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Música irresistible

'Trenes rigurosamente vigilados' recupera a Bohumil Hrabal medio siglo después del Óscar

Música irresistible

El cine checoslovaco puso una pica en Hollywood cuando Jirí Menzel obtuvo el reconocimiento a Mejor Película en Habla no Inglesa para Trenes rigurosamente vigilados en 1967. La obra sirvió además para familiarizar al público de ambos lados del Atlántico con un nombre hasta entonces poco conocido, el del escritor Bohumil Hrabal, que había narrado aquel tragicómico episodio sobre la vida y la muerte en una estación de ferrocarriles del Protectorado de Bohemia y Moravia durante las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.

Seix Barral recupera la traducción que Fernando de Valenzuela hizo del texto en su día para Península sumando así al medio siglo de la cinta de Menzel la ocasión de que se cumplan veinte años de la muerte de Hrabal, no sólo el mayor y mejor heredero de ese satírico de talla universal que fue Jaroslav Ha?ek, sino uno de los escritores más importantes que ha trabajado en Europa durante la segunda mitad del pasado siglo. Hrabal es de hecho un autor cuyo legado, a medida que pasa el tiempo, no deja de crecer. Atento como pocos al rumor de lo pequeño, el maestro de Brno logró extraer de esa partitura, mediante el expediente de una voz única, la fanfarria de lo universal.

Trenes rigurosamente vigilados presenta al habitual narrador que Hrabal emplea, se trate del cachazudo tío Pepin de Lecciones de baile para mayores, del destructor de papel Hanta de Una soledad demasiado ruidosa o del camarero Dite de Yo que he servido al rey de Inglaterra, voces autónomas y dicharacheras, caracterizadas por una dicción insomne, especie de verborrea perpetua que nada ni nadie consiguen aplacar, y que han contribuido a hacer de la prosa de Hrabal una letanía acerca del tiempo, la galantería y la fatalidad, siempre con un humor negrísimo aunque a la vez muy dulce como telón de fondo. El narrador sin nombre de Trenes rigurosamente vigilados presenta la marca de agua de la escritura hrabaliana, ese talento para armonizar lo terrible y lo ingenuo en un único cuadro, aquí contenido en el heroico desempeño de la inolvidable pareja formada por un factor calavera, de apellido Hubicka, y un aspirante al puesto virgen y obsesionado con las mujeres, llamado Milos Hrma, hombre y muchacho que mientras tejen y destejen el libro inagotable de la belleza femenina y de las victorias y derrotas de la carne, se juegan la vida para hacer saltar por los aires un transporte alemán de municiones.

Hrabal urdió en este breve texto, apenas un relato alargado, una impresionante pieza acerca de la inocencia, la esperanza del primer amor y el calvario de la guerra. Que todo ello lo lograra sin caer en las trampas del sentimentalismo ni tropezar con la solemnidad de la amargura es un lujo al alcance de muy pocos autores. Claro que Hrabal, que contaba cincuenta años al redactar esta cumbre, estaba ya entonces en posesión de los secretos de su arte, los mismos que aquí transparentan al solista de una música irresistible.

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