La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

exposiciones

Las retículas del mito

El arquitecto Félix Juan Bordes vuelve a ser el viejo 'chamán' de la pintura contemporánea con 'Todo lo que fluye'

Félix Juan Bordes en su taller. LA PROVINCIA / DLP

Desde las traslúcidas aguas creacionales de los textos védicos, desde la traslúcida realidad acuosa de un gran formato que se titula Varuna surge de las aguas, hasta la cosmogonía y la mitografía del Sáhara y las tribus de Mali, en obras igualmente monumentales como Desfile de Djinns o la serie de los Ancestros, Félix Juan Bordes, el arquitecto tan racional que le ha legado a la ciudad el edificio Granca y el Conservatorio de Música, vuelve a ser el viejo chamán de la pintura contemporánea, sobreentendiéndose todas las contradicciones. Una de las claves para comprender, para organizar, más bien, nuestra aproximación a su pintura son los títulos de sus obras. El pintor jamás rehúye la nominación de sus cuadros, no incurre en esa monótona nomenclatura de tantas obras abstractas, los "sin título" o los cuadros número, tendencia que con demasiada facilidad se manifestó en las abstracciones de los 1980 y 1990. Él nos dice lo que es su imagen, aquello a que se dirige, de donde parte y en qué sentido se mueve. La realidad material que configura (la pintura es una realidad material al servicio de los ojos) tiene un origen inspiracional concreto, aunque los procesos y los efectos nos dejen perplejos y no logremos atar cabos, pues, la superficie pictórica de Félix Juan es un mundo en sí, vibrante, giratoria, espacialmente múltiple. Sofisticada y a la vez primaria.

Una obra que aparece como ilustración en el texto de Ángeles Alemán, que interpreta etapas y conjuga con modos pasados la reciente experiencia africana, explica mucho acerca de la superficie pictórica y las filiaciones histórico artísticas del pintor, se llama: Movimientos de órganos en la humedad calmosa (2008). En ella se sobreponen capas del mundo físico, lo visible e invisible de lo vegetal, las células y su forma exterior, por una parte, y por otra, todo danza y flota en una espacialidad sin fin. El estilo no es preciosista sino vagamente figurativo. Los contornos de los objetos no nos remiten forzosamente a ellos, los símbolos están en fluidez. Esta visión celular, "invisible" de lo orgánico comenzó durante ese periodo tan amplio y espiritual del arte moderno que se conoce como simbolismo. Los simbolistas, imbuidos de otras filosofías y otras creencias, se empezaron a fijar en la vida ínfima y atómica de la naturaleza, siguiendo esa penetración y descomposición de la luz iniciada por los impresionistas. Los lagos y sobre todo las charcas cobraron interés por la vida "oculta" que encerraban, por los procesos de germinación y degradación de los organismos, por el proceso de la vida y la muerte. Ante la superficie pintada de Bordes lo primero que debemos hacer es tomar conciencia de esa disección dinámica de lo visible e invisible, y de que esa dualidad visual propuesta, adquiere una dimensión épica por la relación que el pintor establece con los mitos y las leyendas épicas de los pueblos.

Otra inflexión clave para le lectura de las obras de 2015 expuestas, es el viaje iniciático a África. Esta experiencia ha reforzado la figuración que encontramos en el periodo de 1970-1980. Entonces las figuras humanoides, la señal y huella del hombre, confrontaba la soledad existencial de su destino urbano, emergiendo también restos de mitos y cosmografías. El umbral místico de África lo ha proporcionado el desierto y una tribu de Malí, anclando así la abstracción épica, el dinámico hermanamiento del artista con ese otro mundo de lo primario y originario, que ya no existe en nuestra sociedad, y si existe es como un componente del angst o angustia que arrastramos.

Los espíritus ancestrales, los númenes pre-islámicos, los poderosos y temidos djinns del Sahel pueblan varios lienzos, caminando en procesión, manifiestos por el conjuro del iniciado, desfilando a la luz del día. Comparten el espacio de esos signos del misterio, de las paredes rocosas del Tassili, recubiertas de las epopeyas de los dioses bajados a la tierra para engendrarnos. Por las fisuras de esas rocas del desierto, asoman también los Ancestros, grandes enjambres de almas, protoplasmas que el arte y la pintura afloran. Félix Juan, completa así sus viajes cosmogónicos con los frutos de esta visita, con esa representación del Fervor sagrado que deviene un texto visual de toda la historia, el alfa y la omega de los pueblos, cuyos entresijos, que son los hechos y los logros de las generaciones quedan atrapados en sus retículas, unas redes dúctiles que atrapan la memoria invisible del espacio.

Finalmente, querría advertir al amante del arte que estas obras necesitan una inspección ocu-lar, una relación óptica cercana. Hay que verlas, porque su composición matérica y abstracta, semeja el infinito y obsesivo dripping o goteo que usaba Pollock para representar lo que no tiene imagen, la pulsión, la libido, el pavor. La experiencia de mirar su pintura es memorable, pues ésta, nos va atrayendo paulatinamente, hasta que ya estamos dentro. El arte es también la huella de la magia.

Compartir el artículo

stats