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'El País' soy yo

'Primera página', las memorias impostadas de Juan Luis Cebrián, en las que rige una visión edulcorada de la Transición

Juan Luis Cebrián.

Como primer director del diario El País, Juan Luis Cebrián fue no sólo un testigo privilegiado, sino un actor importante de la etapa de la Transición. La publicación del primer volumen de sus memorias, Primera página, que abarca desde su nacimiento en 1944 hasta su abandono de la dirección del diario, trece años después de su nombramiento para pasar a ser consejero delegado del grupo editor, despierta, sin duda, cierto interés por conocer su versión de aquel decisivo período de la historia de España cuya significado e interpretación originaria está hoy cuestionado no tanto por razones historiográficas, que también, sino como pasado seminal de nuestro presente actual.

El núcleo principal del libro lo constituyen, pues, los capítulos que Cebrián dedica a aquellos años de plomo y tensión de la Transición. Por sus páginas pasan sus recuerdos de los acontecimientos terribles de los terrorismos de ultraderecha, ultraizquierda y ETA: secuestros, atentado contra el periódico, la matanza de los abogados de Atocha o más tarde el frustrado intento de golpe de Estado del 23 F?. Pero también sus relaciones con los presidentes de la etapa (su estrecha relación y colaboración con Suárez, los desencuentros con Felipe González, que terminaron en una sólida amistad, la crítica burlona a Calvo Sotelo por sus aires de superioridad intelectual) y con los más importantes políticos de aquel intenso período. Nos relata también las luchas por el control del periódico dada la importancia política y económica que éste fue adquiriendo, amén de la estrecha relación profesional y de amistad que alcanzó con el consejero delegado del mismo, Jesús Polanco. Todo ello salpicado de interesantes informaciones y sabrosas anécdotas y chismes de la época.

En la primera parte de estas memorias Cebrián nos cuenta su origen familiar y su socialización educativa y política en la España del nacionalcatolicismo. Y sus primeros y precoces pasos en el mundo del periodismo: primero en el diario Pueblo, órgano oficial de los sindicatos verticales, del que llegó a ser subdirector con veinte años y después en el aperturista Informaciones y director general de informativos de TVE. Fue también miembro del consejo de redacción de la revista Cuadernos para el Diálogo.

Nos aporta sin duda esta primera parte datos muy significativos para entender la ideología y la perspectiva desde las que escribe el autor estas memorias y sus actitudes y posiciones ante la Transición. Hijo de una familia de la burguesía media de los vencedores de la Guerra Civil (su padre fue redactor jefe del diario Arriba, órgano oficial de la Falange y procurador de las Cortes franquistas), fue educado en el madrileño colegio de Nuestra Señora del Pilar donde se formó un número significativo de los cuadros políticos de la derecha que ejercieron importantes papeles políticos durante la Transición.

Cebrián, como esos mencionados pilaristas, fue un hijo de los vencedores de la Guerra Civil que renegó del franquismo de sus padres, criticó, como expone en estas páginas, con gran crudeza (nos cuenta hasta los abusos sexuales a que fue sometido por un cura, profesor suyo) el ambiente sórdido y sin libertad que tuvo que soportar su generación, y apostó por la transformación de la dictadura en una democracia homologable a las que existían en Europa, apoyando para ello la vía de la reforma pactada con los hijos de los vencidos, pero sin que esto supusiera una ruptura tajante con lo anterior.

Confiesa nuestro autor en las páginas introductorias su escepticismo por el género de las memorias y declara que, en su caso, su intención no ha sido escribir una obra documentada, que la suya está escrita a pelo basándose exclusivamente en su memoria y en sus consultas en internet y que sólo ha tratado de relatar y expresar sus reacciones y sentimientos ante los acontecimientos que vivió, sin caer en los defectos habituales del género como las justificaciones de los errores cometidos, los ajustes de cuentas con otros personajes, practicar una memoria selectiva consciente o exponer una visión idealizada de lo que se vivió, en este caso del crucial período de la Transición.

¿Ha conseguido Cebrián alcanzar esos propósitos en este primer volumen de sus memorias? Para este humilde lector rotundamente no, más bien la impresión que nos transmite el libro es la inversa. Nuestro autor, es cierto, reconoce algunos de sus errores periodísticos de alcance, pero el tono general es más bien proclive a tratar sus actuaciones con cierta benevolencia. Y, como él mismo reconoce, también ha caído alguna vez en la práctica de la memoria selectiva consciente al escamotear en estas páginas algún episodio de su actividad periodística, entendemos que por comprometido o escabroso. Ajustes de cuentas "haberlos haylos" también en estas páginas. O si no que le pregunten, por ejemplo, al periodista Martín Prieto, uno de sus más estrechos colaboradores del periódico El País.

En cuanto a su pretensión de ofrecernos una visión no edulcorada de la Transición, podemos estar de acuerdo que la que nos da no lo es, pero sólo en parte. Esto es, en el sentido de que sus recuerdos en estas páginas nos descubren algunas de sus miserias y dejan al aire sólo parte de sus tripas. Pero la opinión que recorre todo el libro de que, al final, aquel tránsito fue un éxito porque nos trajo la democracia, no es de recibo porque lo que realmente propició aquella reforma pactada fue una democracia demediada, que terminó en una partitocracia en cuyos lodos todavía estamos hoy sumergidos.

Por otra parte, la modestia con que pretende el autor abordar sus memorias no es sino falsa e impostada, porque lo que en el fondo revelan estas páginas es el enorme ego de su autor. De creerle, casi podríamos aplicarle, remendando la frase atribuida a Luis XIV, aquello de "El País soy yo".

En el haber de estas memorias hay que apuntar, sin duda, que, además de proporcionarnos interesantes y desconocidos datos sobre la Transición y sus actores, están bien escritas y se leen de un tirón, pero el saldo, para mi manera de leer al menos, es claramente negativo.

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