La Provincia - Diario de Las Palmas

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literatura

El doble ausente

Las identidades comunes que subraya Jorge Rodríguez Padrón entre Katherine Mansfield y Alonso Quesada son débiles, circunstanciales y hasta contradictorias

Alonso Quesada FEDAC

Por más que miro no veo en la vida ni en la obra de Katherine Mansfield ese "doble" de Alonso Quesada a que alude Jorge Rodríguez Padrón [en su libro Katherine Mansfield y Alonso Quesada. Ser una de esas islas. Mercurio editorial]. Los puntos de identidad común que subraya me parecen muy circunstanciales, débiles, y algunos incluso contradictorios, cuando no divergentes. Y me extraña que él mismo no lo advirtiera; la apelación a palabras de los propios autores para definir sus propuestas vitales y literarias, más que apoyar su argumentación, la niegan. Un ejemplo: al comienzo de su trabajo (pp.14-15) y en el contexto de un solo párrafo, Jorge incluye cuatro citas, dos de Mansfield y otras dos de Quesada. La intención es trazar un paralelismo doble entre ambos escritores, de actitud personal, por una parte, y de procedimientos de escritura por otra. Por lo que respecta al talante personal, Quesada dice:: "No hago nada. Tengo notas, pero falta emoción. Hice una cosa (?) No está mal, pero no soy yo. Yo me he perdido." Y Mansfield: "Mi deseo de escribir nunca ha sido tan ardiente. Solo la forma que escogería para hacerlo ha cambiado totalmente;" En ese mismo párrafo Mansfield alude a su técnica, a la nueva forma narrativa que quiere adoptar, y a lo que desea conseguir con ella: "será un tipo de prosa especial, un libro de notas mínimo (?) Nada de novelas, ni de relatos problemas, nada que no sea simple y abierto." Quesada escribe: "?mi libro [se refiere a Los caminos dispersos] es dulce, angustioso, violento, satírico; lleno de ángulos, las medidas rotas al azar, la imagen áspera (?) un libro sin respeto y sin esa armonía flatulenta de los actuales líricos españoles."

No parece difícil advertir que mientras Quesada se muestra desanimado, sin gana alguna de trabajar, Katherine se halla pletórica de energías para emprender su obra. Y de la misma manera que en sus actitudes vitales y en su disposición para el trabajo, también los dos escritores registran procedimientos técnicos distintos y aún opuestos: mientras Mansfield se inclina por una escritura sencilla, simple y abierta, Quesada opta por lo complejo: la aspereza, la violencia, la distorsión rítmica del verso, etc. ¿Dónde, entonces, ve JRP la "perfecta sintonía" entre ambos escritores? Y él, desde luego la advierte, hasta el punto de decir que "Mansfield hace la segunda voz [a Quesada.]" Hay aquí otro factor a tener cuenta: Katherine, al decir cómo quiere que sea su obra, está trazando un proyecto de futuro; dentro de los límites y condiciones que ella se propone escribirá los que se consideran sus mejores relatos: Preludio (1918), En la bahía (1922) o Fiesta en el jardín (1922); Quesada no expone ningún plan de futuro, no teoriza o especula acerca de cómo quiere que sea su escritura; sus palabras definen una obra ya hecha, y lo hace pocos meses antes de morir. (Los textos de Mansfield están extraídos de su Diario, y corresponden a 1916; los de Quesada, de dos de las cartas que escribió a Luis Doreste, en Paris; una, la del desánimo, es de abril de 1917; la otra, la del "libro sin respeto", de 1925. Jorge no indica la procedencia de los textos quesadianos; fueron publicados en el número 75 -el último- de Fablas, diciembre 1979.)

Dicho lo anterior acerca de la situación anímica y de la "la teoría" literaria que revelan las palabras de Mansfield y de Quesada, pasemos a la práctica, es decir: a la obra de ambos escritores. Adelanto que no he leído toda la producción de Mansfield; me he limitado a repasar los títulos que la crítica inglesa considera esenciales -Preludio, En la bahía, Fiesta en el jardín, y algunos otros cuentos. Me he fijado especialmente En la bahía, ya que JRP considera a este cuento como "el perfecto correlato" de Las inquietudes del Hall, de Quesada. Con esa base lectora pueden (al menos yo puedo) establecerse entre ellos y las ficciones de Quesada, algunas diferencias:

1) Temas capitales de la prosa de Quesada -la presencia de personajes extraños y sorprendentes, la enfermedad, la muerte, el erotismo explícito o sugerido, etc, no tienen apenas cabida en la de Mansfield; por el contrario: todo lo que ocurre en ella es ordinario, normal, sin relieve -como realmente quería la autora que fuese su escritura, según se deduce de lo que podríamos llamar su "poética". "Sus cuentos son notablemente estáticos, y pueden resultar pesados" -se afirma en una Historia de la literatura inglesa. No suscribo del todo esa opinión, pero casi.

2) En los relatos de Katherine es fundamental la referencia autobiográfica; de hecho, los críticos ingleses que han prestado atención a este particular han identificado todos y cada uno de los personajes de Preludio y En la bahía entre los familiares y conocidos de la autora en Nueva Zelanda. En los cuentos de Quesada esa referencia autobiográfica no existe, en absoluto. Los personajes que aparecen en ellos están, indudablemente, creados a partir de observaciones del autor (sobre los demás y sobre sí mismo, por supuesto); pero su encarnación literaria es autónoma, producto exclusivo de su imaginación.

3) Mansfield acoge únicamente en sus textos el universo de los ingleses-neozelandeses; los nativos (me refiero a los maoríes oriundos de la isla), ni siquiera existen. Una actitud totalmente opuesta a la de Quesada: su mundo de ficción crea un microcosmos en el que conviven los ingleses, los nativos canarios y españoles y cuanta gente pasa por la isla -desde el "bello" italiano Wladimiro a un negro de Madagascar (ambos, personajes de Las inquietudes del Hall).

4) La estructura formal de los relatos de Quesada y los de Mansfield son diferentes. Mientras el primero plantea una narración con un argumento que desarrolla y concluye, casi siempre con finales sorpresivos, Mansfield traza breves escenas -dialogadas o descriptivas- en las que apenas hay acción; en un punto, esa escritura cesa, sin ninguna razón aparente; podía continuar de igual manera, por un espacio y tiempo indefinidos, para no llegar, con tal técnica, a parte alguna. Los relatos de Mansfield no tienen el propósito de concluir; la escritura, simplemente, acaba.

5) Los cuentos de Quesada, pese al fondo trágico que existe en muchos de ellos, tienen rasgos divertidos: el autor establece respecto a sus personajes un distanciamiento casi siempre irónico, y nos hace ver las facetas cómicas, e incluso esperpénticas, de su comportamiento. Mansfield es más plana y gris: muestra a veces rasgos sutilmente irónicos, y en algunas ocasiones resulta graciosa -la imitación que hace del habla gangosa de la señora de Samuel Joseps, por ejemplo; pero estos aspectos no son muy significativos, y desde luego, no definitorios de su estilo.

Mansfield, siguiendo ahí a su maestro Antón Chéjov, crea situaciones y personajes mínimos, y se vale para ello de una prosa directa, muy descriptiva. Quesada, con un procedimiento donde cercanamente se cruzan Ramón Gómez de la Serna y G. K. Chesterton, da cabida en sus relatos a seres raros y a situaciones paradójicas, y su lenguaje está a tono con esa excentricidad. [Aclaro: subrayar las señas que estimo distintivas entre uno y otro autor no implica ningún juicio de valor; intento, simplemente, constatar diferencias.]

Una coincidencia que encuentro entre la narrativa de Mansfield y la de Quesada es la atención que ambos prestan al paisaje. Pero incluso ahí existen diferencias, cuando no distancia, y grande: mientras que en Mansfield sus descripciones adoptan un tono reconocidamente inglés -paisajes suaves, con atención al detalle, y un lenguaje vagamente poético (es lo que hacen Thomas Hardy y Virginia Woolf, entre otros), en Quesada esas descripciones son más abruptas, y su adjetivación es más original; no es detallista aunque valora los aspectos que le convienen de acuerdo con el talante del personaje al que eventualmente afectan las descripciones. Si pudiéramos singularizar el paisaje con un color, el de Katherine sería un paisaje amablemente "verde" y el de Quesada de un áspero "amarillo" o "rojo". (Véase una muestra: Quesada: "El sol había apagado los vientos que se zambullían en el agua generosa, y el caliente mediodía podía palparse como un seno." Mansfield: "El agua estaba calentita. Estaba de ese azul cristalino, maravilloso, salpicado de plata, aunque la arena del fondo parecía oro; si enterrabas los dedos de los pies se levantaba una nubecita de polvo dorado".)

Hay En la bahía un personaje que contraviene, al menos en apariencia, aquella regla de normalidad regular de los relatos de Mansfield: es el de la señora de Harry Kembert. Esta es una mujer sin inhibiciones, que fuma y bebe sin disimulo, comportándose en eso como un hombre -para escándalo de sus vecinas de la colonia de verano. Jorge la sitúa en paralelo con el personaje de "la sueca" que aparece en Las inquietudes del Hall: una filiación engañosa, como comprobaremos. Las atenciones que Mrs. Kembert prodiga a la señorita Beryl tienen, sin duda, un componente homosexual; en este aspecto, la personalidad de Mrs. Kembert es una prolongación de la de la autora (Mansfield ejerció de bisexual, con una característica propia: mientras cambiaba con frecuencia de amantes masculinos permaneció fiel a su amante femenina, Ida Baker, una compañera de Universidad con la que convivió hasta su muerte), pero está en contradicción con el comportamiento de "la sueca". Esta -aunque Quesada la describe como poseedora de unas "nalgas pequeñas, de andrógino" y "con senos de hombre que tuviera senos de mujer"- tiene una conducta que está lejos de cualquier intención homosexual; y resulta inexplicable que Jorge tilde su baño en la playa frente al hotel inglés de "derrochada virilidad sin límites", cuando es una exaltación de sexualidad y erotismo luminosos, sin ninguna adherencia de género. Pero que el objeto de deseo de "la sueca" es un hombre lo prueba la escena de su baile con Wladimiro Lamberti, con el que forma una "incendiada pareja" : la belleza física del hombre hace que la mujer pierda el control y se abalance sobre él, besándolo en la boca a la vista de los demás huéspedes ingleses del hotel; acción, la de la sueca, "violenta, antibritánica", que provoca al Hall una de esas reacciones viscerales, de sorpresa surrealista, de que Quesada dota a los objetos y a los lugares, y que tanto abundan en su literatura. Si Jorge quería hallar un paralelo de lesbianismo entre un personaje de En la bahía y otro de Quesada tenía a mano el que le proporciona la señora Harvey, protagonista de La pierna de palo. En este cuento Quesada trenza una sutil y casi impalpable relación entre Mrs. Harvey y su compañera de piso, miss Cohen, de tal manera que las propias interesadas se ven forzadas a aceptarla: "¿Verdad que miss Cohen es muy bonita?" -le pregunta Mrs. Harvey, interrumpiendo a Quesada en su arriesgada descripción de la pierna de miss Cohen. Y desde luego la narración que hace Quesada del baño de la sueca está a años luz, en todos los sentidos, de la que hace Mansfield del baño de Mrs. Kembert.

Con el personaje de "la sueca" Quesada crea una figura de mujer muy propia de los primeros decenios del pasado siglo: desenvuelta, cuando no agresiva, autosuficiente, que gestiona su vida y busca su propio placer sin esperar la iniciativa masculina. Es una consecuencia de la actividad de los movimientos feministas cuyas prédicas de libertad e independencia para la mujer se propagan principalmente desde Inglaterra. No obstante, esta mujer emancipada, o que pretende serlo, ya existe en el teatro de Henrik Ibsen -del que Quesada era un ferviente lector (véanse los varios textos suyos que evocan a mujeres ibsenianas); y fue definitivamente divulgada por el cinematógrafo: dos de sus actrices -justamente nórdicas: la alemana Marlene Dietrich y la sueca Greta Garbo- constituyen los modelos paradigmáticos de ese personaje; ambas funcionaron como referencias, incluso con su ambigüedad sexual, para muchas mujeres de la época; su apariencia física, e incluso su vida fuera de la pantalla, establecieron una especie de canon estético y comportamiento.

[Al margen: la existencia de "la sueca" evoca en mi memoria, ya en los años 60 y 70 del siglo pasado, la oportunidad que la presencia masiva en Canarias de turistas de procedencia nórdica (comúnmente "suecas") admitía de promesa y realización sexual: se iba tras ellas con afán de conquista -casi siempre exitosamente consumada en algunos de los muchos hoteles o apartamento existentes en Las Canteras y en Playa del Inglés- sin advertir que los conquistados -utilizados- éramos aquellos jóvenes canarios reprimidos, y ellas las libres y desenfadadas conquistadoras. ]

No estimo necesario continuar examinando todos y cada uno de los aspectos coincidentes que Jorge cree advertir entre Mansfield y Quesada; con los ya reseñados parece más que suficiente, aunque aquí sólo han servido para subrayar diferencias antes que afinidades. El problema que acarrea toda refutación es que debe exponer los argumentos que quiere rebatir, y la refutación misma; con lo cual, la extensión puede desmesurarse. Pero no quiero pasar por alto lo que JRP expone como conclusión incontestable de su trabajo; una que según él, "supone la estricta coincidencia literaria (?) e integra en ella cuanto viene a ser (?) coincidencia personal, más allá de toda forzada circunstancia." El hecho al que se refiere es al de la muerte de Oliva -protagonista de Las inquietudes del Hall, y al de la muerte de Katherine Mansfield: el autor dedica dos páginas a citar por extenso esas circunstancia, (según la cuentan Quesada y Middleton Murry) que aquí sólo podemos resumir: Oliva y Katherine fallecen después de haber experimentado una mejoría aparente, y ambas lo hacen tras sufrir un violento vomito de sangre. Es, sin duda, una coincidencia curiosa si fuera estrictamente particular; pero no lo es. Esa manera de morir es muy común en los enfermos de tuberculosis, y existen precedentes, algunos muy famosos: Moliere fallece prácticamente sobre el escenario mientras representaba (qué ironía) El enfermo imaginario, su postrera producción teatral; la muerte le sobreviene a consecuencia de una hemoptisis, o vómito de sangre; las últimas palabras legibles que escribe Margarite Gautier antes de entrar en una larga agonía son: "Tosí y escupí sangre durante toda la noche." En cuanto a la mejoría, la misma Margarite, (ahora Violetta en la ópera de Verdi), exclama un minuto antes de morir: "Ah! ma io ritorno a viver!" O para aducir otro caso no sujeto al exigente tempo musical: "El lunes a la noche Franz se sintió muy bien, estuvo alegre. Mostró regocijo" y trabajó en "la corrección de la primera prueba de su último libro, El artista del hambre (?)" Es lo que cuenta Max Brod en su biografía de Kafka. El autor de La metamorfosis moriría al día siguiente. Así, pues, Quesada dramatiza una muerte con datos que avalaría una historia clínica; y M. Murry escribe, con bastante literatura, una de esas historias clínicas -una de las muchas que narran exactamente lo mismo. La conclusión es que las muertes de Oliva y de Katherine se inscriben en el contexto habitual de la muerte por tuberculosis de la época, y no forman parte de ninguna "secuencia prodigiosamente paralela", que es como JRP las interpreta.

A lo largo de su texto Jorge expone argumentos de carácter metafísico y ontológico para hablar de la "isla" como concepto en Quesada y en Mansfield. Pero ahí prefiero no entrar. La teleología insular no parece susceptible de poder abordarse con herramientas críticas: cada dilucidador la mostrará a su aire, y según el talante o el humor o la ideología con que se enfrente a ella. La "isla" y lo que ésta significa -o no significa- se asume mejor desde el espacio de la creación; y lo que salga de ese trabajo estará siempre más de acuerdo con lo que piense (o mejor: con lo que intuya) cada autor acerca de ello que con la isla misma. Pero dudo que a Mansfield y a Quesada les preocupara esta cuestión y en tales términos. Cuando Mansfield, desde Londres, Paris o la Costa Azul, se vuelve hacia Nueva Zelanda para recrearla en su imaginación está, sencillamente, tratando de restablecer su recuerdo y el de su terruño nativo: completando la cita que incluye JRP en su trabajo, y a la que me referí al comienzo, Katherine desea "poner ante los ojos del Viejo Mundo nuestro país aún no descubierto (...) Tiene que dejarles sin respiración. Tiene que ser 'una de esas islas' (...) Pero se tiene que contar todo con sentido de misterio, resplandeciente, con una incandescencia pasada (...)" Salvando distancias y estilos, pero no intención, Katherine procede como lo haría uno de los Lakes poets: reconocerse en la infancia. En cuanto a Quesada, -que advierte a Doreste en una de las cartas que le envía a París: "Mi infancia se acabó"- sólo acorazado por el desdén y la ironía pudo sobrevivir -aunque por poco tiempo- en su "Infierno Atlántico". Véase cuánta diferencia.

Después de hechos los deslindes anteriores, parece oportuno señalar la existencia de dos circunstancias que aproximan a KM. y AQ. Son puramente anecdóticas, y, desde luego, irrelevantes para establecer paralelismos inexistentes; pero no dejan de ser curiosas. En la bahía aparece un personaje, el del tío Jonathan, un empleado administrativo que abomina amargamente del trabajo en la oficina, y se duele de ello: "¡Gastar todos los mejores años de la vida de uno sentado en un taburete de cinco a nueve garabateando algún libro de contabilidad!" -exclama deprimido. Pero hay que hacerlo "por los hijos de uno"- concluye. ¿No parece que esta frase la pudo pronunciar Alonso Quesada? En realidad ya había escrito algo parecido en 1912: "Yo gano el pan de una infeliz manera/ porque yo no nací para estas cosas./ Hago unas sumas y unas reducciones/ y así me consideran y me pagan." Claro que igual que Alonso Quesada y que Mr. Jonathan podrían quejarse miles, millones de oficinistas que se encuentran en idéntica situación de frustración laboral y humana. Nada distintivo, ni relevante, entonces.

La otra circunstancia es la siguiente: en octubre de 1922 Katherine está en un sanatorio suizo buscando paliativo para su enfermedad (Jorge apunta que la estancia de K. en sanatorios de la Costa Azul, del Norte de Italia y de Suiza es pareja a la de Quesada "peregrinando por los lugares sanadores" -y Quesada va, para ese menester, unos días a una pensión en Teror). Le llegan entonces noticias de la existencia en París de un médico, el doctor George Gurdjieff -ella lo llama en su Diario "el gran Lama del Tíbet"-, quien promete curas casi milagrosas para la tuberculosis, aplicando una medicina natural, y decide acudir a él. Allí, en un ambiente bucólico (trabajo al aire libre, cortando leña, cuidando vacas, cabras, conejos, etc. ) Katherine confiaba en recuperar la salud y en convertirse en una "hija del sol". Alonso Quesada, en agosto de 1922, publica en La Publicidad, de Barcelona, un artículo, el último de su colaboración con aquel periódico, en el que habla de Alejandro Canetti, un personaje atrabiliario que había aparecido por Canarias predicando las excelencias de una vida naturista, vida que llevaría a quien la ejercitara a convertirse en un "hijo del sol". "Venía a ofrecer el sol" -dice AQ. Y añade, irónico: "Canetti es el verdadero viajante del sol". Canetti te invita a comer un tomate como "una tableta de sol" y a beber un zumo de naranjas como "una solución de sol." KM. murió en el sanatorio del doctor Gurdjeff en enero de 1923; y Quesada un par de años más tarde, en 1925. Katherine defraudada con lo eficacia de los métodos del "gran lama del Tíbet"; y Quesada sin recordar a Alejandro Canetti, de quien se había reído amable y cariñosamente -e incrédulo, por supuesto.

P.D. JRP, que incluye un viaje de Bertrand Russel a Tenerife como posibilidad de acercamiento de Mansfield a Canarias -Bertrand y Katherine tuvieron alguna relación a través de amigos comunes- pasa por alto un detalle cuya existencia podría fortalecer aquella posibilidad: en un cuento de Mansfield que él cita 'Sopla el viento', uno de los personajes se queja: "¿A quién se le ocurre dejar la ropa tendida con un tiempo así?? Mi mejor mantel de bordados de Tenerife hecho jirones".

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