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La línea de sombra

Libros del Asteroide publica 'La uruguaya', novela del escritor argentino Pedro Mairal sobre la crisis conyugal de los cuarenta años

La línea de sombra

No hay ninguna duda de que el escritor argentino Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) despide literatura por sus cuatros costados. Tanto su primera novela, Una noche con Sabrina Love (1998), como el libro de poesías Tigre como los pájaros (1996) y el volumen de relatos Hoy temprano (2001), nos mostraban el perfil del joven escritor curtido en lecturas y en propósitos narrativos ambiciosos, que culminaron en 2013 con la novela en sonetos El gran surubí. Ahora, de la mano de Libros del Asteroide, nos llega un envite novelístico mucho más modesto, La uruguaya, pero no menos ambicioso, al desarrollar la acción de la novela en un solo día, al igual que el Ulises de James Joyce.

El protagonista de La uruguaya, Lucas Pereyra, es un escritor porteño de 44 años, casado y con un hijo, que, en tiempos de restricciones cambiarias, viaja una mañana a Montevideo para cobrar en dólares el adelanto editorial de un libro que todavía no ha escrito, y de paso reencontrarse con Magalí Guerra Zabala, una joven uruguaya de 28 años de la que se enamoró en un festival literario el año anterior: "Qué mujer más hermosa, qué demonio de fuego brotó de adentro y se me trepó al instante en el árbol de la sangre. [...] Cuando dos personas se atraen, una extraña telekinesis abre entre ellos un camino que aparta todos los obstáculos. Así de cursi es nomás. Se hacen a un lado las montañas".

No bien pisa suelo uruguayo, Lucas repasa su matrimonio con Catalina ("Mismo lugar, mismas rutinas, misma alimentación, vida sexual simultánea, estímulos idénticos, coincidencia en temperatura, nivel económico, temores, incentivos, caminatas, proyectos... ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así?") y disecciona con cierta ternura helada a su hijo Maiko: "Mi hijo. Ese enano borracho. Porque era así a veces, como cuidar un enano borracho que se pone emocional, llora, no le entendés lo que dice, lo tenés que estar atajando, lo tenés que levantar porque no quiere caminar, hace un desastre en el restorán, tira cosas, grita, se duerme en cualquier lado, lo llevás a la casa, tratás de bañarlo, se cae, se hace un chichón, empuja muebles, se duerme, vomita a las cuatro de la mañana".

El viaje de Lucas a Montevideo traza una línea divisoria de sombra a través de la cual el desconcierto y la amargura cobran evidencia. Pero decir que La uruguaya relata, básicamente, este desconcierto y esta amargura, es decir bien poco. Lo mismo se ha dicho ya demasiadas veces, en demasiadas novelas sobre la crisis conyugal de los 40 años. De manera que si hay una singularidad por captar habrá que buscarla en el relieve del propio personaje y de su voz. A este respecto, lo primero que se advierte es el esfuerzo de Mairal por dotar a la escritura de una fina ironía, por sostener convincentemente la ficción de unas páginas que parecen escritas a vuelapluma por un personaje que encuentra en la escritura un alivio al vago malestar que le invade de modo creciente.

Se dice que Raymond Carver planeaba dar el salto a la novela cuando murió en 1988 en la cima de sus facultades. Aunque los resultados de su incursión en el género serán ya para siempre una incógnita, me aventuraría a decir que no hubieran sido muy diferentes de los que consigue Mairal en La uruguaya. Una novela comprimida hasta su mínima expresión pero sin por eso perder nada de la energía y valor nutritivo de sus picos y montañas. Esta historia, sencilla en su fondo, está amasada con una materia novelesca que sirve a una meta primordial, la entusiasta entrega a la narratividad, al relato que cuenta una historia y nos entretiene en su hechizante encanto.

En La uruguaya encontramos ecos de autores tan dispares como Onetti, Borges y Cortázar, frases de inusitada brillantez, de ingenio fulgurante; pero, sobre todo, abundan reflexiones lúcidas, con el calado existencial que aportan la amargura, la melancolía o los desgarros íntimos, que a nadie dejarán indiferente. "Ojalá la muerte sea saberlo todo. Por el momento no me queda más remedio que imaginar", reflexiona el protagonista después de un día largo en el que las cosas, ¿lo diré?, no resultaron como las había planeado.

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