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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Un siglo sin London

Convirtió su vida en una aventura con la que curarse de la estupidez de un tiempo tan parecido al nuestro

Jack London. LA PROVINCIA/DLP

El pasado martes se cumplió un siglo de la muerte del escritor americano Jack London. Un siglo que empezó mal, con grandes desplazamientos humanos, guerras, enfermedades y pobreza, y que terminó peor, nuevos desplazamientos humanos, nuevas guerras, nuevas enfermedades y la oligarquía de una clase social privilegiada que mira con malos ojos a los de abajo. Un siglo que hubiera necesitado de un escritor como London, que luchó con denuedo para mejorar la situación de los más desfavorecidos, para que le cantara las cuarenta, como hizo en La gente del abismo, una crónica despiadada de la extrema pobreza y la proliferación de las personas sin techo en el East End londinense a principios del siglo XX: "No sólo se consideraba un solo cuarto suficiente para un pobre y su familia, sino que a muchas familias que ocupaban un solo cuarto les sobraba tanto espacio que incluso admitían uno o dos inquilinos más".

Hasta el último suspiro London convirtió su vida en una aventura con la que curarse de la estupidez de su tiempo tan parecido al nuestro: "No malgastaré mis días tratando de prolongarlos, usaré mi tiempo". Y vaya si lo hizo. Entre 1900 y 1916, London escribió más de cincuenta libros, cientos de relatos breves que dan una visión panorámica, colorista y pintoresca, de claroscuros dramáticos, de la vida americana de finales del siglo XIX y principios del XX, memorias autobiográficas y numerosos artículos periodísticos, cuyas frases sencillas y aparentemente transparentes esconden los desplazamientos más profundos de su alma, que en nada tienen que envidiar a los que el autor de Colmillo blanco hizo a los bosques de Yukón o a los mares del Sur.

Nelson Algren, autor de Un paseo por el lado salvaje, definió su prosa como "reportaje emocional", algo parecido al periodismo, pero con compasión. Muchos de los libros de London podrían definirse igual. Siempre se vio a sí mismo, pese a su prestigio y a su éxito (con alguna sombra de plagio), como un escritor menor y accesible. Es decir, nunca se concedió excesiva importancia. En una ocasión dijo que: "Escribo un libro por la razón de añadir trescientos o cuatrocientos acres más a mi magnífico Estado [su casa de Rancho Hermoso, en el condado de Sonoma, California, donde murió el 22 de noviembre de 1916]. Después de mi mujer, el rancho es la cosa más querida en el mundo para mí".

A aquellos que soñaban con ser escritores afamados, canónicos, institucionalizados en las academias, London no tenía reparos en confesar que: "¡Preferiría ser cenizas que polvo! Preferiría que mi chispa se queme en una brillante hoguera a que sea extinguida por seca desintegración. Preferiría ser un espléndido meteoro, c ada átomo en mí en magnífico resplandor, que un soñoliento y permanente planeta". El impacto de la obra de London en la literatura americana es difícil de cuantificar. Pero que algunos de los escritores contemporáneos la sigan teniendo en cuenta (véase o, mejor, léase, Leñador de Mike Wilson) resulta incuestionable. Su huella escapa a épocas, géneros o estilos. Está en cualquier sitio donde la imaginación y su enorme poder de evasión nos lleve. Conviene leerlo. Es más, en estos tiempos, conviene tenerlo a mano como la caja del ibuprofeno.

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