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Manuel Padorno, en el zaguán del Atlántico

La obra completa del poeta de Punta Brava es un trípode entre las literaturas insular, atlántica y española del medio siglo

Manuel Padorno, en el zaguán del Atlántico

Asistimos hoy a la presentación (*) de esta tan espléndida como demorada edición de la Obra completa de Manuel Padorno (Santa Cruz de Tenerife, 1933 - Madrid, 2002), lo que constituye, sin duda, un evento histórico. Y lo hacemos en este entorno portuario de la Fundación Martín Chirino -quien fue su amigo desde la juventud, junto a Manolo Millares-, situados a un tiro de piedra de Punta Brava, ese territorio mítico por él creado y que forma ya parte del callejero de la ciudad y las Islas. Hasta en eso fue atípico nuestro poeta: la invención de un genuino país, usualmente reservada a los novelistas (Macondo, Comala, Yoknapatawha, Santan María?); un poeta, además, singularmente pintor y narrativo, con una característica añadida, que lo hace de veras un extraterrestre en su generación del mediosiglo: la total ausencia de verbalización y nostalgia en sus versos, para ser leídos siempre en tiempo presente, sin que se le haya colado epitafio alguno?

También nos acompaña su viuda, Josefina Betancor, y toda su familia, Punta Brava al completo, que, como ha trascendido recientemente, desempeñan un papel imprescindible en esta merecida reafirmación de la obra de Manuel Padorno. Un momento histórico que llega, decíamos, demorado, pues es evidente que aquel 22 de mayo de 2002, cuando falleció el poeta, hará pronto la friolera de quince años, su obra ya estaba ultimada. Lo que nos lleva a preguntarnos si no será la poesía un género de ordenación necesariamente póstuma, y, no sin cierta rémora melancólica, preguntarnos también qué habría sido de toda esta valiosísima obra de haber quedado abandonada a su suerte?

Pero hoy es noche de celebraciones, un momento histórico, decíamos, y lo es en tres dimensiones. En primer lugar, lo es, obviamente, en el ámbito de las Letras Canarias, en cuyo legado Manuel Padorno es ya un clásico; de esos que cabrán ser contados con los cinco dedos de su primera mano? Si su fundador, Bartolomé Cairasco, escribió, en el primer poema de su emblemático Templo militante: "Aquí mandé afirmar mi nao / a la parte do está la peña cóncava", de Manuel Padorno puede decirse, a renglón seguido, que aquí logró afirmar su nao / a la parte do está Punta Brava. Desde su playa militante, se permite bautizar la peña cóncava, y, acto seguido, asfalta el terraplén de Cairasco, proclamando que "el mar es una larga carretera"?

Antes de su llegada, el mar tiene un rostro antropomórfico, que puede ser más o menos luminoso, como en la querencia un tanto ingenuista de Tomás Morales de que "el mar es como un viejo camarada de la infancia", o de un negror disuasorio y asfixiante, a la sirga de Alonso Quesada, "el mar como invitando a lo imposible" que nunca llega, o del "mar adverso" de Espinosa (ese "De quien cantara el mar es su enemigo", que consigna un poeta de otra bahía del mismo océano"). Pero sólo con la irrupción de Manuel Padorno el mar deviene en un espacio luminoso y habitable, de tal suerte que allí donde el resto de los mortales sólo vemos olas y más olas, Manuel Padorno va, coge, agarra y, solísimo en este empeño (tal vez únicamente rastreable en Cairasco, de quien trasplanta la selva de Doramas a la orilla de las aguas), proclama -¡y muestra!- que ahí hay un espacio encendido y verde; que en la cuneta la "larga carretera" marítimo-solar se han concitado "el árbol de la luz", "la gaviota de luz", "el sol pájaro", o "el pez de luz", a cuyo derredor "las uvas chillan en el fondo del mar"... Un espacio sui-géneris que, eso sí, nos advierte, es "sólo visible para alguien dormido".

Es "el mar mi casa", que es, al mismo tiempo, "el mar el agua" (presentes desde A la sombra del mar (1963) al póstumo Edenia (2007)), en una correspondencia que mutuamente se amortigua, para eludir cualquier retórica o idealismo, y para que el objeto fluya autónomo, en una de las consecuciones más caras a la obra de Manuel Padorno: la constante doble lectura que propicia, en un trenzado de concreción máxima, entre poesía y metapoesía.

Se trata de un espacio objetual, matérico, que (sólo) podemos ver dormidos, pero refractario a cualquier aproximación mística. "No hay nada más engañoso que la mística al sur del mar atlántico", proclamará en el libro fundacional de su espacio mítico, Desnudo en Punta Brava (1989), y ello nos remite al segundo y fundamental aspecto de esta conmemoración histórica: no sólo en la tradición isleña, sino también en la órbita de la cultura atlántica. Padorno es "un presocrático del Atlántico", definimos, dada su depuración de los elementos primigenios y su rechazo expreso por el Logos, que nos convida, una y otra vez, a superar las racionales "carcasas milenarias". Este 'container' con su poesía completa resulta crucial en las literaturas del Atlántico, ese mar (como él prefería llamarlo, con la intención, justamente, de hacer habitables sus aguas) que, a diferencia de lo que ocurre con el Mediterráneo está siempre por descubrir? Si, tras su retorno a las Islas, Padorno hablaba de la "culturita canaria", completó su periplo afiliándonos a la "Comarca cultural atlántica". Y, sin duda, nuestro poeta ocupa allí (es decir, Aquí) un lugar preferente, junto a nombres propios que van -para decirlo con dos de sus reconocidos ascendentes y abarcar toda la larga franja oceánica- desde el cubano José Lezama Lima al argentino Roberto Juarroz.

Y finalmente, para completar el trípode, hay que apuntalar también la emersión de nuestro poeta en el panorama nacional. Este tema es más peliagudo, por cuanto su singularísima poesía posee un lenguaje y un código de difícil acomodo en la nómina de la generación española del 50, a la que por edad pertenece. Tiene razón Alejandro González, el autor de la edición, al observar con Valente que "el poeta nace cuando el grupo fenece", y que lo importante ahora es reafirmar la obra padorniana en sí misma. Sin embargo, al igual que los también canarios Feria y Maccanti, y otros autores, como Gamoneda, Ángel Crespo o María Victoria Atencia, Manuel Padorno forma parte de lo que el crítico Miguel Casado ha llamado la "periferia del 50". Era un modo de compensar a los poetas que, por diversos motivos, no habían encajado en la horma central u oficial de la generación española del medio-siglo. Se trata de una filiación que había surgido con un serio trastorno bipolar; dos bandos, encabezados por Jaime Gil de Biedma, del lado de lapoesía de la experiencia, y José Ángel Valente, del lado de la poesía del conocimiento? Aunque más próxima a esta última corriente, su obra se sitúa, de un elocuente modo transversal, en una especie de poesía de la experiencia del conocimiento?

Junto a Feria y Maccanti, Padorno podría conformar una suerte de Escuela del Atlántico, en paralelo a la tríada de la Escuela de Barcelona, compuesta por Biedma, Barral y Goytisolo, que significó el arranque del inventario generacional. Pero, por hallar ciertas afinidades individuales en el panorama nacional, su poesía casa con el tono reflexivo de otros incunables de aún borrosa visibilidad, como, pongo por caso, Ángel Crespo, que es, al cabo, un poeta manchego-atlántico, dado su largo trastierro en Puerto Rico. O con Tomás Segovia, quien, pese a haber publicado su poesía completa en Fondo de Cultura Económica, sigue siendo un poeta semiescondido, bajo su doble nacionalidad, que le hace ser para los mexicanos, un poeta español y para los españoles un poeta mexicano? Es en esa tonalidad de despojamiento y reflexión heterodoxa, de dualidad poética y metapoética, de algunos poetas uni-géneres de unos pocos poetas de su promoción donde cabría deslizar la integración de Manuel Padorno. Y, en ese sentido, estaría próximo, sobre todo, a su amigo Claudio Rodríguez; allí donde éste recurre al campo castellano y la palabra verbal, cabría colegir, Padorno se decanta por la palabra 'carnal' y el mar atlántico.

En cierta ocasión, para una entrevista publicada en el rotativo El Sol, a principios de los años 90, el poeta me dijo: "No quiero ser el furgón de cola de la generación del 50", y agregó, sin pelos en la lengua: "La poesía española no sale de lo obvio"? El trípode de su obra completa nos muestra, en fin, a un poeta de difícil acomodo, nunca en "lo obvio" ni a "la cola"; siempre a su libre albedrío, se ha cumplido felizmente la profecía de la que hiciera gala el autor de Guía del desvío y En absoluta desobediencia: "Hemos venido a este mundo a romper los protocolos?"

(*) Extracto de la presentación de 'Obras Completas' de Manuel Padorno en la Fundación Martín Chirino el pasado 27 de enero.

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