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Entre el cine y la realidad

'Los últimos de Filipinas', el símbolo de una parte de la historia de España que no quería dejar atrás, y último reducto del colonialismo en el Pacífico

Luis Tosar, como el teniente Martín Cerezo en la película '1898. Los últimos de Filipinas', de Salvador Calvo. LA PROVINCIA/DLP

La fecha de 1898 se ha tratado en la historiografía tradicional como el fin de la contienda en Filipinas y el abandono de España de aquel archipiélago asiático tras una ocupación de cuatro siglos. Si bien es cierto que es el año de la derrota militar, no es el final, pues muchos acontecimientos posteriores confirman la existencia de una continuidad de la guerra en distintos frentes, tantos bélicos como diplomáticos. Los últimos de Filipinas son la consecuencia de un desastre militar, de una precariedad organizativa, de una situación convulsa y finalmente, una tragedia colectiva convertida en símbolo de aquella guerra lejana. Un pequeño batallón encargado de la defensa del pueblo de Baler, en la isla de Luzón, compuesto por soldados de casi todas las regiones españolas, queda aislado durante 337 días. Una épica que en pleno franquismo se convirtió en símbolo patriótico con la película Los últimos de Filipinas (1945), dirigida por Antonio Román e interpretada por Fernando Rey y Tony Leblanc. Aquella cinta partió de una novela radiofónica de éxito que escribió Enrique Llovet unos años antes, quien también fue autor de la letra de la canción que interpretó Nani Fernández, Yo te diré, y que han cantado y tarareado generaciones de españoles. Una película que se estrena recién concluida la II Guerra Mundial en el escenario europeo, pero donde queda pendiente aún la resolución del conflicto con Japón.

Si bien la película de 1945 tiene un toque heroico, patriótico y de cierta melancolía en un contexto de una España sumergida en la depresión de su Guerra Civil y atenazada por las graves consecuencias de la II Guerra Mundial, logra transformar en la memoria colectiva una derrota militar en Filipinas en un hecho cuasi victorioso que ha llegado a nuestros días. La relectura que hace la película 1898. Los últimos de Filipinas sobre el mismo episodio sobre el texto de Alejandro Hernández y la dirección de Salvador Calvo, nos muestra una realidad distinta.

Los protagonistas obligados de esta tragedia exponen sus contradicciones personales, unos pocos con sus ambiciones de heroicidad, y la mayoría de no entender nada de ese destino forzado, que cuestiona finalmente el sinsentido de la guerra contada en primera persona, alejada de los lenguajes patrióticos y de relatos literarios contemporáneos que mostraban una visión muy distinta. Una cinta que utilizó la correspondencia de parte de los integrantes del asedio para reconstruir los personajes. Con ello, setenta y un años después de la primera película nos encontramos un hecho singular, pues en 1945 sólo ocho de aquellos hombres estaban vivos, entre ellos dos de los tres canarios del batallón, el majorero Eustaquio Gopar Hernández y el tinerfeño José Hernández Arocha, pero a ninguno se le preguntó para elaborar el guión, salvo el texto sobre el que se basó el guionista, el libro de memorias del teniente Saturnino Martín Cerezo (1935), que contó con el prólogo de Azorín, quien en sintonía con la época escribió "¿Qué nación en Europa puede mostrar ejemplo de tal heroísmo?

Si España ha producido dos películas sobre este hecho histórico, Filipinas no se ha quedado atrás, y en 2008, el director Mark Meily hizo realidad el texto de Roy Iglesias, con la cinta Baler, centrada en el romance entre un soldado mestizo, desertor del batallón español, y una joven filipina durante el asedio de casi un año a los españoles.

Los canarios en Baler

Ni Eustaquio Gopar ni José Hernández pudieron imaginar jamás que el municipio de Santa Lucía de Tirajana en la isla de Gran Canaria fuera el escenario mayoritario de una película de aquel episodio que condicionó sus vidas. El batallón que integraba la pequeña guarnición de Baler la formaban el capitán De las Morenas, los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, el oficial médico Rogelio Vigil de Quiñones y 46 soldados, entre los que se encontraban los canarios Eustaquio Gopar Hernández, nacido en Tuineje (Tuineje-Fuerteventura), Rafael San Quintino Alonso Mederos (La Oliva-Fuerteventura) y José Hernández Arocha (La Laguna-Tenerife). Los tres integraron el Batallón de Cazadores número 2 que estuvo combatiendo 337 días después de concluida la guerra con los Estados Unidos en la iglesia de Baler. Dos canarios tuvieron la fortuna de encontrarse entre los 32 supervivientes de los 50 integrantes de aquel Grupo de militares españoles, no así Rafael Alonso Mederos, que falleció de beriberi en diciembre de 1898.

Estos tres jóvenes canarios fueron reclutados en 1896 como soldados de segunda y llevados junto a otros isleños, primero desde Tenerife a Cádiz, y desde allí en tren hasta Barcelona, donde después de una travesía de un mes, llegarían a Manila un año después de su partida de Canarias. Algunos otros nombres que la prensa de la época citaba como acompañantes de aquella expedición son los sargentos Diego Martel Alemán y José del Castillo, los cabos Francisco talavera García, Elías García Lorenzo, Francisco Cabrera y Cabrera, Sebastián Sánchez Morales, Marcial González García y Antonio Segura Cabral, y el corneta José Marrero. Sin embargo, ésta no fue la única expedición de canarios para Filipinas, pues en aquella contienda participaron centenares isleños.

El sufrimiento de estos tres combatientes en Baler queda reflejado no sólo en la historiografía, sino en las películas señaladas, con sus distintas interpretaciones. Pero quiénes eran estos tres jóvenes que cruzaron medio planeta en su primera salida de Canarias. Todos ellos eran trabajadores del campo y de familias muy humildes.

Rafael San Quintino Alonso Mederos nació el 31 de octubre de 1877 en la localidad de Villaverde, en el municipio de La Oliva (Fuerteventura) y fue reclutado en su ayuntamiento en 1896 con el número 36 de su quinta. Su historia concluye en prematura muerte, al contraer el beriberi, el 8 de diciembre de 1898, dos días antes de la firma del tratado de París con que España capitulaba en la Guerra de 1898 antes Estados Unidos y en la que estuvo presente otro canario, el teldense Fernando de León y Castillo, entonces embajador de España en Francia. Los restos de Alonso Mederos fueron enterrados en el suelo de la iglesia de Baler, y allí permanecieron junto a los otros 16 oficiales y soldados del batallón, así como el cura que se les unió durante el asedio, hasta la exhumación que se practicó el 9 de noviembre de 1903. Los restos de estos combatientes llegaron a España el 15 de febrero de 1904 y fueron llevados mediante orden publicada en La Gaceta de Madrid al Mausoleo en honor a los héroes de Cuba y Filipinas del cementerio de La Almudena en Madrid, donde permanecen hasta la actualidad.

El otro majorero en Baler fue Eustaquio Gopar Hernández, que nació en Tuineje el 2 de noviembre de 1876. Tuvo más suerte, y pudo sobrevivir y tener una larga vida, lo que le permitió disfrutar de los honores que le tributaron sus paisanos, desde su llegada a Barcelona el 1 de septiembre de 1899, a los ofrecidos en Gran Canaria y Fuerteventura. El más notable fue el mostrado en el teatro Tirso de Molina de Las Palmas de Gran Canaria, la noche que se inauguró la luz eléctrica en la platea y vestíbulo del coliseo grancanario.

La guerra cambió la vida de Eustaquio Gopar para bien, pues su reconocimiento le valió el cargo de juez de paz sustituto entre 1901 y 1902, y también en un segundo periodo entre 1924 y 1928, un tercero, ya como titular, en 1933 y 1941, y un cuarto entre 1942 y 1946. Sin embargo, Gopar es recordado como alcalde de Tuineje en dos periodos bien distintos. El primero desde el 12 de marzo de 1930 al 10 de mayo de 1933, comenzado tras la marcha de Primo de Rivera y acabando en plena II República española. Su caso es peculiar, pues se convierte en alcalde en pleno periodo franquista, el 24 de abril de 1955, a pesar de haber sido alcalde durante la II República, permaneciendo en el cargo hasta el 19 de febrero de 1961, cuando la salud ya no le acompañaba para el correcto desempeño del mismo. Falleció el 25 de octubre de 1963 a los 86 años de edad, siendo Hijo predilecto de Fuerteventura y Caballero de la Orden de Cisneros (1960). El tercer canario fue José Hernández Arocha, que nació en La Laguna en 1876. Según consta en las memorias del teniente Cerezo, era el más alegre de todo el batallón y al que consideraba su más fiel protector, no en vano el canario salvó la vida al teniente durante la sublevación de parte de la tropa. En las memorias recuerda a José Hernández cantando folías y animando a sus compañeros durante el casi año de asedio. El propio José Hernández contó a la prensa tinerfeña a su regreso a la isla algunos episodios vividos en Baler, pero con una clara narración heroica y alejada de los sufrimientos acaecidos entre las paredes de aquel templo. El tinerfeño recordaba cómo abrió el pozo con sus manos, el que permitió que no murieran de sed, o como construyó el horno con el que cocinaban la comida. Estos hechos relatados a la prensa local fueron ratificados en las memorias de Cerezo.

La vida de José Hernández cambió, aunque no tanto como la de Eustaquio Gopar, tras su regreso de Filipinas. El ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife le organizó un homenaje y organizó una colecta en la que se recaudaron 2.686,37 pesetas y una vivienda en Taco, donde residió hasta su muerte en la década de los cincuenta. La calle donde residió lleva su nombre.

Por otra parte, tanto José Hernández como Eustaquio Gopar y todos los supervivientes de Baler recibieron a partir de marzo de 1909 una pensión vitalicia de 60 pesetas al mes. Asimismo, tras el estreno en 1945 en Madrid de la película Los últimos de Filipinas y el fuerte impacto mediático, les fue otorgado en julio de ese año, junto a los otros seis supervivientes, la distinción de Teniente honorario del Ejército. El propio teniente Cerezo destaca en un informe oficial fechado el 10 de julio de 1899 a nueve soldados que tuvo a su mando en Baler, entre ellos los dos canarios supervivientes, de los que afirmó que "sus cualidades y subordinación eran las mejores del destacamento".

El escenario de una guerra

El 23 de abril de 1897 llegaba a Manila el Gobernador General Fernando Primo de Rivera para asumir de nuevo el mando supremo de las Islas. Los nuevos responsables de la administración española constatan que en la sublevaba Cavite, donde se concentra la mayoría de los revolucionarios filipinos, unos veinticinco mil insurgentes y más de mil quinientas armas de fuego, pero sin casi munición. Allí son derrotados por los españoles. Este es uno más de los episodios bélicos entre filipinos y españoles antes de la declaración de guerra de Estados Unidos, que supone el exilio del general filipino Aguinaldo en Hong Kong a principios de enero de 1898, bajo la estrecha vigilancia del cónsul de España, para evitar los contactos con los norteamericanos. Sin embargo, Aguinaldo se reúne con el comodoro George Dewey y le solicita que se una con ellos en la lucha contra España. En la búsqueda de alianzas, el general filipino marcha a Singapur para atraer el favor de los británicos, recelosos de las pretensiones alemanas y francesas en la zona, pero favorables a una intervención norteamericana.

Los acuerdos entre filipinos, norteamericanos y británicos para suministro de armas y apoyo logístico diverso llegan a oídos del cónsul español en Hong Kong que lo comunica a las autoridades españolas en Manila. Los acontecimientos se precipitan y el 25 de abril de 1898 Estados Unidos declara la guerra a España con una declaración retroactiva al 21 del mismo mes. La consecuencia es que el comodoro Dewey zarpa rumbo a Manila y destruye con facilidad la flota española al mando de Montojo el 1 de mayo en Cavite. Mientras, los norteamericanos a los que Arguinaldo solicitó ayuda, son los que ahora condicionan su ayuda a cambio que los filipinos combatan bajo mando de Washington. Estas condiciones esconden las auténticas intenciones norteamericanas que no son otras que la ocupación de Filipinas y no su independencia de España. El 25 de mayo Emilio Aguinaldo desembarca en Cavite en calidad de Jefe del Estado Filipino. Mientras ocurría esto, el 28 de mayo, los defensores de Baler despedían al emisario que les informa de la situación del archipiélago por creerlo una estratagema del enemigo para ocupar la plaza.

Sin embargo la incomunicación de Baler no fue la única en la que se vieron inmersos los destacamentos españoles destacados en las miles de islas del Archipiélago filipino y otros enclaves del Pacífico; aunque sí es llamativa porque Baler estaba situada a unos 100 kilómetros al norte de Manila, separada por una densa selva y cuyo único acceso era por mar.

Uno de esos episodios curiosos sucede ese mes de mayo cuando el crucero norteamericano Charleston bombardea sin previo aviso el fuerte de Apra en la isla de Guam. El gobernador español Juan Marina, destinado allí desde el 17 de abril de 1897 ignoraba que hubiera estallado la guerra, pues la isla no tenía telégrafo. Marina creyó que los cañonazos, que no alcanzaron objetivo alguno, eran salvas de saludo. Como la guarnición carecía de cañones para responder a lo que creía una cortesía, se acercó al buque en bote de remos y vestido con uniforme de gala para responder al saludo, ante la mirada estupefacta del capitán norteamericano, que nada más acceder a bordo le comunica que es su prisionero. EE UU se anexiona las islas el 21 de junio y, como curiosidad, nombra gobernador al comerciante barcelonés Francisco Portusach Martínez, único ciudadano estadounidense de la isla por haberse naturalizado en 1888, Los norteamericanos parten a Cavite con los 54 militares españoles prisioneros, quedando al mando de la islas Marianas el administrador de Hacienda, el filipino José Sixto, quien anula la autoridad de Portusach.

El 12 de junio Emilio Aguinaldo proclama en Cavite la efímera República de Filipinas, mientras en el bando español Fermín Jáudenes y Álvarez sustituye el 24 de julio a Augustín como capitán general interino de Filipinas. Su mandato concluye cuando el 13 de agosto los norteamericanos bombardean Manila. Tras unas horas de simulacro de defensa, el gobernador español rinde la ciudad. Sin embargo, la caída de Manila no supone la capitulación total de las restantes poblaciones con guarniciones españolas. A la resistencia que mantiene Baler le acompaña la de Francisco Rizzo en Malolos, localidad donde se redactó la primera constitución de Filipinas o la más longeva de Diego de los Ríos en Iloilo hasta el 1 de ene ro de 1899. Otras localidades que caen tardíamente y que se niegan a rendirse son Aparri, al norte de Luzón, que es tomada el 25 de agosto; o la guarnición de Santa Cruz, capital de la provincia de Laguna, que se rinde el 31 de agosto.

Estas puntuales victorias, llevadas a cabo por tropas insurgentes filipinas y no norteamericanas, respaldan la proclamación de la República Independiente de Filipinas el 30 de septiembre de manos de Aguinaldo. Este episodio es efímero, pues los combates continúan en otros puntos, como la rebelión en la isla de Negros declarada el 3 de noviembre, que logra la rendición del gobernador español, el coronel Isidro de Castro, tres días más tarde. El militar español fue engañado por los filipinos, que le mostraron numerosos rifles y cañones falsos hechos con palma y bambú y pintados para parecer reales. El 24 de ese mes cae Dumaguete cae en manos de los rebeldes. De este modo, mientras Baler resiste, caen una a una las pequeñas guarniciones españolas. Aunque es posible que algunos militares quedaran aislados tras el final de la contienda y no repatriados.

El 10 de diciembre se firma en Francia el Tratado de París entre España y los Estados Unidos, donde se concede la independencia de Cuba, suspendida por los EEUU hasta el 20 de mayo de 1902, y la cesión a los Estados Unidos de Puerto Rico, Filipinas y Guam. El general Diego de los Ríos llega a Zamboanga el 2 enero de 1899 para repatriar a las tropas españolas de Filipinas, integradas por unos 7.500 hombres, pero la guarnición de Baler, olvidada por todos y al mando del teniente Martín Cerezo, realiza una conocida heroica defensa de la plaza hasta su rendición el 30 junio de 1899, cuando el teniente lee una noticia en la prensa entregada en la que lee el nuevo destino de un amigo, algo que se lo había contado a él en secreto. Por fin, creen que la guerra se había perdido hacía varios meses. Lo curioso del caso es que por entonces los norteamericanos se habían convertido de salvadores de los filipinos a enemigos, por lo que en la práctica el destacamento de Baler lucha contra los filipinos y se habían puesto, sin querer, del lado norteamericano. En este sentido, los norteamericanos conocían de la resistencia de los españoles en Baler, pues las propias autoridades españolas así se lo habían comunicado en la relativamente cercana Manila. Por ello, en febrero de 1899 partió de la capital filipina el vapor de tres palos Yorktown de EE UU para rescatar a aquellos españoles que creían héroes y que estaban alimentando una leyenda. El desembarco fue un desastre y allí en la playa fallecieron a manos de los filipinos quince marines y el jefe de la expedición.

El primer día de ese mes de febrero, el crucero norteamericano Brutus tomó posesión oficial de la isla de Guam y restituyó al barcelonés Francisco Portusach como gobernador. Esos mismos días, mientras en Baler hacían lo posible por sobrevivir y la enfermedad, más que las balas, había acabado con la vida de varios soldados y oficiales, el Ministerio de la Guerra ordena que las tropas españolas de Mindanao fueran enviadas a Saipán, pues la población de Anapuam se había convertido en la capital de las Marianas, así como a Yap y Ponapé, en las Carolinas, pero el gobierno vende en secreto el 12 de febrero de 1899 el resto de las Marianas, las Carolinas, las Marshall no alemanas (los atolones Eniwetok y Ujelang) y las Palaos a Alemania por 25 millones de pesetas. Este hecho se hace público el 13 de junio y las Cortes españolas lo aprueban el 24 junio de ese año, firmándose el Tratado en Madrid el 30 junio.

Banderas y resistencia

Por entonces, los incrédulos resistentes españoles en Baler ya se habían rendido, pero España continuaba con sus lazos en Filipinas y el Pacífico, aunque fuera para liquidar sus posesiones. La entrega del territorio se hace el 12 de octubre de 1899 al gobernador alemán en Ponapé, así como el 3 de noviembre en Yap y el 17 de noviembre en Saipán. Así casi un año después de la firma del Tratado de París la cuestión filipina y del Pacífico español no estaba resuelta, por lo que la bandera española ondeó en otros lugares distintos y aún más tarde que en Baler. De hecho, estas resistencias, pero menos bélicas, las observamos cuando el 2 de mayo de 1899 zarpa de Manila el vapor Elcano, que recoge varios clérigos en Guam y llega a Saipán con el coronel de voluntarios filipinos Eugenio Blanco, que había aceptado el cargo de gobernador de las Marianas y que estaba acompañado por trescientos soldados pampangos que le eran fieles a él y a España. Sin embargo, son reembarcados para Filipinas el 17 de noviembre de ese año al hacerse efectiva a los alemanes, a quienes se niegan a servir. Por entonces los supervivientes de Baler ya estaban en España.

Pero otro episodio ocurre en Zamboanga, en Mindanao, donde permanecían tropas españolas hasta el 18 de mayo de 1899, cuando los norteamericanos reemplazan a las españolas, aunque éstas conocían desde hacía meses la nueva situación. Sin embargo, la retirada de España de Filipinas, como consecuencia de la precariedad de medios, la complicada geografía del archipiélago y la escasa presencia militar norteamericana para apoyarlos, se hace más lenta de lo que se pudiera imaginar. Por ello la evacuación española del sultanato de Joló se realiza en mayo de 1899. Es más, al propio Tratado de París se le hace una última corrección el 7 de noviembre de 1900, cuando Estados Unidos compra a España las islas de Cagayán Sulú y Sibutu en Filipinas, que quedaron inadvertidamente omitidas del tratado de 1898. Así, dos años después es cuando España cede definitivamente Filipinas.

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