La Provincia - Diario de Las Palmas

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poesía

De repente, Cabal

Tamaimos publica ´Atmósfera seguido de Parasangas´, dos poemarios que permiten continuar la recuperación de la obra aún inédita del poeta canario

La aparición de Antidio Cabal en nuestro panorama editorial a finales del siglo pasado supone -si no quedara claro aún, lo iremos sabiendo con el paso del tiempo- un auténtico terremoto. En el año 2000 se publicaba Campo nublo, un libro que no sólo significaba la irrupción de un poemario de fuerza inusitada, sino que obligaba a casi todos sus asombrados lectores a preguntarnos por la identidad de un autor que reclamaba de repente una súbita atención. A estas dos circunstancias se añadía una tercera que, si en apariencia quizás menos relevante, contribuía a aumentar la intensidad del retumbe: Campo nublo había sido escrito casi cincuenta años antes.

Antidio Cabal había nacido en Las Palmas en 1925, hijo de padre asturiano y de madre lanzaroteña. Tras vivir una infancia marcada por la errancia (entre otros lugares, la familia vivió en Alicante, en Marsella durante la Guerra de España y, posteriormente, en la Barcelona de la posguerra), Cabal regresa a su ciudad natal para, previo intento frustrado de estudiar Filosofía y Letras en Madrid, acabar huyendo a América en 1949. Aunque hasta el año 2000 fue -para la mayoría de nosotros- un absoluto desconocido, antes de emprender su huida en 1949 el joven Antidio no había sido ajeno a los (escasos) ámbitos culturales de la época. En Madrid se relacionó, entre otros, con Vicente Aleixandre. En Las Palmas, trabada la amistad con Manuel González Sosa, Juan Mederos o José María Millares Sall, llegó incluso a publicar, bajo los auspicios de Juan Manuel Trujillo, una breve colección de poemas, Lenta madrugada, remotísimo y olvidado antecedente que no impidió recibir Campo nublo con esa sensación de sorpresa que se otorga a los poetas supuestamente inéditos.

Sin embargo, la ineditez de Antidio Cabal encerraba una trampa. En un primer momento, se corría el riesgo de concluir que estábamos ante un escritor tardío, de aquellos que tienen algo que decir, pero que necesitan madurarlo antes de darle forma. También se podía pensar que estábamos ante un autor que, aunque escondido para los lectores de este lado del océano, hubiera venido desarrollando una visible tarea literaria en otros contextos, especialmente en Venezuela y Costa Rica, países en los que había vivido desde los años 50 ejerciendo lo que hoy llamaríamos un incansable activismo cultural. En ambos casos, la peculiaridad de la voz que se presentaba de golpe ante nosotros podía quedar explicada -calmándonos- por una remisión a sus contextos respectivos. Pero la ineditez de Antidio Cabal ha sido siempre de otro tipo, pues lo que se anunciaba con la aparición de Campo nublo (y se ha venido confirmando a cada nuevo título suyo rescatado gracias al trabajo de Antonio Jiménez Paz, incluyendo ahora Atmósfera seguido de Parasangas) era la existencia de un escritor que no sólo nunca había dejado de escribir con frenética abundancia, sino que no había tenido necesidad de dar a conocer públicamente sus versos (más allá de experiencias puntuales), ni de explicarse o justificarse a sí mismo por los referentes que marcaron la actualidad del contexto literario del momento en que lo hacía. Y a pesar de ello, dejaba de golpe aparecer su voz ante nosotros, obligándonos a vivirla al mismo tiempo en su novedad pero también en su desfase.

Giorgio Agamben, en su ensayo ¿Qué es lo contemporáneo?, aborda cuestiones que, frente esta aparente paradoja, podrían ayudarnos a entender la trascendencia que la escritura antidiana puede alcanzar para nosotros hoy. Para el filósofo italiano la experiencia de lo contemporáneo requiere no de un ajuste perfecto al tiempo presente, sino que sólo se hace posible insertando en lo que se nos presenta como actual la vivencia de "una desconexión o un desfase". Siguiendo a Agamben, dicho desfase no supondría mecanismo evasivo alguno, sino, al contrario, sería una forma de vivir el tiempo comprometiendo en ella no sólo la percepción de las luces de la época, sino también la de la oscuridad que irremediablemente también la constituye. Oscuridad que no consistiría simplemente en la privación de luz, sino que reclama una visibilidad que exige ser mirada, pues "contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le incumbe y no cesa de interpelarlo".

Entre otras consecuencias, esta noción de contemporáneo permite, según Agamben, abordar la conexión entre pasado y presente de una manera no lineal (que es, por otro lado, como el poder y las instituciones -también el poder y las instituciones culturales- tratan de presentarse ante nosotros como venidas inevitable y luminosamente del pasado), y admitir la posibilidad de vivir el tiempo cronológico deteniéndolo para ponerlo en conexión con otras posibles herencias del pasado: desfasar la tiranía de la actualidad para dotarnos de un nuevo origen. El contemporáneo, de esta manera, puede abrir una lectura de su tiempo colocándolo de forma inédita junto a otros tiempos.

Desde esta óptica podemos explicar mejor las consecuencias del terremoto que supone la aparición de la obra de Antidio Cabal ante nosotros, marcada por su reclamo de contemporaneidad. La primera de ellas sería aquella que nos aconseja considerar que, aunque sea con un desfase de décadas, la aparición de la obra de Antidio dinamita los criterios y periodizaciones con que se sigue tratando de estudiar la literatura en español del siglo XX, al menos de este lado del océano. Si alguien escribía así en aquellos años, ¿cómo es posible encajarlo en los esquemas y las disyuntivas generacionales que se suelen predicar de los autores canarios y peninsulares del mediosiglo? Pero, siendo cierto que la aparición de la poesía antidiana tiene por efecto afectar a nuestra valoración de la poesía de sus coetáneos (Rodríguez Padrón lo ha hecho de forma espléndida en su ensayo Antidio Cabal, el ausente), ¿acaso no es sabido ya que el modelo generacional, que la periodización académica apenas dice nada -si no encubre, incluso- acerca de aquello que pone en juego el núcleo creativo de la escritura? ¿No es en el fondo este esquema interpretativo un ejemplo de mirada sobre las luces de una época que hace imposible captar la visibilidad de su oscuridad?

La segunda consecuencia tiene que ver con el impacto que la contemporaneidad de una poesía como ésta tiene sobre cualquier noción de tradición que se articule a partir de la linealidad sucesiva de las producciones culturales, se apoye ésta en una evolución acumulativa o progresiva de la Historia o en la pervivencia esencialista de una inmutabilidad corroborada a pesar del paso del tiempo. Este tipo de enfoques corre el riesgo de ignorar que la experiencia de la escritura (y la lectura) sucede siempre no a partir de un principio y orientada a una finalidad (aunque se suela predeterminar ésta a posteriori), sino originariamente en medio. Lo propio de un principio es el de servir -ficticia o fácticamente- como punto de apoyo para explicar la sucesión que le porviene, descartando aquello que queda fuera de su propia lógica sucesiva. Lo propio de un origen, casi al contrario, es aportar de golpe el suficiente entramado de relaciones entre puntos para hacer posible la suspensión del tiempo y recuperar del pasado no sólo aquello arrastrado en la herencia secuencial, sino, sobre todo, darnos en posible herencia aquello pendiente de vivir. Por eso el rasgo originario vive siempre en el presente el pasado como proyecto futuro.

Desde esta perspectiva, Antidio nos ofrece una nueva oportunidad para repensar y abrir el propio concepto de tradición insular, pues resulta evidente que su poesía no tiene encaje claro dentro de un enfoque de la tradición canaria circunscrito a la pervivencia de ciertos contenidos o temas más o menos "esenciales", o a la continuidad en el tiempo de un proceso de autorreferencialidad. Es el modo de mirar originario el que otorga su carácter a la escritura antidiana, y es en la reiteración del levantamiento de este tipo de mirada, y no tanto en sus contenidos, en donde la misma coloca el reto de pensar los motores que dan configuración (y contemporaneidad) a la tradición insular: aquellos que resultan de tomar la herencia cultural recibida y ponerla en oblicuo (abriéndola) con un leve gesto, un gesto casi siempre, además, vivencial, corporal, no sancionado desde el discurso teórico o abstracto. La mirada oblicua de Cairasco de Figueroa, Tomás Morales, Alonso Quesada o Agustín Espinosa.

Pero en tercer lugar, y esta es la principal tarea que se nos abre a partir de ahora, el reclamo de contemporaneidad de Antidio Cabal nos interpela para que pensemos cuál es la oscuridad que su poesía trae ante nosotros. Se trata, por supuesto, de una tarea inacabable, pero en todo caso no querría concluir sin esbozar al menos uno de los rasgos que creo más importantes: la explicitud con la que Cabal vincula (y hace indistinguibles) el futuro de la poesía y el futuro de la filosofía; entiéndase el futuro de su necesidad vital, no su mera pervivencia como disciplinas o técnicas de conocimiento. Y que en Cabal se nos muestra, entre otros, con la forma de un peculiar regreso (con la reapertura de un origen) al pensamiento griego, aquel que inauguró sus hallazgos a partir de la conciencia -común a la poesía y la filosofía- de que sus logros (y sus riesgos) penden siempre del lenguaje y que, por ello, su alcance y su medida (su parasanga) debe valorarse en el terreno de juego de una visión antropológica de la libertad.

Sobra decir que en un contexto político, social y cultural como el que vivimos en la actualidad, un contexto que aboca al lenguaje a convertirse en instrumento del cierre categorial con que se interpreta el mundo (la palabra como vehículo de expresión de una identidad totalizante) o a convertirse en redundancia palabrera de consumo (la palabra como eco de la nada), la polisémica, irreverente, fluida, corporal, contradictoria y apasionada gramática de Antidio Cabal se nos ofrece como un necesario ejercicio de vitalidad libertaria.

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