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Caza de fantasmas

Simenon mantiene al lector agarrado a la trama en 'El muerto de Maigret', uno de los grandes títulos del inspector

Caza de fantasmas

"Ya era de día. El sol daba en el Sena, donde las gabarras se ponían en movimiento y silbaban los remolcadores". Siempre estoy desando leer un párrafo así. O como este: "Después estuvieron uno al lado del otro en la barra, sin decirse nada, como si no se conocieran. La fisonomía del hombre había cambiado. Miraba a su alrededor como extraviado, parecía acechar el momento propicio, pero sin duda había comprendido que ya no habría ninguno para él".

Georges Simenon escribió nada menos que 75 novelas y 28 relatos cortos con Maigret como protagonista entre 1931 y 1972: antes ya había sido presentado como personaje secundario en algunos otros títulos suyos. El centro de operaciones de Maigret, que empezó con un bombín sobre su cabeza, es el número 36 del Quai des Orfèvres, que sigue siendo la sede de la Policía Judicial en París.

Simenon fue un fenómeno aparte, un boom que se convirtió en gran escritor. Suele suceder lo contrario. Autores que empiezan con grandes ambiciones literarias y terminan dedicando su tiempo exclusivamente al éxito comercial y a degradar su obra. Pero Simenon, el joven periodista belga de Lieja que llegó a París en busca de fortuna y pasó sus 20 años escribiendo pulps a gran velocidad, unas doscientas novelas cortas y cuentos en menos de diez años bajo una variedad de seudónimos, acabó siendo un novelista admirado por autores tan distintos como Colette, Gide, Faulkner y actualmente John Banville, entre muchísimos otros. Colette le animó a separar la paja del trigo y a escribir literatura. Entonces la obedeció y nunca dejaría de estarle agradecido. Banville contó de él que a diferencia de Joyce, que enmascaraba sus historias hasta hacerlas inaccesibles, el trabajo de Simenon está siempre a la vista: se las arregla para parecer un observador desinteresado a distancia del mundo que crea, mientras se lima las uñas.

El muerto de Maigret, la novela que ahora recupera Acantilado en su empeño por mantener vivo el interés por el gran escritor belga, encarnó mejor que ninguna otra la caza de fantasmas. ¿Dónde está el hombre que pide ayuda? Nadie lo sabe. ¿Cuál es la identidad del cadáver con la cara mutilada? Tampoco. Tras casi un centenar de páginas, planea la pregunta de por qué un tipo aparentemente normal puede estar atrapado en un delito tan estremecedor. Sabía demasiado, eso seguro, pero ¿exactamente qué? Llevará otras cincuenta paginas más averiguar qué fue lo que desencadenó el crimen. Simenon conoce mejor que nadie en este mundo cómo mantener unido al lector con la trama.

El muerto de Maigret es de diciembre de 1947. El libro fue publicado el año siguiente. Su producción corría en aquel momento a toda velocidad aunque de manera algo más tímida que a principios de los treinta. Cada título nuevo suyo registraba como mínimo ochenta o noventa mil ejemplares vendidos. Los romans dur captaban menos la atención que las novelas del famoso inspector del Quai des Orfèvres que alguien comparó con las drogas por su poder adictivo. En cualquier caso, Simenon con su decisión de escribir libros gruesos, como él mismo solía decir, no se apartó de la esencia negra de la novela. Lo único que hizo fue mejorarla liberándose de la mecánica aparentemente sencilla de los casos de Maigret para profundizar en las almas oscuras de diferentes personajes.

Otra decisión suya era no abusar de las palabras difíciles en la escritura. El lector no debe sentir la oblicación de acudir continuamente al diccionario. Tampoco debe pesar sobre él el rigor de la falsa metáfora. No la hay en Maigret que es como un rayo de luz que penetra la nube. En El muerto de Maigret la metáfora sólo funciona de modo coherente.

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