, yo lo escucho, y a su conjuro siento que aún soy materia viva".

Como señaló en un artículo necrológico Antonio Puente, que - al igual que el pintor Andrés Delgado, autor de la cubierta de La Urna insular- me acompañó en el sepelio del cementerio de La Almudena aquel aciago mediodía de agosto, García Ysábal buscaba la armonía imposible de los opuestos: entre la mirada interior y la redención colectiva, la pureza esencial y el arrumbamiento existencial, el sentido último del conocimiento con que acotar las experiencias. "Era, dijo, el poeta de la 'entrosalida' y, frente a la luz solar, también el poeta de la respiración entrecortada".

Para concluir este homenaje generacional, a través del poeta que, fue el primero de todos en marcharse, quisiera compartir ese hermoso poema suyo, Nocturnos, que tuve ocasión de recitar mientras le despedíamos en aquel mediodía del tórrido agosto madrileño, de su poemario -¡Qué gran definición de nosotros, los canarios!- Peregrino en África:

"Limito con la noche - al norte del silencio, - al sur de la penuria, - al este del olvido, - al oeste del hambre. - Limito con la muerte - en esta noche cóncava. - Si avanzo: la noche. - Si regreso: la noche. - Si espero: la noche. - Dejadme morir tranquilo. - Acaso es un consuelo - sabiéndome ya un río - derrumbado en el mar, - que he de volverme polvo con los siglos - y he de habitar la tierra - y las raíces. - Dejadme dormir tranquilo. - Encerradme bien hondo, - cavad hondo y profundo, - y pensadme de tierra los costados, - la frente, la cabeza. - Dejadme morir tranquilo. - Bajo la tierra - todo parece humano. - Al fin la vida - nos dona su verdad".

(*) Verónica García, poeta, ganadora del premio de Poesía Ciudad de La Palma 2015 con 'Fuego de nadie', es hija de Antonio García Ysábal.

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