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Una playa epistolar

Bernardo Chevilly cruza en su última obra cartas entre hombres de música y letras

Una playa epistolar

Bernardo Chevilly nada poéticamente entre dos aguas: en unas selecciona partículas retrospectivas de letra impresa, en las otras - con ese roce de escamas de sal que introduce la clave de sol - hay corcheas y semicorcheas, fusas y semifusas alineadas sobre una partitura musical. En Cartas imaginarias el encuentro de ambas aguas, por lo demás paralelas en estructura química y sensitiva, se remansa en un delta paginado, en una playa epistolar que, por más que el prologuista Pere Gimferrer diga inverosímil, extiende esa salinidad y esa melodía reconocible más allá del momento en que se escucha. Pues no pocas veces las creeríamos tan verosímiles como si en realidad el supuesto contenido epistolar tomara cuerpo de acontecer intermedio entre el cálculo de probabilidades con la sincronicidad histórica de las actitudes en ellas descritas y la relectura proyectiva que el autor opera sobre ellas.

El más reciente poemario de Chevilly, después de no saber nada de él desde aquel fulgurante Galería de retratos (Valencia, 2009), se dispone en una serie de cartas que se cruzan hombres de letras, músicos y sus allegados entre sí. El abanico virtual de las epístolas se remonta en el tiempo desde G.F. Handel al barítono canario Suso Mariategui; esto es: dos siglos largos de inventario cultural que protagonizan nombres conocidos, y todos notables, y otros en la sombra de la notoriedad que el poeta aporta a un lector que sólo reconoce aquellos que le suenan. Sonar es en este libro un concepto que toma el lugar clave en su estructura, puesto que estas Cartas imaginarias tienen todas ellas una melodía que se ha detenido en la proximidad intelectiva. Es pues un libro que suena. Aunque el texto sea un brillante despliegue de inventiva, no pocas veces la argumentación de quien escribe la carta se dijera transcripción sincrónica a los hechos, con visos de autenticidad, tal es el dominio subtextual que el autor tiene de los personajes elegidos.

Y es que en Chevilly hay un melómano y un lector de amplio espectro, dominador tanto del territorio musical como del literario, y es éste uno de los aspectos que más salta a la vista transitando sus páginas. Claro está que ese dominio de los materiales no lo inclinará totalmente a revivir la circunstancia, sino que le servirá de guía transversal para verter su propio imaginario de oidor de músicas y lector de libros. Quienes abran este poemario en prosa que reseñamos encontrarán pues subsumido, diluido, prestándose al juego de espejos, a su autor, en una proyectiva que adopta diversas respiraciones: la complicidad, el rechazo, el afecto, las bromas privadas, los homenajes y los guiños que se deducen de la frecuentación cercana o distante entre emisor y receptor. Cuando Dámaso Alonso escribe a Vicente Aleixandre que no quiere agobiarlo con su derrame erudito, porque "La erudición es puñetera; siempre exige más por el mismo ínfimo placer. Pero cuando escribes el tiempo no pasa."(pg. 17). La misma cercanía y complicidad existe cuando Falla adopta un tono admonitorio con García Lorca previniéndolo de su trato con el relajoso Salvador Dalí ("Es un degenerado, un loco"), cuando ambos coincidieron y se hicieron íntimos amigos en la Residencia de Estudiantes. En aquella otra donde Juan Ramón Jiménez hace constar una visita que le hace el canario Ramón Feria y, entre consejos amistosos, va deslizando el desafío de sustituir la letra g por una j, licencia poética de su "inteligencia" se permite ( aquí salta el subrayado rojo de Word señalándonos la incorrección, que se enmendará con otro clic equivalente al sic).

Largo sería detallar las pulsiones ideativas que contienen estas Cartas: la ternura de Bettina Brentano por Beethoven, J.S. Bach tratado como Kantor del carajo por B. Silbermann (pg. 39), el reproche que hace el chelista L. Rose a Glenn Gould para que no se pase con el Nembutal: "Uno vale, pero con cinco me cuesta reconocerte" (pg. 57), el elogio que hace Stravinski a Steve Reich, la odiosa Katharina S. metiéndose con Stefan Zweig ("Ojalá el Führer acabe con usted o lo relegue al olvido, como al resto de esa basura judía que sigue envenenando a la Gran Alemania.", pg.71) Luego están Horowitz, Schubert, Pau Casals, Chopin, Alban Berg, Mompou, Satie, etc. Toda una relectura de la historia de la música más importante para el poeta. Nos han llegado especialmente al sentimiento aquellas cartas que muestran el interés que Francis Poulenc pone en la salud de la pobre Edith Piaf, desmedrado gorrión atrapado por el alcohol y la morfina (pg.31), y aquella otra en la que el barítono Suso Mariategui anima a su maestro y amigo Alfredo Kraus, ya muy enfermo.

Es este, con toda evidencia, un libro que solicita lectores de suficiente nivel cultural como para disponer una inteligibilidad media de los sujetos y de los acontecimientos en él descritos, si lo que desea es reconocer en el trayecto del libro la intrahistoria virtual de ciertas piedras miliares que han jalonado los dos últimos siglos de cultura europea.

No se podía esperar algo diferente de la marca Chevilly: un derroche de estilística de deleitosa exquisitez y, al tiempo, un acerado portulano crítico para navegar poéticamente entre dos aguas con extremo y cómplice equilibrio entre lo verosímil y lo proyectivo. Música y Literatura se entrelazan para dar el pulso de una poética muy imaginativa y francamente recomendable. Que se conozca más al tinerfeño de raíz francesa Bernardo Chevilly en su propia tierra, este sería nuestro deseo; que no vengan a descubrirnos su poderío los ya consagrados Pere Gimferrer y Jaime Siles, quienes presentarán en próxima fechas esta obra en Madrid y Barcelona respectivamente, o la atención que suscita en Tierra Firme, donde ya ha sido traducido al francés, al alemán y al inglés. "Un lujo para cualquier literatura: tan frágil y sensitivo, tan pugnazmente sutil, que leerlas casi duele. Una epopeya comprimida."- dice Gimferrer en el Prefacio. Resulta ocioso añadir algo más a este pronunciamiento del gran poeta catalán sobre el gran poeta canario, solamente suscribirlo.

Unos dibujos de otro escondido artista, el pintor y escritor Ginés Liébana, casi centenario celebrante del simbolismo, subrayan este epistolario con siete fragmentos seleccionados por Bern Dietz como texto al reverso de los mismos, todo ello en una cuidada edición de la prestigiosa editora sevillana Renacimiento.

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