La Provincia - Diario de Las Palmas

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En el arar la mar

Entre el viaje y el hogar se desencadenan desde siempre las tensiones que dan lugar al nacimiento y despliegue de nuestra escritura insular

San Brandán y la Isla de la Ballena, por Honorius Philaponus, 1621, The John Carter Brown Library. LA PROVINCIA / DLP

Después de cuarenta y cinco minutos de vuelo, detrás de la ventanilla aparece la mordedura calmada del océano contra la costa gaditana. Entonces, siempre, a pesar del trayecto conocido, como una incertidumbre íntima, querer saber hasta dónde llega el mar, querer alcanzar su significado por la interpretación de sus límites. Entonces, siempre, no saber si Canarias sigue allí para su significación, o si desapareció entre sargazos. En el viaje inverso, después de una hora y media de vuelo, la Península emerge siempre como una certeza.

En los vaivenes rítmicos que se inauguran entre el viaje y el hogar se abre la posibilidad de la escritura insular, en cuya orilla escribo los siguientes fragmentos incluidos en la serie de Tras la sístole.

En la diástole

I. Y nosotros, habitantes del espacio en que se cumple el tránsito de otros, ¿a qué climas nos adaptamos en nuestro clima?

II. Desde el principio se nos ha hecho necesario invertir parte de nuestros esfuerzos en construir un punto de fijación frente al movimiento del extranjero, en construir el hogar frente a los vaivenes en la ciaboga que significa ser dichos por los que están de paso: reivindicar una mirada propia.

III. Lo que sabemos de Canarias antes de la llegada de la escritura a las Islas lo sabemos gracias al testimonio de los viajeros que sirvieron de fuente de información a historiadores, cronistas, escritores de la Antigüedad. Debido a que esa antigüedad fue dicha por otros, volver a nombrarla es, en nuestra tradición, un rasgo de modernidad: la reedición de un inicio del tiempo, la apertura de un espacio en que se funda y despliega cada origen.

IV. Cita María Rosa Alonso, al hablar de las invenciones poéticas de Antonio de Viana en torno a la población indígena canaria, al Padre Espinosa, primero de nuestros cronistas tenido por historiador: "Hubo entre ellos gigantes de increíble grandeza, que, porque no parezca cosa fabulosa la que se refiere dellos, no la digo." Este silencio abierto por Espinosa está, sin embargo, lleno de invitaciones a la imaginación, no al rigor, y, fuera o no fuera su intención promoverla, no ha dejado de ser desde entonces una forma legítima de llenar con sugerencias lo que pudiera ser difícil decir de forma explícita.

y V. Una mirada propia no nace en la posesión de una imagen completa de sí, sino del vacío diastólico que pide ser completado desde dentro. Cada vez que arriban otros a la orilla, el insular no acude con las manos llenas a su encuentro, tampoco dado en cuerpo entero al extranjero, sino, vacías las cuencas, con los ojos propios cargados de mirar.

En la sístole

I. Desde el principio se nos ha hecho necesario invertir parte de nuestros esfuerzos en acoger, escuchar, admirar, burlarnos o comerciar con el que viene de afuera. Evitar la tentación que supone la entrega hogareña a las quietudes dadas por la gravedad; morder la manzana que nos garantice la expulsión hacia los senderos de la errancia histórica. Disponiéndonos para el viaje.

II. Algunos de los grandes impulsos de nuestra tradición literaria se sujetan precisamente en la apertura de una memoria que es lanzada afuera para su despliegue dentro del contexto de la cultura occidental. Bartolomé Cairasco insertando irreverente sus octavas reales donde Tasso colocaba los límites del mundo; Viera y Clavijo escribiendo mestizamente, mezcla de ciencia y leyenda, su Historia de Canarias contra y desde el relato mitológico y fantástico de nuestros cronistas, contra y desde la ciencia historiográfica que nace en su siglo; Tomás Morales y Agustín Espinosa atlantizando la herencia mitológica mediterránea.

III. Desde su incorporación a la Corona de Castilla, Canarias no ha permanecido ajena al resto del mundo, a pesar de que a menudo prevalezca una idea de la insularidad interpretada tan sólo a partir de los rasgos negativos del aislamiento. La insularidad no se ha configurado en nuestra tradición como simple rechazo a la conexión con el mundo; más bien ha sido la forma en que se expresan en nosotros los rasgos de límite y desposesión esencialista que carac-terizan la vivencia moderna en tantos otros puntos neurálgicos del mundo. Sólo así se explica que Bartolomé Cairasco, Alonso Quesada o Arturo Maccanti, por poner tan sólo tres ejemplos, levanten en su escritura tan intenso espacio insular en momentos históricos de máxima conexión canaria con el resto del planeta: expansión del comercio euro-americano, fundación y auge del Puerto de la Luz o revolución actual de la comunicación y los transportes, respectivamente.

y IV. Canarias ha vivido histórica y culturalmente en la conflictividad que significa pertenecer en condiciones de periferia política a España y, al mismo tiempo, ser un nudo o enclave del sistema mundo atlántico. En ambos casos, la percepción de su posición a la deriva ha significado cosas radicalmente diferentes: dependencia en el primer caso; posibilidad de participación sistémica en el segundo.

Dónde San Borondón

I. En 1519, apenas un cuarto de siglo después de concluir la conquista de las Islas, Francisco Fernández de Lugo, sobrino del Adelantado y por entonces regidor de la isla de La Palma, obtuvo de la Cámara de Castilla unas capitulaciones que le otorgaban derechos sobre la isla de San Borondón similares a los que Cristóbal Colón obtuvo en Santa Fe sobre las Indias. Alejandro Cioranescu nos recuerda que en la petición elevada por el regidor éste se comprometía "a arar la mar por espacio de un año, si fuese menester, hasta la hallar".

II. Siguiendo el relato que nos ofrece Cioranescu, años más tarde el mismo Fernández de Lugo dio aviso de haber encontrado la Isla, aunque no aportara prueba documental alguna que sellase la localización y descripción de la misma, impidiendo así certificar su reparto y la constitución de las respectivas heredades. A pesar, pues, del aviso, fue imposible dar por clausurado nuestro espacio alrededor, quedando en esa suspensión todo siempre pospuesto para el próximo intento, como reflejó Viera y Clavijo en su Historia de Canarias: "La hora del descubrimiento de San Borondón no era llegada y quería el destino que aquella conquista siempre se ciñese a la estéril gloria de emprendida".

y III. Desde entonces, la clave samborondónica de nuestra tradición no descansa sólo en la constatación de que existe una parte de nosotros oculta más allá del mar, sino en la determinación con que el territorio que nos separa de la misma se abre al tránsito, pide ser habitado, se torna arable. Conscientes además desde el principio de que aquello oculto que buscamos, la isla esquiva, no deja de moverse mientras tanto, transformando el espacio que nos separa de ella en un territorio inconmensurable. Del mito samborondónico nos importa precisamente la necesidad con que lo infinito se nos torna arable.

A la madre y a la isla las quiebra una grieta -vagina o puerto- a través de la cual semillas ajenas penetran su interior, a través de la cual expulsan su fruto contra el viento. Los movimientos violentos de penetración y expulsión confirman su circularidad im- posible por culpa de una grieta minúscula: ninguna madre fue virgen; ninguna isla existió antes de los mapas.

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