La Provincia - Diario de Las Palmas

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Exposiciones 'diario de ida'

"Esta exposición es un trazo, no una tesis"

En 'Diario de Ida' Karina Beltrán reúne en la Sala B de La Regenta fotografías tomadas en Las Palmas durante su estancia como artista-residente

Partículas particulares. Conforme a un modo de andar que con los años se ha hace más ingrávido, en sus paseos por Las Palmas Karina Beltrán (Buenavista del Norte, Tenerife, 1968) no se demora en lo panorámico o lo monumental, sino en partículas que convierte en particulares. Su Diario de ida, pues, está escrito con la caligrafía microgramática que baila entre ínfimo e íntimo.

Empecemos por el título de la muestra, Diario de ida. ¿Qué hay en ella de anotaciones de viaje?

Pues, justamente eso, notas sueltas sin pretensiones panorámicas de este último viaje a Las Palmas, donde he estado mes y medio como artista residente en La Regenta, trabajando en este proyecto. Viví aquí tres años, a finales de los noventa, pero esta ciudad que anoto ahora con mi cámara, mientras camino sin rumbo fijo, nada tiene que ver con la de entonces. En aquella época ni siquiera tomaba fotografías.

¿Qué le lleva a fotografiar un lugar y qué criterios sigue después para escoger unas imágenes y desechar otras?

No suelo ir con el "modo fotografía" activado, y, cuando cometo el error de hacerlo, los resultados cada vez me satisfacen menos. De modo que, de alguna forma, son las fotos las que me encuentran a mí. Una suerte de aparición. Luego, cuando tengo que seleccionarlas, escojo las que siguen interrogándome sobre algo para lo que no hallo respuesta. Si no es así normalmente las descarto.

Aunque en esta serie se detiene en aspectos minúsculos de lugares no reconocibles, lo cierto es que se trata de sitios cargados de energía como, entre otros, el Jardín de Yoyo, en La Minilla (Jardín I, Las Palmas de GC), o la capilla de ONS en Miller Bajo (Jardín IV, Las Palmas de GC). ¿Puede hablarnos sobre la atracción que sintió en ellos?

Conocer estos jardines me ayudó a definir el proyecto. Mi percepción de esta ciudad, en la que he vivido, ha cambiado por completo. Me reconforta saber que hay gente como ONS o Yoyo que dan forma desinteresadamente a estos espacios en los márgenes de Las Palmas. En la exposición hay dos fotografías de gran formato de ambos jardines. Lo fotografiado no son más que trozos de tierra, como si ésta fuera la originaria, la tierra primera sobre la que se amontonan capas de memoria. Traslado luego estas fotografías a papel milimetrado y trazo sobre ellas líneas de acuarela que constituyen, a la vez, nuevos estratos y delimitaciones de yacimientos.

Vive en Madrid pero regresa a las Islas con frecuencia y viaja asiduamente a Estambul. ¿Mira de igual forma a estas ciudades que como ha mirado estos días a Las Palmas?

Desde hace cinco años viajo con frecuencia a Estambul y estoy desarrollando un proyecto, Istanbul interior, en el que solo fotografío interiores de lugares en los que me quedo -casas de amigos, de amigos de amigos, etcétera-. El exterior nunca. Es como si Estambul se me revelase a través de los espacios íntimos de sus habitantes. De Madrid, en cambio, he tomado pocas fotografías. Vivo en esta ciudad desde hace seis años, pero nada, hasta ahora, me ha impulsado a generar un cuerpo consistente de imágenes sobre ella.

Polvo en una pared, luz solar que se filtra a través de una persiana, hojas suspendidas en una tela de araña? Todas las fotografías de Diario de ida, todas las suyas en realidad, atienden a lo efímero. ¿Qué es en última instancia lo efímero para usted? ¿un sentimiento de melancolía por la certeza de la muerte o una promesa de ligereza?

Ambas cosas. Por una parte, tengo la pulsión de atrapar en fotografías aquello que va a transformarse inmediatamente después, o que está a punto de perecer. Desearía que todo ello perdurase, congelo esos instantes en imágenes y eso me reconforta. Pero me reconforta solo durante otros pocos instantes porque luego regresa el desaliento, la certeza, como usted dice, de la muerte. Por otra parte soy propensa al gesto breve, al trazo, a lo ínfimo. Una de mis principales referencias son, en este sentido, los Microgramas de Robert Walser, una escritura que es como el humo: no hay en ellos una sola historia sino partículas de historias múltiples que se disuelven. Me gustaría lograr algo así con mis imágenes.

Una fotografía de la muestra resume de manera emblemática lo que dice: una pared pintada de color turquesa con un pequeño agujero en ella. Es una imagen que irradia un misterio leve, pero es difícil explicar en dónde radica éste.

Es la imagen de una pequeña imperfección, un agujero mínimo ligeramente desplazado a la izquierda en el encuadre. Este quiebre de la simetría pueda provocar una leve incomodidad. Los japoneses llaman a este efecto "wabi sabi", una aceptación agridulce de la belleza que hay en lo imperfecto, lo decadente y lo feo.

Usted también es pintora y en ésta, como en otras fotografías de la exposición, hay elecciones pictóricas. Pienso en otra que muestra una pared de color rosa pálido con un descascarillado verde botella y otro campo de color en la parte superior, hecho con paletada de cemento. ¿Puede hablarnos de sus juegos entre fotografía y pintura?

Estudié Bellas Artes en la especialidad de pintura y mis primeros referentes vienen de la pintura. Mi trabajo fue puramente pictórico durante diez años, pero, tras establecerme en Londres, me inicié en la fotografía -otros diez años, entre 2002 y 2012- durante los cuáles no toqué un pincel. Con frecuencia mis fotografías son como cuadros que están ya pintados, casi siempre sobre los muros de las ciudades, como en esta foto que menciona. Los veo y disparo. En esta fotografía resuena Agnes Martin, y en otra, tomada ante un muro en Isla Perdida, los blancos de Robert Ryman.

En una de las fotografías que tomó del Jardín de ONS, el efecto pictórico, en cambio, ya venía servido por su autor: es un collage en un parterre con cerámica y madera tratada.

En este caso no vi la relación en el momento de sacar la foto, sino a posteriori. Esa imagen me lleva al cubismo, o a algunas de las piezas de Kurt Schwitters.

Y, en esta tónica, hay veces que un detalle pequeño refleja una imagen mayor de la ciudad, en otro juego entre fotografía y pintura. Me refiero a la vista de una calle de Las Palmas, filtrada a través de un cristal traslúcido, toscamente pintado de verde para una obra.

Exacto. En esta fotografía sacada en la calle Franchy Roca me interesó el reflejo por su cualidad pictórica. Ese verde que lo envuelve todo, como una pátina. Si se fija está de nuevo ahí presente la imperfección de la que hablábamos antes.

Siempre arranca sus proyectos con lecturas previas. ¿Qué libros han sido detonantes en esta exposición?

Esta vez La práctica de lo salvaje, un libro de ensayos del poeta Gary Snyder y, en especial, eso que dice de que la complejidad implacable del mundo está en los márgenes y no en los caminos trazados. Luego, cuando comenzaba a andar el proyecto, llegó a mis manos Tras la sístole. Viaje y escritura insular, de Miguel Pérez Alvarado, y leerlo, muy despacio, contribuyó mucho a darle forma al trabajo. Ya casi al final apareció Walkscapes. El andar como práctica estética, del arquitecto italiano Francesco Careri.

¿Es la belleza algo accesorio en sus fotografías? ¿Le molestaría que solo dijeran de ellas que son bonitas?

En absoluto. Soy consciente de que en el mundillo artístico decir de una obra de arte que es bonita resulta peyorativo, que para elogiarla hay que decir que es interesante. Prima más la razón que la sensación, no sé si me entiende. Hay que parecer inteligente, manejar conceptos, explicarlo todo...

Además de fotografías con calidades pictóricas, hay también dos acuarelas sobre papel milimetrado. Una de ellas tiene aspecto de itinerario. ¿Es una imagen con referente en Las Palmas?

Sí. Lo primero que hice al llegar a esta ciudad fue imprimir casi todos los planos y mapas de ella que encontré en internet. Por ahí comencé el proyecto. Esta acuarela es una línea de costa.

Una suerte de portulano.

No. Lo que he dibujado no es la tierra, ni siquiera la orilla, sino el margen de agua.

La otra acuarela, hecha a base de cuadrados coloreados, evoca una imagen fotogramétrica. ¿Hay algo también de mapa de Las Palmas en ella?

Así es.

El montaje que ha concebido tiene una suerte de ritmo atonal. ¿Puede hablarnos sobre la secuencia expositiva?

Le doy mucha importancia a la instalación de la obra en el espacio. No trabajo con imágenes sueltas porque concibo cada una como parte de un todo, como si fueran fotogramas. Invierto casi más tiempo en crear la secuencia que en sacar fotos.

¿Es un espacio pequeño, como la sala B de La Regenta, un lugar especialmente apropiado para su fotografía, de caracter íntimo y frágil?

Para este proyecto es perfecto, aparte de que, normalmente, prefiero los espacios pequeños para mostrar mi obra. Son lugares que invitan al recogimiento, que funcionan como nidos. La relación que el espectador establece en ellos con la obra es más cercana, más de igual a igual. Por lo demás, siempre concebí esta exposición, realizada durante un período corto de tiempo, como un trazo y no como una tesis. Diario de ida es eso: como unas cuantas frases subrayadas en un libro de cientos de páginas.

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