La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Guía extraviada de Canarias

En la épica de Indias hay antihéroes: del Silvestre de Balboa contrabandista al guanche mulato de 'La Florida'. Criaturas del desvío fundacional que Canarias representa para América

Mapa del mundo atlántico, de Battista Agnese, 1543-1545, The John Carter Brown Library (TJCBL). LP / DLP

Antes de Colón, hubo un piloto desconocido. Su desvío es anterior a la historia. La precede por una puerta lateral y fortuita. El piloto desconocido no entiende nada. No hay palabras para contar lo que ha visto. Es un guía asombrado, un precursor sin habla. Solo sabe que se desvió a la altura de Canarias. La famosa partera de la historia es un simple comerciante de conchas y de azúcar entre Canarias, La Madera y la Península. Con él nace la economía del avistamiento en que se especializa Canarias en el desvío entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Toda una estirpe de videntes de lo otro, tarada por un lenguaje que es más de lo mismo, puede rastrearse en los antihéroes canarios de las crónicas y la épica de Indias. Contrabandistas, saqueadores, pendencieros, inventores chiflados, incluso un guanche mulato forman este censo provisional de criaturas del desvío. Todos experimentan antes que nadie la extrañeza de un saber específicamente americano. Han nacido en la digresión que Canarias representa para la cultura europea. Están especialmente dotados para la variación iconoclasta y el salto lateral. Son nativos del desvío.

Mutantes y supervivientes

La variación autóctona, dentro del molde clásico, puede ser una estrategia de supervivencia, antes que un discurso revolucionario. Los antihéroes del desvío siempre ven lo nuevo antes que nadie, pero, a diferencia de los héroes, prefieren salir del paso, a ir con todo y hasta el final. Lezama Lima y Cintio Vitier, entre otros, atribuyen a Espejo de paciencia la fundación de la poesía cubana. El propósito del grancanario Silvestre de Balboa al escribir esta epopeya de la manigua tuvo, no obstante, unas proporciones más modestas y prosaicas.

El contrabando es "el primero de los intereses" de la sociedad colonial de Cuba a principios del XVII, según nos informa el historiador César García del Pino. Gracias al comercio de rescate, la población local sortea la escasez y la carestía a las que la condena el monopolio de la Corona en el comercio de Indias. Las ganancias del contrabando proporcionan, además, un incentivo para vivir en una isla violenta e inestable que se ha ido despoblando por los frecuentes ataques piratas y la "ausencia oficial de la Corona", como apunta Paul Firbas.

Todos en Bayamo -"villa sana", enfatiza Balboa- participan en el negocio del contrabando. El obispo Cabezas Altamirano, protagonista del poema y "espejo" de virtudes cristianas según Balboa, está en el ajo. Es uno de los capos del tráfico de cueros por vino, carne y telas de Europa. El obispo se lleva su tajada de los negocios ilegales del juego y la prostitución. A cambio, instruye a los confesores para absolver a todo quisque y envía informes a la Corte en los que describe una isla Fernandina fértil, laboriosa, abnegada y fiel al Rey y la Iglesia. Silvestre de Balboa conoce la farsa. En su famoso poema, la eleva a la categoría de epopeya culta. Está familiarizado con los procedimientos de la distracción iconoclasta.

En la Comedia del recibimiento, de Cairasco, el caudillo Doramas canta las delicias de la laurisilva de Gran Canaria con la elocuencia de un héroe clásico. Balboa ha frecuentado probablemente la Academia renacentista de Cairasco en Las Palmas de Gran Canaria, de la que su grupo de Puerto Príncipe es "una hijuela trasmarina", como sospecha Manuel González Sosa. En su Espejo, hace que un grupo de amadríades vestidas de indígenas y cargadas de flores y frutas de la manigua cubana reciba al obispo Cabezas Altamirano tras ser liberado por su secuestrador, el corsario francés Girón. Si la superposición de clasicismo e indigenismo se realiza con una soltura inaudita en una pequeña sociedad rural y aislada, a la que ni siquiera ha llegado la imprenta, es porque Balboa ya viene aprendido de casa en el desvío de lo culto a lo autóctono.

A diferencia de Cairasco, no persigue el laurel de la fama literaria. Asiduo de la feria de Manzanillo -centro del comercio de rescate en Cuba a principios del XVII, según García del Pino; "una nueva Rochela" en la que se juega a los bolos y se trafica, según uno de los inspectores enviados por la Corona-, Silvestre de Balboa escribe desde el desvío por puro instinto de supervivencia.

Debajo de su superficie de relación de hechos heroicos y panegírico de virtudes cristianas, el tema de la epopeya de Balboa es el "internamiento" -Lezama- en una naturaleza insular que proporciona dos bienes prioritarios para la sociedad criolla: abundancia, frente a la escasez impuesta por el monopolio colonial del comercio; seguridad, frente a la violencia y el caos de las villas portuarias, expuestas a frecuentes ataques piratas.

Variaciones de la frontera

Otra veces, la digresión antiheroica se realiza en territorios de frontera de la exploración americana. Los personajes canarios representan allí una rareza violenta, una mutación exótica y brutal, como esos personajes semimonstruosos de David Lynch. Se les permite una ambigüedad moral que no está alcance de los héroes en la rígida épica tridentina de las Indias -vehículo del discurso de la Contrarreforma-, mitad santos mitad guerreros.

En La Florida de fray Alonso Gregorio de Escobedo, encontramos dos personajes que responden a esta variedad, la del desvío en un territorio de frontera, sin ley, productor de una doble violencia, de la naturaleza y del "otro" que son los indios.

Escobedo escribe La Florida hacia finales del XVI o principios del XVII, fruto de su experiencia con los indígenas en la misión franciscana de Nombre de Dios, en San Agustín, Florida, en los confines del Imperio. Inédito hasta el siglo XX, el manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional. Se trata de un largo poema épico de 2.441 octavas reales, organizado en tres partes: la primera es una hagiografía de San Diego de Alcalá, franciscano de la Orden de los Frailes Menores -como el autor. Parte de su vida como misionero transcurrió en Fuerteventura. Se cantan su vida y sus hazañas de santidad, al modo de las Elegías de varones ilustres de Juan de Castellanos, o del Templo militante de Cairasco. La segunda parte de La Florida describe el viaje de Escobedo, de Sanlúcar de Barrameda a San Agustín. La narración contiene naufragios, ataques piratas, batallas navales y cautiverios. La tercera parte está dedicada a los indios de La Florida. Muestra sus costumbres, su organización política, sus recursos, la naturaleza en la que viven, un entorno inhóspito, lleno de manglares y con un clima extremo, en el que fracasaron innumerables intentos de colonización, desde la expedición de Juan Ponce de León en 1513. Para Raquel Chang-Rodríguez, La Florida de Escobedo es un "texto clave en la literatura de la frontera norte" del Imperio colonial.

En los cantos IV y V de la Segunda Parte de La Florida, aparecen dos mutantes canarios. Uno de ellos es un pendenciero obsesionado con degollar a un soldado español por venganza. Su caso permite apreciar la violencia sin ley en la frontera. El otro es una variación aún más extraña. Escobedo nos presenta al primer guanche mulato de la historia, adornado con rasgos heroicos, aunque ambivalentes: "de bravo pecho", sí, pero también con un valor que no parece cuadrarle al fraile andaluz en un nativo de las Islas: "más de un Cid Campeador, que de canario". El mestizaje es otro foco de tensión para el narrador: "El de Canaria fue de bravo pecho / Aunque era en el color negro, o mulato". La variación suscita incomodidad y desconcierto. El desvío no se deja decir así como así. Hay que recurrir todavía a los cómodos moldes clásicos. Su hazaña consiste en liberar de la esclavitud de galeras a un grupo de canarios apresados por un corsario inglés: "Ea, nación de guanches belicosa", los arenga el mestizo, entre protestas de fe cristiana y memoria de sus batallas en Canarias, contra piratas extranjeros: "Del infierno poblasteis cien mil sillas / Dando muerte en Canaria a robadores / Dejando a sus mujeres con clamores". La gesta concluye con los corsarios ingleses muertos en un festín de sangre, y el guanche mulato condecorado en Bayamo por su heroísmo. Escobedo reserva un estrambote para esta historia, narrando el saqueo del botín del barco español por el guanche mulato y sus paisanos, después de haber sido condecorados por su heroísmo. La ambigüedad moral queda preservada, incluso en el comentario final del fraile: "Y el canario ganó honra y decoro / y gran suma de bienes, que interesa".

La tradición del piloto desconocido la recogen Fernández de Oviedo, Gómara y Las Casas, entre otros cronistas. Pedro Sarmiento de Gamboa sostiene que fue el mismísimo Ulises, quien, "después de la expugnación de Troya, navegó en puniente" y "vino a dar a la tierra de Yucatán y Campeche", razón por la cual -deduce Sarmiento- los indios se visten allí como griegos y llaman a Dios "Teos". El Inca Garcilaso sitúa el desembarco en la isla de La Española. Hace triangular al piloto desconocido, con sus mercaderías, entre la Península, Canarias y la Isla de la Madera. El padre Las Casas anota en su Historia de las Indias que Colón "siempre tuvo en su corazón, por cualquier ocasión o conjetura que le hubiese venido, que habiendo navegado de la isla de Hierro por este mar Océano setecientas y cincuenta leguas, pocas más o menos, había de hallar tierra".

Un temporal

Todos coinciden en que el piloto desconocido se desvió por la fuerza de un temporal o de las corrientes marinas. Todos identifican Canarias con el lugar del desvío.

Como tantas otras veces -tratándose de la exploración de Canarias y de América- el mito precede a la historia. En las noticias de los primeros avistamientos -observa el historiador Demetrio Ramos- la interpretación sobrenatural prevalece sobre la científica. Canarias ha sido descrita, desde la Antigüedad, con la imaginación de escritores griegos y latinos que nunca estuvieron en Canarias. Cairasco, Viana, incluso un ilustrado como Viera, acatan el mito como modelo de lo autóctono. Hay más exactitud naturalista en Le Canarien que en la Historia de la Conquista, de Abreu Galindo. Del mismo modo, la proyección de la geografía moral de la Biblia y de los moldes literarios clásicos en las crónicas y en la épica de Indias -de La Araucana de Ercilla, a las Elegías de varones Ilustres de Juan de Castellanos; del Espejo de paciencia de Balboa, a La Florida de Escobedo- condiciona la explicación naturalista de América. Francisco de Gómara jamás pisó el Nuevo Mundo. Montaigne pontificó sobre los indios sin haber visto uno en su vida. Moro y Shakespeare instalaron "lo otro" armonioso o deforme en una América que solo conocieron de oídas. Todavía hoy, los arquetipos del humanismo clásico definen los conflictos de la región, como muestra el llorado escritor venezolano Carlos Rangel en su memorable Del buen salvaje al buen revolucionario.

La imagen de Canarias como lugar del desvío decisivo al Nuevo Mundo impacta en Colón, hasta el punto de que "las noticias y su decisión de emprender el viaje pueden ser producto de su estancia en La Gomera", sostiene Demetrio Ramos. Al igual que Antonio Rumeu de Armas, está convencido de que Colón pasó un tiempo en La Gomera hacia 1484 y escuchó directamente al piloto desconocido, probablemente un comerciante de conchas, portugués o andaluz, cuyo relato le animó a concebir su propia expedición y le sirvió para exponer el proyecto, primero ante el Rey de Portugal, sin éxito, y finalmente a los Reyes Católicos.

La tradición del piloto desconocido y de avistamientos de islas fabulosas -Antilla, Brasil, Siete Ciudades, San Brandán,?- sobrevive al hecho mismo del Descubrimiento y se instala en las primeras crónicas americanas. El mito es más convincente que la realidad, para una mentalidad llena de presagios milenaristas. El piloto desconocido es el nuevo Adán empujado al Paraíso perdido que Colón cree haber encontrado en América. El desvío originario revierte la caída original. Un antihéroe, un simple comerciante de conchas zarandeado por remolinos celestiales, ha encontrado en Canarias la puerta del Jardín del Edén. La serendipia restaura la edad de la inocencia.

Coda iconoclasta

Un último desvío en el tiempo, aunque no de los textos americanos ni de la presencia de antihéroes canarios en ellos.

En L a sinagoga de los iconoclastas, Juan Rodolfo Wilcock glosa las vidas de un puñado de utopistas excéntricos. Así, por ejemplo, Jules Flamart, creador del primer diccionario-novela "de tipo espionaje-pornográfico" O, por ejemplo, Aaron Rosenblum, un utopista que quiere devolver el mundo a 1580, en plena época isabelina, y "abolir el carbón, las máquinas, los motores, la luz eléctrica, el maíz, el petróleo, el cinematógrafo, las carreteras asfaltadas, los periódicos, los Estados Unidos?"

Uno de los iconoclastas -el último de la colección, para ser exactos- es Jesús Pica Planas, natural de Las Palmas de Gran Canaria, inventor de artefactos inútiles e indispensables.

"Entre 1922 y 1954 -año de su muerte-, bastante cerca de la impresentable iglesita en la que oró Colón antes de partir hacia América, en su patio con claveles y azulejos, entre grandes gatos y cochinillas, el inventor inventó", entre otros objetos, "un par de zapatos cuentapasos", "un par de gafas con espejuelos laterales retrovisores para descubrir si alguien nos sigue sin volver la cabeza", "un barajador automático de naipes", "un silenciador total para aviones, basado en el principio de la manta acolchada", "un calzoncillo elástico hermético para perras en celo", "una bicicleta con las ruedas ligeramente elípticas para imitar agradablemente el paso del caballo", y así, en este plan, muchas otras invenciones de la tradición del desvío que Canarias ha aportado al mundo atlántico.

Compartir el artículo

stats