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Un viaje a través del miedo

El escritor grancanario Alexis Ravelo presenta en su tierra su nueva aventura histórico-literaria, 'Los milagros prohibidos'

El escritor grancanario Alexis Ravelo. JOSÉ CARLOS GUERRA

La nueva ficción de Alexis Ravelo, Los milagros prohibidos, transita en los márgenes de otro tiempo y otro espacio. Sus personajes conviven en el largo invierno de 1936, en la isla de La Palma, donde los relieves y paisajes pasaron de ser descubrimiento a ser huida.

El telón de fondo es un episodio olvidado de la Guerra Civil española, la Semana Roja de La Palma, en que los progresistas palmeros mantuvieron la isla fiel a la República durante siete días hasta el desembarco franquista y, entonces, sin derramar una gota de sangre, huyeron a los montes para continuar su resistencia.

Este es el marco histórico de la novela, pero sus trazos conforman un viaje esencialmente literario, aunque en su entrelínea subyazca, como a lo largo de la trayectoria raveliana, una reivindicación por situar en primer plano las realidades que permanecen en los márgenes.

Los milagros prohibidos es a un tiempo un ejercicio de memoria histórica y de proeza literaria, que sigue el mapa de una herida abierta para interpelarnos desde dentro. Pero las novelas respiran a través de sus personajes y, en este sentido, la escisión del país reflejada en el microcosmos de La Palma nos calza sus zapatos para seguirles a través de las sombras.

La voz narrativa rehuye las miradas maniqueístas y abraza todas las perspectivas, que preside un triángulo amoroso clásico, inscrito en este contexto: Agustín Santos, maestro republicano rojo; Emilia Mederos, su mujer, burguesa y cultivada; y Floro el Hurón, falangista salvaje, prendado de Emilia, y doblemente enemigo de Agustín. Estos personajes no existieron pero, como citó Onetti, "la literatura es mentir bien la verdad" y esta relación de caminos enmarañada por la guerra recrea con agudeza la realidad de La Palma en los albores de la ignominia.

También enriquece el relato una ristra de personajes secundarios de excepción, como Juan Padilla el Malhablao, en la piel de un Sancho Panza insurrecto, la firmeza de la madre canaria representada en Ma Carmita o Rosita, o Fernando Santana el Polaco, chófer de los alzados, entre muchos otros, impelidos a posicionarse en una eternidad azul, aunque entre el 18 y el 25 de julio, Santa Cruz de La Palma amaneciese roja. "La sangre se derramaría más tarde, a lo largo de los meses de huida".

Y en este posicionamiento asistimos a las tribulaciones de la madre de un camisa azul, los médicos y agricultores que prestaron cobijo y alimento a los alzados, dos hermanos enfrentados en bandos opuestos, "dos caras de la misma insomne inquietud".

Pero tal vez el camino más novelesco -y por ende, real- sea el que traza "el viaje de Agustín Santos a través del miedo", empuñando el revólver, pese a que "hacía mejor la guerra con la palabra". Los hermosos senderos de "la agreste y hermosa isla de La Palma", el Pico de la Nieve, la caldera de Taburiente o el Roque de los Muchachos, se convierten en una telaraña que engulle el ánimo, con "la muerte acechando detrás de cada repecho y deslomada". "El desánimo es así, una nada negra que engordaba alimentándose con las sobras del festín de la esperanza", escribe Ravelo.

El relato del partisano o maqui palmero, símbolo en tantas novelas italianas, que busca refugio en los pliegues de una cerco orográfico delimitado por el Atlántico, transmite ese "horror de vivir en lo sucesivo" como el poema de Borges, donde el tiempo consiste en hambre, incertidumbre y espera alrededor de la nada. Además, las peculiaridades de la isla, marcada por el aislamiento, el caciquismo primario y la explotación a distancia, acentúan esa "tensa calma" a la espera de la intervención de un gobierno "que hacía equilibrios sobre una cuchilla de afeitar llamada democracia".

El periplo de Agustín Santos y Juan el Malhablao a ras del barro y la pesadilla representa esa esperanza escurridiza que desfallece en las cuevas y cae rodando por los barrancos y malpaíses de La Palma, donde yacen tantos cuerpos enterrados - "la consigna es que nos maten como a perros-", pero que también alumbra los mejores diálogos de la novela en torno a una derecha monolítica y una izquierda centrífuga.

Con todo, el aspecto más sartreano de Los milagros prohibidos, que también impregna la trayectoria raveliana, es descubrir la crudeza de un conflicto marcado por los azares y las circunstancias, donde cada personaje carga a sus espaldas con su propia historia de luchas, temores y rencores. Su máximo exponente es el antagonismo entre Santos y El Hurón, envueltos en una persecución implacable por los montes, que revela "cómo es a veces el odio el que nos mueve a obrar en la vida y es, incluso, lo que te hace progresar", tal como indica el autor. El mismo Ravelo declara que se inspiró en novelas como El tiro de gracia de Marguerite Yourcenar, El poder y la gloria, de Graham Greene o El duelo, de Joseph Conrad.

Y así perfilados el telón de fondo y la escenografía, el relato reviste un importante esfuerzo de estilo, que reproduce la jerga palmera de los años 30, los desayunos de leche con gofio, la laurisilva en el fondo del barranco, la calma atlántica en aquel "maremoto dormido" para que el viaje histórico-literario en el tiempo se torne más real. Al final, entre la realidad y la ficción, Los milagros prohibidos es una expedición a la verdad o, como poco, a la verdad de cada uno, siguiendo la trayectoria de las huellas olvidadas que desembocan en nuestro presente.

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