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¿Qué canariedad?

La identidad del ser isleño entró en un proceso de difuminación a partir del XVI

¿Qué canariedad?

El contacto entre los indígenas canarios y los europeos a raíz de la colonización de las islas en la Edad Media dio pie al desarrollo de toda una serie de rasgos biológicos, culturales, políticos y económicos, muchos de los cuales persisten, aunque con matices, hasta el tiempo presente.

La esencia cultural y biológica del mundo indígena se vio drásticamente afectada a raíz de la expansión europea por el Atlántico, un proceso iniciado por Portugal, Aragón e Italia en el siglo XIV, al que se unió Castilla en el siglo XV y que dio paso a la conquista y colonización del archipiélago canario, que se desarrolló en dos fases: la de señorío (1402-1477), protagonizada por los normandos, y la de realengo (1478-1496), encabezada por los Reyes Católicos. El redescubrimiento y posterior conquista de Canarias por los europeos propició la imposición de unas formas de vida y sistemas de organización social y producción regidos por una cosmovisión, valores y mecanismos de regulación definidos, de corte occidental, y ajenos al mundo indígena canario. La identidad del ser isleño se fue difuminando y matizando por la impronta de un modelo económico y social que se formó en el siglo XVI y cuyo marco institucional, de carácter librecambista y colonial, se vistió con ropas nuevas en el siglo XIX para preservar el anclaje de las Islas en el nuevo estado, en beneficio de la oligarquía agraria y de la burguesía de las Islas.

Este fenómeno, paralelamente, vino acompañado de la progresiva apertura de Canarias a innumerables influencias internacionales. En este sentido, la consiguiente herencia colonial y nuestra propia realidad archipielágica, a camino entre Europa, África y América, han condicionado la esencia y devenir del ser isleño y, por tanto, de lo que entendemos por canariedad o identidad canaria, una identidad mestiza, resultado directo del choque entre dos mundos enfrentados en un marco insular. Este proceso identitario, además, no ha sido estático. Antes al contrario, se trata de un hecho, de una conciencia y de un conjunto de rasgos en constante cambio. Y en nuestro caso, este cambio ha estado secularmente condicionado, de forma paralela, por una interesante paradoja: las relaciones con el exterior y el propio aislamiento de las Islas.

En este paisaje identitario el campesino se ha convertido, secularmente, en la encarnación de lo canario. El campesino concentra buena parte del imaginario insular, desde ser visto como la viva expresión del primigenio vínculo con la tierra a su consideración como depositario de las auténticas costumbres y tradiciones. De hecho, desde el siglo XIX, los campesinos fueron considerados, por la intelectualidad burguesa canaria y foránea, como los descendientes directos de los antiguos pobladores indígenas. Pero la elevación del campesino como diacrítico étnico, como rasgo identitario, no es en absoluto una característica peculiar de la etnicidad canaria. De hecho, históricamente no ha sido otra cosa que la mímesis de los procesos y mecanismos que dieron lugar y consolidaron al nacionalismo en la Modernidad.

La elaboración histórica de esta imagen idealizada de las gentes, de la vida rural y precolonial es de una clara naturaleza política y no el resultado de una decantación secular de una supuesta esencia de lo canario. A esta construcción ha contribuido de manera excepcional la intelectualidad canaria, desde los artistas a los científicos sociales y la propia clase política. Y es en este punto donde, de cara a una interpretación más reflexiva de los procesos identitarios en Canarias, no deberíamos perder de vista el alcance ideológico-político y cultural de haber convertido a los indígenas y campesinos en un privilegiado objeto de estudio para las ciencias sociales. Campesinos e indígenas han legitimado identidades políticas y la inherente soberanía territorial.

Pero parece que se obvia que la cultura indígena pasó a ser objeto de estudio por parte de arqueólogos e investigadores, debido a su progresiva desaparición desde el siglo XV. Y hoy en día, las formas artísticas auxiliares en la vida rural de las islas, las tradiciones del campo, de nuestros mayores, están también abocadas a convertirse en material de antropólogos y buscadores de vestigios, especialmente desde la década de 1960. Los motivos son variados y complejos: el retroceso creciente del sistema campesino de producción y trabajo en el archipiélago canario, el proceso de rápida desruralización y de polarización masiva en áreas urbanas, el desarrollismo consumista y la adaptación de esa herencia rural a las necesidades y expectativas del turismo, en el marco de la globalización. Este legado vinculado al mundo rural ya atraviesa, de hecho, por un profundo proceso de desnaturalización, pues asistimos, en pleno siglo XXI, a la búsqueda de elementos antiguos de decoración y "ambiente canario" para tascas, apartamentos y "rincones típicos".

Ninguna cultura popular se desenvuelve al margen de las tensiones sociales; todas viven los antagonismos y las influencias recíprocas que se generan en una comunidad. Todas gravitan en cierto universo de relaciones de poder y dominación social. Y en Canarias, la raíz y esencia de la cultura popular están siendo absorbidas por la cultura oficial y dominante. Es necesario, en este sentido, desarrollar fuerzas culturales democráticas, reivindicar la diversidad y no el pensamiento único.

El actual sistema desarrollista, el de la Ley del Suelo, el del proyecto de Chillida en Tindaya, el del turismo depredador e insostenible desde el punto de vista medioambiental, el de la agricultura de importación, el de las prospecciones petrolíferas, el del hallazgo del telurio que no es nuestro? nos convierte cada vez más en colonia, en un vestigio de lo que fuimos, para llegar a convertirnos en algo que no queremos ni deseamos ser.

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